Crisis ecológica: la ilusión de desvincularse del crecimiento

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Romaric Godin

En la década que ha transcurrido desde que se hizo imposible negar la realidad concreta de la crisis ecológica, una idea se ha convertido en la ideología central del pensamiento económico dominante: el desacoplamiento. La idea es sencilla: hay que perseguir el crecimiento económico, medido por el producto interior bruto (PIB), reduciendo al mismo tiempo el uso de recursos naturales y recortando las emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente de dióxido de carbono. De este modo, crecimiento y ecología podrían conciliarse.

La disociación es implícita o explícitamente el objetivo de acuerdos internacionales como el Acuerdo de París sobre el Clima de 2015, pero también de grandes organizaciones como el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), el Banco Mundial y el Foro Económico Mundial (FEM). También está en el centro de la estrategia Green Deal de la Unión Europea. La mayor parte de la acción pública en materia de medio ambiente se basa ahora en esta idea.Diez años de crisis económica en 100 años de crisis ecológica

La fuerza del argumento de la desvinculación es triple.

En primer lugar, es una idea atractiva porque es profundamente conservadora. Ofrece la promesa de resolver la crisis ecológica en el marco de un statu quo social y económico en el que el crecimiento económico sigue siendo central y los estilos de vida sólo cambian marginalmente. Es, por tanto, una forma de reivindicar la conciencia ecológica manteniendo intacta la organización social.

El desacoplamiento también permite proclamarse progresista. El “crecimiento verde” que defiende es en realidad la evolución normal del capitalismo, cuya capacidad de adaptación se considera inalterable. La dirección de la historia conduciría por tanto al desacoplamiento, tanto por los cambios en la forma de producir valor mediante la terciarización, como veremos más adelante, como por los cambios tecnológicos que permitiría el sistema económico. Por tanto, el desacoplamiento es también una forma de tecnosolucionismo que confía ciegamente en el uso capitalista de la ciencia. Aquí, el conservadurismo social se esconde detrás de un pseudocientifismo progresista. Políticamente, esta mutación tiene una fuerza formidable que permite considerar el desacoplamiento como el campo de los “ilustrados”: se trata de “confiar en la razón”.

La última fuerza del desacoplamiento es su generalización. En otras palabras, su capacidad de utilizar casos de desacoplamiento cuidadosamente seleccionados para demostrar su viabilidad a nivel global. Este trabajo sobre los datos también demostraría que el desacoplamiento es una realidad y no una quimera.

Tendencias de la huella material, el PIB y las emisiones de CO2 a escala mundial. Agencia Europea de Medio Ambiente, 2020.

De hecho, en los últimos diez años aproximadamente, los ejemplos de disociación de las emisiones de CO2 y el crecimiento económico se han multiplicado y son innegables. La economía dominante ha aprovechado estos hechos para demostrar la viabilidad de la disociación y la posibilidad de su generalización. No faltan trabajos en este sentido, que se han convertido en ejercicios esenciales para cualquier macroeconomista al uso.

Por ejemplo, esta nota del banco holandés ABN-Amro, elegida entre cientos de otras y fechada en febrero de 2023, presenta estos desacoplamientos simples en varios países avanzados y concluye: “La reducción de las emisiones de carbono no tiene por qué ir acompañada de una caída del crecimiento económico”.

Así pues, si los países emergentes no se desacoplan, es porque no se están desarrollando y falta financiación para inversiones “verdes”. Si esta financiación llega, la disociación generalizada será posible.

La solución a la crisis ecológica se convierte entonces en un simple problema financiero. Toda la batalla ecológica se reduciría a proporcionar los recursos financieros y sociales para desacoplar la economía de quienes defienden una economía que sigue basada en el carbono y consume recursos naturales, y de quienes están a favor del declive. Además, estos últimos son presentados ahora claramente por las élites económicas y sociales como sus principales enemigos.

El carácter tácito del desacoplamiento

Como señala Éloi Laurent, economista crítico con el crecimiento y autor de Sortir de la croissance (Les liens qui libèrent, Poche +, 2021) y Économie pour le XXIe siècle (La Découverte, 2023), el origen de la idea de desacoplamiento se encuentra en una teoría construida en los años noventa, sobre todo en el Banco Mundial, en torno a la “curva medioambiental de Kuznets”.

