Centenario de la Masacre de Guayaquil: ¿Quién pone las cruces sobre el agua?
Silvia Arana
El 15 de noviembre de 1922 las fuerzas represivas dispararon a mansalva contra los trabajadores y trabajadoras -muchos de ellos niños y niñas- en jornada de huelga activa, congregados en el centro de la ciudad de Guayaquil, Ecuador, reclamando por mejores salarios, derechos laborales y por la libertad de sus compañeros detenidos por las fuerzas policiales días previos.
El accionar de las fuerzas represivas fue tan brutal que el estimado de las víctimas fatales es de mil, mil doscientos, mil quinientos… Se desconoce la cifra exacta por el método vandálico empleado para deshacerse de los muertos. Los militares y policías parapetados en edificios y plazas disparaban a quemarropa contra los manifestantes desarmados que corrían por las calles estrechas del centro de la ciudad, intentando refugiarse tras las columnas de los pórticos. A las fuerzas militares y policiales se sumaron civiles armados de las clases acomodadas que disparaban desde los balcones de sus casas contra los huelguistas. Como corolario, los cuerpos de las víctimas fueron enterrados en fosas comunes y otros lanzados al río Guayas.
Los familiares, despojados del derecho humano a recibir el cuerpo de sus seres queridos, lanzaron al río Guayas ramos de flores atados en forma de cruz. En los aniversarios de la masacre, año tras año se colocan cruces de madera que flotan sobre boyas de balsa en las aguas terrosas del río, o de la ría, como se la suele llamar. Se las divisa a lo lejos flotando sobre el agua lodosa entre los troncos y los bancos de vegetación. Algunas cruces llevan flores de campo amarradas.
Retomando ese símbolo de recordar a los luchadores asesinados y reclamar justicia, el escritor guayaquileño Joaquín Gallegos Lara tituló a su novela Las cruces sobre el agua (1946). No se trata de un recuento histórico sino una recreación literaria de la vida y la muerte del obrero panadero Alfredo Baldeón asesinado aquel 15 de noviembre, junto a otros personajes, algunos de los cuales sobreviven la masacre. Gallegos Lara, quien era un adolescente cuando ocurrieron los hechos, expone vívidamente las injusticias, la desigualdad social, las contradicciones, las motivaciones de los trabajadores para ir a la huelga al igual que la pesadilla de la masacre. Sin embargo, el tono final de la novela es de esperanza, mientras floten las cruces, hay esperanza por la justicia.
Y así será, las cruces flotarán renovadas en el centenario de la masacre, el próximo 15 de noviembre de 2022, como lo están planeando las organizaciones sociales y sindicales de la provincia del Guayas.
El verdadero cementerio es la memoria
Hacia el sur del continente, en la década de 1970 el escritor y militante argentino Rodolfo Walsh al enterarse de la muerte de su hija resistiendo el ataque de un comando militar, le escribe una carta de despedida desde la clandestinidad (en la que no sobrevivió más que unos meses, antes de ser asesinado):
“No podré despedirme, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizás te envidio, querida mía…”.
Estas palabras de Walsh se han vuelto proféticas: los luchadores, ya sean argentinos, ecuatorianos, de otra parte de América o del mundo suelen quedar guardados en la memoria de su pueblo.
Los intentan borrar de la historia oficial con mucho esmero; no figuran en los libros de historia, no se escriben artículos periodísticos, se los opaca con el silencio o se propagan versiones falsas. Durante la masacre del 15 de noviembre de 1922 los principales periódicos ecuatorianos ocultaron fotos y omitieron cualquier reporte fidedigno de la violencia oficial reemplazándola con relatos ficticios de que los huelguistas estaban fuera de control, que saqueaban las tiendas y que las fuerzas militares se habían visto obligadas a actuar en defensa de la propiedad privada y el orden -repitiendo la versión oficial.
Sin embargo, los hechos eran de público conocimiento para la población de Guayaquil, que en esa época era la ciudad más poblada de Ecuador, y como a lo largo de la historia del país, el principal centro económico, y que además contaba con una considerable organización obrera.
Contexto económico en Guayaquil: Auge y crisis del cacao
Desde la época colonial y particularmente entre 1860 y 1920 el cacao tuvo un rol fundamental en la economía ecuatoriana al convertirse en su primer producto de exportación. Guayaquil -por donde se enviaba el cacao ecuatoriano al exterior- fue en dicho periodo el principal puerto de exportación de cacao en el mundo.
