Eduardo Camin
Cada día asistimos a los espectáculos que nos brindan diferentes panelistas en los medios de (des) información masiva, desde los cuales se nos insiste sobre el hecho de que los derechos humanos son la ética de la democracia porque constituyen esas reglas sin las cuales el juego mismo de la convivencia carece de contenido valorativo e ideal y resulta indigno, inferior a nuestra condición moral común y no merece la pena ser jugado.
Sin embargo, no bien se contempla la suerte de la dignidad y los derechos humanos que de ella emanan en el mundo contemporáneo, se advierte una relación inversamente proporcional entre el discurso y la práctica. Mientras más prolifera el primero, menos satisfactoria resulta la segunda. Los grandes avances científicos y tecnológicos no guardan armonía con el progreso político y moral, y las promesas de la Ilustración, más de dos siglos después se estrellan con los hechos tozudos de los señores de la guerra y la mentira organizada.
Vayamos a los hechos. Antes del conflicto ucraniano ya se había establecido que, en 2022, 274 millones de personas necesitaban asistencia y protección humanitaria. Se trata de un aumento significativo respecto a los 235 millones de personas identificadas el año anterior, una cifra que ya representó la más alta en décadas. La ONU y las organizaciones asociadas tienen el objetivo de asistir a 183 millones de personas que tienen las necesidades más acuciantes en 63 países, lo que requerirá 41.000 millones de dólares.
El Panorama Global Humanitario (GHO) es la evaluación más completa, fiable y documentada de las necesidades humanitarias del mundo. Ofrece un panorama mundial de las tendencias actuales y futuras de la acción humanitaria con el objetivo de aunar esfuerzos en la movilización de recursos a gran escala y de explorar las oportunidades para una prestación de asistencia humanitaria más eficaz.
Todos los del informe están actualizados a fecha al 20 de noviembre de 2021. Las vidas y los medios de subsistencia individual, la estabilidad nacional y regional y décadas de desarrollo están en peligro. El coste de la inacción ante estos retos es alto.
Es posible que ya se hayan alcanzado o superado importantes puntos de inflexión en cuanto al clima; la acción humanitaria debe adaptarse. Las catástrofes relacionadas con el clima son más frecuentes y variables. Hasta 216 millones de personas podrían tener que desplazarse dentro de sus propios países en 2050 debido a los efectos del cambio climático.
Mientras tanto, los conflictos políticos siguen golpeando duramente a la población civil, especialmente a los más vulnerables, como los niños y las personas con discapacidad, mientras las mujeres y las niñas siguen corriendo un mayor riesgo de violencia sexual relacionada con los conflictos. Además, se registra una serie de ataques contra los trabajadores humanitarios y sus bienes: 117 trabajadores humanitarios fueron asesinados en 2020, 108 de los cuales trabajaban en su propio país.
En la actualidad, sostiene el informe, más del 1% de la población mundial está desplazada, de la que aproximadamente el 42% son niños. La situación de millones de desplazados internos es prolongada y, respecto a años anteriores, un 40% menos puede regresar a sus hogares, sin olvidar que la Covid-19 afectó gravemente a los sistemas sanitarios de todo el mundo.
Las pruebas, el diagnóstico y el tratamiento del VIH, la tuberculosis y la malaria han disminuido. Las visitas de atención prenatal han caído en un 43% y 23 millones de niños en todo el mundo no recibieron las vacunas infantiles básicas en 2021. Los avances en materia de empleo, seguridad alimentaria, educación y sanidad que tanto costó conseguir se han invertido. La pobreza extrema está aumentando después de dos décadas de estar disminuyendo.
La recuperación de las extraordinarias perturbaciones causadas por la Covid-19 sigue siendo incierta. Las mujeres y los trabajadores más jóvenes se ven afectados de forma desproporcionada por las pérdidas de empleo. El hambre aumenta y la inseguridad alimentaria alcanza niveles sin precedentes.
A nivel mundial, 811 millones de personas están desnutridas. Las condiciones similares a la hambruna siguen siendo una posibilidad real y aterradora en 43 países del mundo. Sin una acción sostenida e inmediata, el año 2022 podría ser simplemente catastrófico
La inflación de la deshumanización
El número de personas necesitadas sigue aumentando a un ritmo alarmante. El informe sostiene claramente que durante este 2022, 274 millones de personas necesitarán asistencia y protección humanitaria. Las Naciones Unidas y las organizaciones asociadas se proponen ayudar a 183 millones de personas que se encuentran en una situación de mayor necesidad en 63 países, lo que requerirá 41.000 millones de dólares.