La curva original ideada por el economista estadounidense Simon Kuznets en los años 50 establecía una “curva de campana” entre desigualdad y crecimiento. En las primeras etapas del crecimiento, la desigualdad aumentaba, y luego, llegado a cierto punto, el crecimiento producía un descenso de la desigualdad.

Este patrón se ha aplicado a la cuestión de los daños medioambientales. En las primeras fases del desarrollo, los daños aumentan, luego, en una determinada etapa, el crecimiento aumenta y los daños disminuyen. “De ahí viene toda la idea del desacoplamiento, porque este segundo segmento descendente de la curva promete que podemos ser cada vez más ricos siendo cada vez más virtuosos ecológicamente”, explica Éloi Laurent.

El problema es que los fundamentos de la curva de desigualdad original de Kuznets ya son cuestionables, y los de la curva medioambiental lo son aún más. En primer lugar, hay que saber de qué fenómeno estamos hablando. Existen varios tipos de desacoplamiento y varias formas de calcular este fenómeno.

La primera distinción es entre desacoplamiento relativo y absoluto. El desacoplamiento relativo describe un crecimiento del PIB más rápido que el crecimiento del uso de los recursos o de las emisiones de CO2. En otras palabras, si bien es cierto que se necesitan menos recursos por unidad de crecimiento del PIB, este último sigue requiriendo un aumento del uso de recursos o de las emisiones de CO2.

La disociación absoluta, por su parte, describe una situación en la que el PIB sigue creciendo y el uso de recursos o las emisiones de CO2 disminuyen. En este caso, el crecimiento va acompañado de una reducción absoluta de su peso ecológico.

Evolución de la huella material total (PM), el PIB y el consumo interno de materiales (CIM). Hickel y Kallis, 2019.

 

Luego está la cuestión de la realidad de las emisiones generadas por una economía. Con la globalización, gran parte de la producción industrial que consume recursos y emite CO2 en los llamados países avanzados se ha trasladado a países con bajos costes laborales. Lógicamente, esto reduce la relación entre el crecimiento del PIB y las emisiones de CO2 en estos países, sin reducir el nivel real de emisiones. Por tanto, más que la producción, lo que tiene sentido es el enfoque del consumo o de la huella de carbono.

Por no mencionar el hecho de que la globalización ha generalizado el modo de desarrollo capitalista y, en consecuencia, ha aumentado las necesidades energéticas “internas” de las economías emergentes para sus propias necesidades y desarrollo. Por tanto, se subestima el coste ecológico de la deslocalización.

Y hay un último problema: la crisis ecológica no es sólo una crisis vinculada a las emisiones de CO2 o al calentamiento global, es una crisis global de los recursos, los ecosistemas y la biodiversidad. Y sin embargo, las medidas utilizadas para reducir las emisiones de CO2 consumen a menudo otros recursos y métodos ecológicamente cuestionables o peligrosos. Este fenómeno es obviamente muy complejo de cuantificar, pero no por ello es menos real. La deforestación o la extracción de tierras raras no son “soluciones” a la crisis, sino desplazamientos del problema.

En general, una de las principales cosas que no se dicen sobre el desacoplamiento reside en la cuestión del desplazamiento (“shift”)que se oculta mediante una cuidadosa elección de datos que apenas refleja la naturaleza de la crisis ecológica.

Así pues, todos los debates en torno a la desvinculación son ante todo debates sobre estas definiciones y la utilización de los criterios. Éloi Laurent recuerda que “las Naciones Unidas sólo tienen en cuenta las emisiones de CO2 a nivel de la producción”, a pesar de que, añade, para un país como Francia, “la diferencia entre el enfoque de la producción y el del consumo ronda el 40%”.

La realidad de la disociación

Detrás de la avalancha de gráficos que supuestamente demuestran la existencia del desacoplamiento, la realidad es que es limitado, a menudo temporal e insuficiente. Un estudio de 2018 realizado por varios investigadores de la Universidad vasca de Bilbao intentó medir el alcance del fenómeno teniendo en cuenta las huellas de carbono del crecimiento del PIB en 126 países durante un periodo de catorce años (de 2000 a 2014). Sus resultados muestran que 93 países no experimentaron desacoplamiento alguno durante este periodo, mientras que 27 experimentaron un desacoplamiento absoluto.

Pero los detalles del estudio reducen aún más la relevancia de la historia de la desvinculación. La inclusión de la huella de carbono ha dado lugar a una importante revisión a la baja de las estimaciones anteriores sobre la desvinculación: el número de países que experimentaron una desvinculación absoluta ha descendido de 40 a 27. Además, 80 países experimentaron sólo una desvinculación temporal.

