El inversor más poderoso del mundo engaña a la gente para quedarse con su dinero
Juan Torres López
En 2008, José Saramago escribió: «Vivimos en el tiempo de la mentira universal. Nunca se mintió tanto».Los hechos le dan la razón constantemente y hace unos días lo hemos vuelto a comprobar en la última carta anual a los inversores de Larry Fink, presidente del fondo BlackRock. Con este moviliza más de 10 billones de dólares en todo el mundo y sólo en Estados Unidos controla el 88% de las acciones de sus 500 más grandes empresas .
La idea central de la misiva de este año es que, ante los desafíos globales que plantean la infraestructura, la deuda y la jubilación, «vamos a necesitar el poder del capitalismo para resolverlos». En concreto, la carta es una constante reivindicación del papel privilegiado que se ha de conceder al capital privado y una llamada para que los más jóvenes ahorren para poder tener pensiones cuando ya no puedan seguir trabajando.
No voy a entrar aquí en un debate que necesitaría más espacio y que he desarrollado en algunos de mis libros, como Economía para no dejarse engañar por los economistas o Econofakes. Me limito a señalar que es un hecho que las más grandes infraestructuras del planeta no se han podido crear sin capital o impulso público, que la deuda, lejos de ser algo que pueda resolver el capital privado, es justamente lo que cada día crece más porque es el negocio que hace crecer a conciencia y sin cesar la poderosa banca privada y, por último, que los fondos de pensiones privados no sólo no son rentables sino que han quebrado frecuentemente y han debido de ser rescatados innumerables veces con dinero del Estado.
Lo que brevemente quiero señalar hoy es un detalle concreto de esa carta, un hecho incierto que menciona Larry Fink y que muestra sin posible discusión que el inversor más poderoso e influyente del mundo se inventa la historia para demandar unos privilegios legales y financieros que no se merece ni están justificados.
Insistiendo en esa idea central del poder del capital privado para resolver los grandes desafíos, dice Fink que, tras la crisis de 2008, Estados Unidos pudo recuperarse más rápidamente que Europa porque tenía una reserva de dinero, un mercado de capitales, de mayor solidez.
¿Cómo se puede tener la cara dura de decir eso para defender al capitalismo cuando lo que precisamente hundió a la economía de casi todo el planeta fueron la volatilidad, la fragilidad, los fraudes y la bancarrota subsiguiente de los mercados de capitales y de todo el sector financiero?
¿Cómo se puede tener la desfachatez de decir que fue la solidez del capitalismo lo que permitió recuperar a Estados Unidos cuando la Reserva Federal tuvo que inyectar 29 billones de dólares de dinero público para rescatar a la banca y a los fondos de capital que habían provocado la crisis? Una cantidad de dinero asombrosa, el doble del PIB de Estados Unidos en 2009, la mitad del mundial y, además, concedida la mayor parte en secreto, como después se supo.
Los mercados de capitales, el capitalismo que defiende Fink y los fondos de inversión como el suyo, no son la solución para los problemas de la economía mundial. Son, justamente, sus causantes. La verdad indiscutible es que viven del dinero público, bien por la ayudas y privilegios de los que gozan, bien porque cada dos por tres hay que rescatarlos con billones y billones del dinero del que debería disfrutar las empresas que crean riqueza y la gente corriente.
En una escena de la película Ray, el actor que interpreta a Ray Charles, Jammie Fox, dice: «Rasca en un mentiroso y encontrarás a un ladrón». Pues eso.