Marx y la guerra de clases: ¿sueña Elon Musk con esclavos en Marte?
Josefina L. Martínez
Los grandes avances tecnológicos y científicos, en manos de los capitalistas se vuelven instrumentos para redoblar la precariedad, el control de la mano de obra y el expolio
Elon Musk y Jeff Bezos, los dos hombres más ricos del mundo, serían dignos supervillanos de muchas películas, aunque en este caso la realidad es mucho peor que la ficción. Ambos son propietarios de emporios multinacionales que explotan a millones de personas y que incluyen ambiciosos proyectos espaciales, redes satelitales, investigación en IA, cadenas logísticas globales, plataformas de venta online, medios de comunicación, redes sociales, infraestructuras de servidores, fábricas automovilísticas y mucho más.
La fortuna personal de Elon Musk se calcula en 240.000 millones de dólares y la de Jeff Bezos en 200.000 millones, según Forbes. Pero eso no es todo: ¡ambos compiten actualmente en la carrera espacial por Marte! La NASA tiene varios contratos con las empresas SpaceX (Elon Musk) y Blue Origin (Jeff Bezos), como parte de un programa para instalar bases en el planeta rojo.
Según una investigación del New York Times, SpaceX ha creado varias divisiones de investigación con el objetivo a largo plazo de construir una colonia autosostenible en Marte. El proyecto tendría por delante todo tipo de obstáculos. La creación de cohetes reutilizables de grandes dimensiones para trasladar enormes cantidades de materiales e insumos sería solo el primero de los problemas. Mientras algunos científicos estarían trabajando en el diseño de trajes espaciales para resistir condiciones ambientales hostiles, otros indagan si sería posible la reproducción biológica de la especie humana fuera de nuestro planeta.
Elon Musk desmintió en X que hubiera donado esperma para evaluar las posibilidades de cultivar una pequeña colonia de terrícolas en el espacio, una posibilidad verosímil teniendo en cuenta su personalidad. Musk adhiere a la ideología pronatalista de los neorreaccionarios (NRx), un movimiento encabezado por millonarios ultraconservadores que financian al actual candidato a la vicepresidencia de EEUU, James D. Vance. Estos se definen como antiigualitaristas, contrarios a la ilustración y a la democracia liberal. Piensan que están llamados a “salvar a la humanidad” mediante el desarrollo tecnológico y políticas oligárquicas.
Promueven que los países más ricos suban las tasas de natalidad (natalidad blanca, claro está), para evitar la amenaza del “gran reemplazo” provocado por oleadas migratorias. Musk ya tiene 10 hijos con diferentes mujeres. No es extraño que considere que su propia “semilla” sería la más adecuada para iniciar una nueva especie afincada en Marte. Más nazi, no se puede.
Los delirios de grandeza de Elon Musk (le gusta llamarse a sí mismo “Emperador de Marte” o “Tecno Rey de Tesla”) no son ajenos a una época de crisis profunda del orden neoliberal occidental, en la que emergen figuras aberrantes que, a su modo, expresan la locura de la razón económica. Su ambición es llevar al extremo la irracionalidad capitalista, en su propio beneficio, como nuevos sheriffs acaudalados de un oeste salvaje.
No por nada, Elon Musk es el capitalista más admirado por Javier Milei, otro que cree que tiene línea directa con la divinidad y que habla con sus perros en el más allá. Cierto es que también están unidos por intereses más “terrenales”: Musk busca quedarse con las codiciadas reservas de litio del norte argentino y ya ha comenzado su avanzada en el país con la empresa de satélites Starlink.
Si bien Marx ya había señalado que el capitalismo busca transformar el mundo entero a su imagen, quizás se hubiera sorprendido del grado de megalomanía de estas nuevas personificaciones del capital en el siglo XXI.
Del sueño tecnológico californiano a los talleres ocultos del capital
Alguien podría pensar que estos supermillonarios juegan algún papel progresivo en la sociedad, ya que con su “iniciativa emprendedora” impulsan proyectos que beneficiarán a todos. Si creyéramos al pie de la letra el mito de Silicon Valley, Amazon debería su éxito a la genialidad de Jeff Bezos y su audacia para aprovechar las oportunidades del mercado. Ya planteamos en un artículo anterior algunas cosas sobre el credo ultraliberal de la libertad como libertad de mercado.