Además, 80 países experimentaron sólo una desvinculación temporal durante el periodo y vieron cómo su huella de carbono aumentaba con el crecimiento. Por último, según estos investigadores, la mayoría de los países que se han desacoplado son países con un bajo desarrollo humano. Según este estudio, sólo seis países lograron una desvinculación absoluta durante el periodo, con un índice de desarrollo humano superior a 0,8. Este resultado pone en entredicho la famosa “curva medioambiental de Kuznets”, según la cual la disociación está ligada al estado de la economía y a un simple problema de financiación.

La situación no es mucho más alentadora cuando se trata de la utilización de los recursos. Éloi Laurent señala que, contrariamente a la imagen promovida por los partidarios del “crecimiento verde”, la llamada desmaterialización de la economía no ha conducido a una reducción global de los recursos. Ni mucho menos. “El mundo nunca ha consumido tantos recursos”, señala, añadiendo que “en el mundo se consumen tres veces más recursos que en 1970”.

Y ahí está el problema. El desacoplamiento sólo puede validarse en el contexto de una crisis ecológica mundial si su realidad es a su vez mundial y suficiente. Pero esto también se olvida a menudo. “Nadie niega que pueda haber un desacoplamiento relativo a escala mundial, pero poco importa si cada año la huella material del crecimiento económico nos acerca un poco más a los puntos de inflexión planetarios, que son de naturaleza biofísica”, añade Éloi Laurent.

Evolución de la huella material global y el PIB © Hickel y Kallis, 2019.

En un artículo de 2019, “¿Es posible un crecimiento verde?”, dos investigadores, Jason Hickel y Giorgos Kallis, concluyen que, si bien la disociación absoluta entre PIB y recursos es posible en algunos países avanzados, no parece factible a escala mundial, “ni siquiera en los mejores escenarios posibles”.

Para ser serio, el desacoplamiento debe ser, como señala el economista del decrecimiento Timothée Parrique en su libro Ralentir ou périr (Le Seuil, 2022), absoluto, de baja intensidad material, global y permanente. Sin embargo, los trabajos realizados en 2019 por este economista, el de otro equipo en 2020 y el publicado en The Lancet en 2023 por Jason Hickel y Jefim Vogel han demostrado que el desacoplamiento observado era sobre todo relativo y, en cualquier caso, muy alejado de las necesidades de la crisis ecológica.

El último estudio citado también es interesante porque demuestra que incluso los casos de desacoplamiento absoluto son insuficientes para cumplir los objetivos del Acuerdo de París de 2015. Para cumplirlos, sostienen los autores, la desvinculación media tendría que ser diez veces mayor a partir de 2025. En otras palabras: no sólo la existencia de una desvinculación limitada geográficamente es una ilusión, sino que su escala es insuficiente para satisfacer las necesidades ecológicas.

Los callejones sin salida de la disociación

¿Por qué la disociación no puede ser una estrategia seria? Hay muchas razones, y a menudo se combinan. Pero pueden resumirse en una idea: la centralidad del crecimiento económico. En la lógica del desacoplamiento, preservar el crecimiento es la prioridad y el coste ecológico de esta prioridad es la variable que intentamos reducir.

La lógica es la de la economía ortodoxa: el medio ambiente es una “externalidad” que se tiene en cuenta en la política económica. Es el crecimiento el que permitirá gestionar la situación ecológica, como se ha dicho, a través de la financiación y la inversión. Así pues, en la gestión de la crisis ecológica no hay que hacer nada para bloquear el crecimiento, porque el crecimiento se convierte en el motor de la solución de la crisis ecológica.

Esto es lo contrario del enfoque en el que el aspecto medioambiental pasa a ser central, porque es vital, y exige que se adapten las estructuras económicas. En este enfoque “metabólico”, el medio ambiente y la sociedad, o si se quiere el hombre y la naturaleza, se sitúan en una lógica de interdependencia y coexistencia. En el enfoque de la disociación o del crecimiento verde, la economía se sitúa en el centro y controla las externalidades medioambientales. Esta visión conduce inevitablemente a peligrosas trampas.

Transferir el problema

La primera ya se ha mencionado: transferir el problema. Un problema ecológico se resuelve abriendo inmediatamente otro problema, precisamente porque el objetivo no es resolver este problema, sino solucionarlo en el marco del crecimiento. Hay muchos ejemplos de ello, como el uso de combustibles “verdes”, que ha provocado una deforestación acelerada en la Amazonia.