En el gran boom cacaotero (1885-1912), el “Gran Cacao”, como llamó el pueblo a las pocas familias que controlaban la producción y exportación, concentraron tierras y pagaron salarios de miseria exigiendo horas interminables de trabajo. La concentración de la propiedad de las tierras productoras de cacao fue uno de los nudos centrales de los conflictos sociales en las relaciones de producción durante el auge cacaotero. La primera herramienta usada por la oligarquía costeña para despojar de la tierra a los campesinos fue la expropiación de las pequeñas y medianas parcelas de tierra para conformar grandes haciendas; esto facilitó luego el traslado y el trabajo forzado de los campesinos, quienes habían perdido sus fincas.
Las pocas familias del Gran Cacao vivían lujosamente, parte del año en haciendas de Ecuador, y la otra parte en París o en Londres. Vestían a la usanza europea, educaban a sus hijos en Europa, pero todos sus recursos provenían de las plantaciones de cacao de la provincia de Los Ríos, del Guayas, de Manabí, de Esmeraldas.
Sin embargo, en los años previos a la Primera Guerra Mundial el imperio inglés introdujo el cultivo del cacao en su colonia africana de Costa de Oro, lo que bajó la demanda y el precio del cacao ecuatoriano. Además, dos plagas habían afectado la producción de cacao ecuatoriano, lo que generó una caída de los precios internacionales.
Como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, el monto de las exportaciones de cacao disminuyó de 20 millones de dólares en 1920 a 9 millones en 1921 y la caída del precio continuó. La década de 1920 fue devastadora para la comercialización y producción del cacao, debido a la sobreproducción. Durante la década de 1920 se produjo la crisis final del cacao como principal producto de exportación de Ecuador: de tener casi el 30% de la producción mundial en 1894, bajó al 6,53% en 1924.
La masacre de 1922 se da en un momento de inflexión; durante la crisis final del cacao como producto hegemónico del régimen agro-exportador ecuatoriano (el banano tomaría el lugar del cacao, pero esa es otra historia). En la coyuntura específica que nos ocupa, todavía las familias dueñas de las mayores plantaciones de cacao -oligarquía terrateniente de la Costa- dominaban tanto la banca como la política. El Banco Comercial y Agrícola era el banco más poderoso de Ecuador en esa época. Y justamente uno de de los abogados de confianza del banco José Luis Tamayo Terán era el presidente de Ecuador. Fue él quien el 14 de noviembre de 1922 urgió a las Fuerzas Armadas Ecuatorianas a controlar la situación social, “cueste lo que cueste”, según sus propias palabras.
Organizaciones obreras de Guayaquil a principios del siglo XX
El triunfo de la Revolución Liberal liderada por Alfaro en 1895 introduce leyes para mejorar las condiciones laborales y de vida de la clase trabajadora ecuatoriana.
Con la derrota de la revolución liberal y el linchamiento del General Alfaro en 1912 las leyes de protección del trabajador son pisoteadas por la burguesía agro-exportadora de la Costa y los hacendados de la Sierra.
En las primeras décadas del siglo XX, la incipiente clase obrera y pequeños artesanos de Ecuador creaban nuevas formas de organización para reclamar por sus derechos. En 1912 surgió la Confederación Obrera del Ecuador (COE), en la que participaban sindicatos y pequeños patrones. En 1922 se crean dos nuevas organizaciones gremiales de tendencia socialista la una y anarquista la otra. Se trata de la la Federación Regional de Obreros del Ecuador (FROE) -constituida por sindicatos autónomos y regionales de tendencia socialista- y la Federación Regional de Trabajadores del Ecuador (FRTE), fundada por el sindicalista anarquista Alejo Capelo Cabello.
Anteriormente Capelo había fundado en 1915 la Sociedad Cosmopolita de Cacahueros Tomás Briones, con el fin de organizar al sector obrero a cargo del empaquetado y transporte del cacao. Capelo y sus compañeros retomaban la labor iniciada por Tomás Briones, quien había fundado en 1908 una agrupación de trabajadores del cacao cuyo lema era “Pan, Libertad, Amor y Ciencia”. Fue una organización pionera en el reclamo de igualdad para la mujer y el hombre trabajador, la jornada de 8 horas y otras reivindicaciones laborales.
En octubre de 1922, Capelo como líder de la FRTE -que agrupaba a 36 asociaciones de trabajadores- tuvo un rol destacado en la organización de la huelga de noviembre de 1922. Fue encarcelado pero la presión popular logró salvarle la vida. José Alejo Capelo fue uno de los testigos de la masacre, de la que dejó testimonio en su libro 15 de noviembre: una jornada sangrienta.
De cordero a león
Hacia 1922 el deterioro de las condiciones de vida se hacía insostenible para los trabajadores que cargaban con todo el peso de la crisis económica. El descontento, la rebeldía y la organización de los trabajadores van en aumento alimentadas no solo por el hambre sino también por las ideas revolucionarias internacionales de la Revolución Rusa (1917) y el pensamiento anarcosindicalista.
