La ‘desoccidentalización’ de China
Xulio Ríos
La discusión originada por la propuesta de una nueva denominación-traducción del vocablo «dragón», que pasaría a mejor vida denominándose a partir de ahora «loong», evidencia la preocupación existente en China por mitigar las aristas en su relación con Occidente, también en el orden cultural.
La iniciativa es controvertida. Por dos razones esenciales. La primera, admitiendo el diferenciado carácter benévolo en la cultura china y malévolo en la cultura occidental del dragón, es notorio que se ha avanzado mucho en la comprensión de esa diferente visión. Por otra parte, intentar suprimirla priva de un argumento para validar la apuesta por seguir una senda propia que precisamente tiene en la cosmovisión cultural una raíz ejemplificadora de alto voltaje de la que sería absurdo prescindir.
Hasta que punto la promoción de este enfoque supone un cambio en la cultura política de China es igualmente objeto de discusión. Ese esfuerzo de aproximación que representa el fomento del loong en detrimento del dragón para construir puntos de encuentro contrasta con las tendencias políticas que, en lo cultural, tanto reafirman el etnonacionalismo como la desoccidentalización. Al abrigo de estas políticas podemos situar tanto las medidas de reafirmación cultural como, en paralelo, de acotación de las restricciones de signo extranjero.
El xiísmo, en general, se ha identificado con el fomento de la desoccidentalización. En sí, el concepto es polémico. De una parte, lo notorio es la reafirmación cultural, un proceso que diferenciaba ya el denguismo tardío del maoísmo, activamente confrontado a muchas señas de identidad de la cultura tradicional. Asimismo, en la idea de desoccidentalización impera su contenido liberal; sin embargo, tan occidental es el liberalismo como lo es el marxismo y ambos tienen igual vocación mesiánica y universal mientras que en China todo pasa por la localización o sinización y la ausencia de cualquier tipo de mesianismo.
El xiísmo apunta a una reivindicación del ideario marxista y es marcadamente antiliberal en lo ideológico. Pero decir que es antioccidental cuando reivindica el marxismo es peliagudo. Incluso podríamos hablar de «reoccidentalización» de nuevo signo habida cuenta el relativo abandono del cultivo marxista en lo ideológico durante el denguismo. Precisamente, un concepto del día a día en la China de Xi es la sinización del marxismo como instancia de adaptación.
En realidad, se formula un doble blindaje ideológico que tiene como fundamento ese pilar de la lealtad a la misión fundacional. El marxismo figura en el vademecum de partida del PCCh y constituye una garantía para el ejercicio del poder en una perspectiva estratégica conforme interesa en la actualidad al proyecto modernizador del PCCh. Tanto para formular los objetivos de la actual y decisiva etapa como para asegurar el rumbo con prácticas de contenido diverso que acotan restrictivamente el marco liberal de libertades.
La cultura propia es otro pilar, quizá más efectivo ante la sociedad, pues sintoniza con ella de modo natural. Sugiere, en ambos casos, la necesidad de una adaptación ideológica del pensamiento universal, del signo que fuese, y reafirma la procedencia de conformar una vía propia hacia el desarrollo sólidamente anclada en la soberanía.
En efecto, aferrarse a los valores culturales singulares es una forma de compromiso con la soberanía nacional y constituye un valor de significativo alcance para dificultar la influencia e intromisión o manipulación por parte de actores exteriores en la política interna. Una extralimitación podría propiciarse de persistir en un intenso hostigamiento de manifestaciones culturales asociadas al orbe liberal occidental o en una producción propia de fenómenos que dificulten el diálogo intercultural.
En ese equívoco de imputación a China de un genérico afán desoccidentalizador por motivos ideológicos y políticos cabe tener en cuenta igualmente la intención de reducir la dependencia económica de las economías occidentales. Resulta paradójico cuando ha sido Occidente quien se ha destacado en la promoción de una guerra comercial en toda regla e impone restricciones, día si y día no, que permite ganar terreno al desacoplamiento. Por el contrario, a China le interesa fomentar la interdependencia, porque su economía la necesita pero igualmente porque representa un factor que bien pudiera contribuir a incrementar su influencia global y a atemperar las tensiones geopolíticas y procurar más estabilidad.
Por tanto, significar como tendencia de la política china actual el aislamiento es una afirmación que habría que matizar mucho. Incluso podríamos avanzar argumentos para señalar a las potencias más desarrolladas como aislacionistas en la medida en que la preservación de su hegemonía parece requerir más y más disposiciones de contención de la principal potencia emergente. Identificar reafirmación de lo propio con propósito de enmienda absoluta de la trayectoria denguista de inserción internacional no se corresponde con la realidad. No obstante, el juego de las tensiones geopolíticas si puede derivar en una segmentación cuyo alcance último resultará de la voluntad y capacidad interpartes para conjurarla.