Otro escollo es la ilusión de la desmaterialización. Con la aparición de las tecnologías digitales surgió la idea de una economía sin producción material, que podría ser la punta de lanza de la disociación. En realidad, estas tecnologías consumen mucha energía y recursos materiales.

Este es, por cierto, uno de los límites de la solución tecnológica que a menudo se propone y que, con una financiación adecuada, permitiría mantener el crecimiento, en particular mediante el consumo de energías “limpias”. Estas tecnologías no se desmaterializan: requieren recursos que representan una carga ecológica considerable.

El efecto rebote

El segundo escollo es el “efecto rebote”. Se trata de un efecto bien conocido en economía, teorizado por el economista William Stanley Jevons en una famosa “paradoja” en el siglo XIX. El fenómeno es simple: si reducimos el consumo de recursos necesarios para producir un bien, es decir, si aumentamos la eficacia de la producción (su “productividad”), ello no conduce a una reducción global del consumo de recursos, sino al contrario, a un aumento del consumo de recursos, ya que es más barato producir. Esto es precisamente lo que Jevons identificó con el consumo de carbón y las máquinas de vapor.

Como señala Thomas Parrique en Slow Down or Perish, este efecto puede ser directo, como se describe aquí, o indirecto al permitir la reinversión en otras actividades intensivas en recursos. También puede producirse a nivel macroeconómico e internacional, lo que es pertinente aquí en el contexto de la crisis ecológica. Este efecto rebote es claramente un obstáculo para la lógica del tecnosolucionismo y la de la curva ecológica de Kuznets.

La lógica del crecimiento

La tercera gran limitación es la propia lógica del crecimiento, que sigue siendo central. No se trata de limitar el crecimiento, sino de convertir el “desacoplamiento” en una “oportunidad”. De hecho, esto es lo que afirma abiertamente el plan europeo “Green Deal”: hacer de la transición una nueva fuente de crecimiento.

Esto tiene una serie de consecuencias que hacen poco probable que se mantenga la desvinculación. En los ejemplos de desacoplamiento presentados, a menudo se olvida que el crecimiento alcanzado es relativamente bajo. Esto es bastante lógico en la medida en que si reducimos el uso de los recursos, reducimos también el potencial de crecimiento del PIB.

El sistema capitalista basado en una acumulación creciente no puede soportar tal desaceleración. Es más, a largo plazo, esto pone en peligro las inversiones que incluso están financiando el desacoplamiento, lo que equivale a ralentizarlo (aunque el ritmo sea demasiado lento para resolver la crisis climática).

Por tanto, hay que reforzar el crecimiento. Esto puede lograrse mediante el efecto rebote del que acabamos de hablar, o mediante el desarrollo de nuevas necesidades a las que el sistema de producción responderá con nuevos productos. En ambos casos, estos movimientos no pueden sino reducir aún más el desacoplamiento, o incluso ponerle fin. Esto explica por qué, como hemos visto, el desacoplamiento suele ser temporal.

Queda una última opción: aumentar la producción de valor reprimiendo el mundo del trabajo, es decir, presionando sobre los salarios y las condiciones de trabajo. Pero esta opción plantea un doble problema: reduce la capacidad de consumo y, por tanto, no refuerza el crecimiento y, en segundo lugar, propone un mundo poco envidiable, aunque la promesa del desacoplamiento sea evitar el empobrecimiento que potencialmente provocaría el decrecimiento.

La ilusión de la terciarización

En realidad, la crisis económica y la crisis ecológica están estrechamente vinculadas. La ralentización del crecimiento ha conducido a la creación de nuevas necesidades ecológicamente perjudiciales y a una carrera desenfrenada hacia ciertas actividades contaminantes, sobre todo en el contexto de burbujas inmobiliarias, como la que asoló China y condujo a una sobreproducción masiva de hormigón.

Por tanto, la disociación podría considerarse no como una solución, sino como un síntoma de un sistema que se esfuerza por mantener un ritmo de crecimiento satisfactorio según sus propios criterios, a pesar de un consumo de recursos cada vez mayor, aunque más lento.