El 19 de octubre de 1922 el gremio de obreros ferroviarios declara la huelga a la patronal de la empresa estadounidense Guayaquil & Quito Railway Company en Durán (cabeza del ferrocarril ecuatoriano, ubicada a pocos kilómetros de Guayaquil).
El 9 de noviembre de 1922 los trabajadores de la Empresa Eléctrica y conductores de carros urbanos (tranvías), obligados a trabajar desde las cinco de la mañana hasta las once de la noche y percibiendo magros salarios, se declaran en huelga activa.
En los días siguientes se van sumando más y más sindicatos y asociaciones y toda la ciudad de Guayaquil se halla paralizada, sin luz ni transporte, el día 13 de noviembre en demanda de mejoras salariales, respeto a la jornada de 8 horas y otras reivindicaciones.
El 14 de noviembre se realizan marchas por el centro de Guayaquil en respaldo de los reclamos laborales. El Dr. José Vicente Trujillo, Síndico de los Centros Obreros, afirma frente a los trabajadores en huelga: “…hasta hoy el pueblo ha sido cordero, pero mañana se convertirá en león”.
Las fuerzas policiales detienen a algunos de los manifestantes, pero esto no frena el paro. Según reporta el cónsul de Estados Unidos a sus jefes en el Departamento de Estado “es el peor levantamiento socialista que ha tenido lugar en el Ecuador”. El 14 de noviembre el presidente Tamayo ordena la intervención de los militares para aplastar la movilización.
El 15 de noviembre los soldados atacan a balazos de manera simultánea a las principales concentraciones de protesta en el centro de Guayaquil, la más numerosa se hallaba frente a la Clínica Guayaquil. Las y los huelguistas tratan de escapar del ataque dirigido por los militares con la participación unos tres mil soldados, más fuerzas policiales y civiles armados.
Sobre la participación de los civiles denuncia José Alejo Capelo que desde los balcones de la avenida principal de la ciudad, 9 de octubre, los burgueses matan obreras y obreros: “Por la siempre ensangrentada 9 de octubre…”.
Alrededor de las seis de la tarde cuando ha terminado la matanza, las fuerzas represivas recogen a los caídos en plataformas, para deshacerse de las víctimas de la represión sin identificarlos, ni establecer causa de muerte, ni devolver sus cuerpos a los familiares -sellando con este último gesto criminal la culpabilidad de las fuerzas represivas en un delito de lesa humanidad.
Recordemos que un delito de lesa humanidad se define como «Delito en que el perjuicio se ocasiona como parte de un ataque generalizado o sistemático contra la población civil o una parte de ella, o por razón de pertenencia de la víctima a un grupo o colectivo perseguido por motivos inaceptables (políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género, discapacidad u otros reconocidos como inaceptables con arreglo al derecho internacional), o en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas de un grupo racial sobre uno o más grupos raciales y con la intención de mantener ese régimen.»
Memoria, verdad y justicia: Cien años de la masacre
La Coordinadora de Organizaciones Sociales del Guayas, integrante del comité de conmemoración del Centenario del 15 de Noviembre de 1922, señala:
“Las y los trabajadores ofrendaron su vida por reivindicaciones clasistas, sin que los responsables de la masacre fueran sancionados, quedando los hechos en la impunidad, desde los relatos hegemónicos se ha desconocido o minimizado el rol de las élites y el gobierno de la época al perpetrar la masacre… Exigimos que el Estado ecuatoriano a través de la Asamblea Nacional reconozca su responsabilidad [en los] delitos de lesa humanidad, ya que estos no prescriben, y que se inicie la inmediata reparación para las víctimas del poder de las elites de ese entonces, de las de siempre y que representa los intereses de los que hoy y siempre nos han gobernado como país.”
Este año, en el centenario de la masacre flotarán nuevas cruces en el río Guayas. En la conclusión de la novela de Gallegos Lara, Alfonso pregunta:
—¿Quién pone las cruces sobre el agua?
—No se sabe: alguien siempre se acuerda -le responde un joven cargador del puerto.
Bibliografía
Acosta, Alberto, Breve historia económica del Ecuador, 1995, vol. 2, Corporación Editora Nacional, 2006.
“Nosotros, una historia de obreros”, documental de Pocho Álvarez, Gustavo Corral y Alejandro Santillán. http://cinemateca.casadelacultura.gob.ec/cgi-bin/koha/opac-detail.pl?biblionumber=1481
Alejo Capelo Cabello, Una jornada sangrienta, 15 de noviembre de 1922
(*) Periodista y analista de medios alternativos, rebelión.org entre otros. Nota distribuida por el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).