Hoy una de cada 29 personas en todo el mundo necesita ayuda, otro aumento significativo respecto a años anteriores: 1 de cada 33 en 2020 y 1 de cada 45 en 2019. Las necesidades siguen aumentando, impulsadas por la confluencia de la inestabilidad política, el aumento de los niveles de desplazamiento, los impactos climáticos y los efectos de la pandemia.
Las crisis han ampliado su alcance geográfico dentro de Estados ya debilitados. El aumento de las necesidades humanitarias también está siendo impulsado por catástrofes naturales concretas, como el terremoto de Haití y los huracanes Eta y lota en Centroamérica.
En Afganistán, la peor sequía de los últimos 27 años y los efectos acumulados de más de cuatro décadas de conflicto están afectando gravemente a la seguridad alimentaria: incluso después de la cosecha, el 57% de los hogares no tenían suficientes reservas de alimentos para los tres meses siguientes.
Las necesidades totales del Panorama Global Humanitario se han duplicado en sólo cuatro años. Este año hay nueve planes para países con necesidades superiores a 1.000 millones de dólares: Afganistán, República Democrática del Congo, Etiopía, Nigeria, Somalia, Sudán del Sur, Sudán, Siria y Yemen, así como tres planes regionales que superan los 1.000 millones de dólares de necesidades totales.
En 2022, un mayor número de personas serán objeto de asistencia. Los conflictos, la pobreza, la creciente inseguridad alimentaria y otras vulnerabilidades han desencadenado planes coordinados en 30 países y siete regiones. Dos de ellas, Oriente Medio y Norte de África y África Occidental y Central, siguen teniendo las mayores necesidades humanitarias debido a las prolongadas crisis que no muestran signos de remitir.
En los últimos dos años se ha producido un fuerte incremento de las necesidades en Asia y el Pacífico, América Latina y el Caribe y el sur y el este de África. Hace cinco años, Haití era el único que tenía un HRP (Plan de Respuesta Humanitaria) en la región de América Latina y el Caribe, ahora son seis.
Materias primas y la falacia de guerras desintegradoras
No podemos hacer abstracción de la situación humanitaria actual sin tener en cuenta el marco general de la globalización. Es cierto que la guerra ha sido una característica de las sociedades humanas de todos los tiempos ahora bien cabría preguntarnos si es la guerra la solución a las crisis económicas o por la consolidación del poder político, militar, económico.
Mientras los explotadores sigan dominando la sociedad y decidan los destinos de la política mundial los hombres experimentarán tragedias sangrientas y los derechos humanos serán simples paradojas de los grandes humanistas, a una realidad insensible.
Hoy nos encontramos con una nebulosa abstracta de falsos pretextos de una pretendida comunidad internacional que decide a qué país bombardear, sobre todo si éste posee materias primas, que en su afán de ganancias conquistan, saquean, avasallan a los pueblos. Además, en este marco globalizado se puede contar hasta con la complicidad de organismos dispuesto a autorizar y organizar las guerras.
No hay dinero para la protección humanitaria, pero sí lo hay para establecer y mantener guerras: desde el comienzo del conflicto ucraniano la ayuda en seguridad de Estados Unidos a Ucrania asciende ya a unos 6.100 millones de dólares , a lo que hay que agregar los organismos internacionales como el FMI, BM la UE, todos bajo la egida de los EEUU bombeando recursos, aunque se calcula que el país necesita entre 5.000 y 7.000 millones de dólares al mes para funcionar.
Estamos en la encrucijada de los caminos entre la falacia y la realidad, donde la nueva pandemia de Occidente se llama Rusia.
La guerra no es una perversión de la política, en sí misma. Tampoco es nueva en la historia de la humanidad. Sin embargo, el capitalismo es un sistema donde es inherente la violencia, la guerra y el terror. Es crucial darse cuenta de que la prisa por crear enemigos y sembrar el miedo ahora es desesperada, por lo tanto altamente peligrosa, ya que se basa en la agresión y en la negación del fracaso estructural del sistema que hace agua por todas partes.
La sobrevaluación grotesca de las bancas centrales de todos los activos de riesgo establecidas en acciones, bonos y propiedades, sugiere que las élites continuarán usando su librito de jugadas políticas para ganar más tiempo y posponer el estallido de una burbuja de deuda que comenzaron a inflar años antes de que el Covid, Putin y China se convirtieran en los chivos expiatorios favoritos.
Ucrania en realidad proporciona una imagen literal de los mecanismos utilizados por el núcleo central del capitalismo. Detrás de sus historias los políticos occidentales, bajo la presión de sus jefes financieros, continúan saboteando la diplomacia sancionando a Rusia y bombeando toneladas de armas a Ucrania, así como miles de millones en ayuda financiera.
Carlos Marx argumentaba que el capitalismo había nacido chorreando sangre por todos los poros de la piel… La realidad así lo admite y corrobora.
*Periodista uruguayo acreditado en la ONU- Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)