En este contexto, la “terciarización de la economía”, presentada a veces como una panacea, es un síntoma de este fenómeno. Las profesiones de servicios, que tanto se han desarrollado para compensar la pérdida de ganancias de productividad en la industria, son menos productivas. Producen menos valor y, por tanto, menos crecimiento. En este sentido, son un problema para el capitalismo mundial porque lastran el ritmo de acumulación.La tercerización en la economía

Pero al mismo tiempo, contrariamente a la creencia popular, estas profesiones de servicios no son ecológicamente neutras. También consumen importantes recursos materiales, cuando no destruyen el medio ambiente. Tomemos como ejemplo el turismo o las finanzas, donde la negociación de alta frecuencia y las criptomonedas se han convertido en enormes consumidores de energía. También en este caso, la desmaterialización ha sido una ilusión.

En su artículo de 2019, Jason Hickel y Giorgos Kallis subrayaron que la terciarización no ha conducido a un menor uso de los recursos naturales. Entre 1997 y 2015, la participación de los servicios en el PIB mundial pasó del 63% al 69%, y sin embargo el uso de recursos siguió aumentando.

Por tanto, la relativa desvinculación de la economía contemporánea podría no ser más que el síntoma de un sistema que se agota, en una carrera desenfrenada por movilizar todos los recursos para producir una décima de PIB.

¿PIB a cualquier precio?

Por supuesto, siempre cabe esperar una especie de “Grand Soir tecnológico”, que se ha convertido en la última línea de defensa de los partidarios del crecimiento. Tras haber admitido la insuficiencia del fenómeno, afirman ahora estar a la espera de futuros cambios tecnológicos que permitan alcanzar el desacoplamiento ideal.

En un momento en que la crisis ecológica se agrava visiblemente, esas vagas promesas son más una cuestión de fe ciega en el capitalismo que un examen razonable de la situación. Tanto más cuanto que la tecnología capitalista tiene las mismas limitaciones frente a la crisis ecológica que acabamos de describir, y que los avances siguen pareciendo limitados.

Sin embargo, es evidente que no se puede descartar por completo una solución tecnológica. Algunos, como el presidente del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, en 2017, han afirmado que una “cuarta revolución tecnológica” basada en una mezcla de nanotecnología, inteligencia artificial, biotecnología e impresión 3D sería capaz de “arreglar” el sistema planetario.

a close-up of a hand holding a white tabletAunque esto sigue siendo profético, Michael Albert, investigador en ciencias políticas de la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos, se propuso comprender las consecuencias de este uso de la tecnología en un artículo publicado en 2020. Su conclusión es inequívoca: “Si bien estas tecnologías permitirán una forma de desacoplamiento absoluto, también intensificarán los riesgos de bioseguridad, ciberseguridad y control estatal”.

En su opinión, la solución tecnológica, pregonada como una especie de magia paradisíaca, presupone en realidad un “régimen de seguridad mundial dotado de capacidades de vigilancia y de movilización de fuerzas sin precedentes”. En otras palabras, un régimen biopolítico autoritario, que de nuevo parece un callejón sin salida.

Y ahí está el quid de la cuestión. Al querer salvar el PIB a toda costa, el desacoplamiento presupone que el PIB es un elemento esencial del bienestar. Sin embargo, nada es menos cierto. “El desacoplamiento elude la cuestión de si el PIB conduce realmente al bienestar”, confirma Éloi Laurent, para quien la situación actual en Estados Unidos es la prueba de que no es así. “Estados Unidos ha dado prioridad al PIB y al crecimiento, y esta situación pone directamente en peligro la democracia al no medir la fractura del país por las desigualdades sociales”, subraya. Sin resolver, por supuesto, el problema ecológico.

Es sin duda esta fe ciega en el PIB el aspecto más problemático del desacoplamiento. Su planteamiento pretende evitar el colapso de los modos de vida contemporáneos mediante lo que se considera un decrecimiento regresivo, pero sólo salva el fetiche de la “economía”. “El decrecimiento se blande como un espantapájaros, pero el sistema que está destruyendo la biosfera, ampliando las desigualdades sociales y poniendo en peligro la salud de las personas es el sistema de crecimiento”, prosigue Éloi Laurent, para quien es “el crecimiento el que empobrece”.

*Es periodista desde 2000. Se incorporó a Mediapart en mayo de 2017, donde sigue la macroeconomía, en particular la francesa. Ha publicado, entre otros, La monnaie pourra-t-elle changer le monde Vers une économie écologique et solidaire, 10/18, 2022 y La guerre sociale en France. Aux sources économiques de la démocratie autoritaire, La Découverte, 2019. Publicado en sinpermiso.info