Conforme a esta ideología, el emprendedurismo de las tech abre el camino para que florezcan mil flores, porque todos tendrían la posibilidad de acceder al juego. El premio será para quienes arriesgan y ganan: una oda a la meritocracia neoliberal. Pero las cosas no son lo que parecen.
En 2021, Jeff Bezos realizó un viaje de diez minutos al espacio como parte de su proyecto de “turismo espacial”. En la rueda de prensa que dio al regresar, hizo declaraciones bastante provocadoras: “Quiero dar las gracias a todos los trabajadores de Amazon y a todos los clientes de Amazon. ¡Porque vosotros habéis pagado todo esto!”. Marx le hubiera dado la razón: lo pagamos todos.
Amazon es la empresa de logística más grande del planeta y la mayor empleadora: más de un millón y medio de trabajadores precarios contratados de forma directa y cientos de miles que trabajan para Amazon a través de empresas externalizadas. En sus grandes almacenes, miles de trabajadores y trabajadoras son sometidos cada día a intensos ritmos de trabajo, controlados mediante escáneres, cámaras y algoritmos. Para Amazon, son un engranaje más en las cadenas globales de suministros y la “logística inteligente” que permite mover con rapidez y a través de largas distancias mercancías producidas en países con mano de obra todavía más barata y sin derechos.
Por eso los trabajadores de Amazon salen a la huelga en muchos países con el lema: “No somos robots”. La empresa de Jeff Bezos es conocida por sus prácticas antisindicales en todo el mundo. Como analizamos con detalle en el libro Amazon desde dentro: el secreto está en la explotación(CTXT, 2024), Amazon utiliza tecnologías propias del siglo XXI para imponer condiciones laborales del siglo XIX. Y es ahí donde hay que buscar uno de los secretos más importantes de la fortuna de Jeff Bezos.
Marx analizó los secretos ocultos de la producción capitalista, develando las mentiras del relato liberal sobre un “intercambio entre iguales” en el mercado laboral (uno de los sentidos comunes más extendidos en nuestra sociedad). Cuando, de una parte, hay millones de personas que dependen de un salario para sobrevivir, y, del otro lado, se encuentran capitalistas multimillonarios, a eso no lo podemos llamar “intercambio igualitario”.
La igualdad formal encubre una desigualdad sustancial que está presente en las relaciones sociales. Millones de seres humanos no pueden cubrir las necesidades mínimas de alimentarse, tener una vivienda, reproducirse y poco más, a no ser que pasen gran parte de su vida en el trabajo asalariado. Muchos otros ni siquiera tienen esa opción.
El secreto de la ganancia capitalista está en la apropiación del trabajo ajeno, eso que llamamos explotación. Como explicó el economista marxista belga Ernest Mandel: “El origen de la plusvalía está, pues, en el trabajo excedente, en el trabajo gratuito apropiado por el capitalista. ‘Pero eso es un robo’, se gritará. La respuesta debe ser ‘sí y no’. Sí, desde el punto de vista del obrero; no, desde el punto de vista del capitalista y de las leyes del mercado”.
Es decir, se trata de un robo legalizado. Si los capitalistas pueden apropiarse de ese plusvalor creado por el trabajo de los obreros, es porque estos se han transformado en una mercancía (su fuerza de trabajo), porque no tienen otro modo de sobrevivir que vender su fuerza de trabajo en el mercado.
El capital es insaciable, su tendencia a la expansión y la concentración está inscrita en su ADN. Eso que fue vislumbrado por Marx adquiere dimensiones inéditas. Entre las empresas tecnológicas, la concentración de capital ha crecido con un ritmo fenomenal. YouTube fue adquirida por Google, Twitter fue comprada por Elon Musk, Facebook se quedó con Instagram, Amazon ha adquirido numerosas empresas que eran su competencia, desde cadenas de librerías online hasta supermercados.
En un plazo de veinte años, el club de las empresas más grandes en términos de capitalización bursátil ha cambiado bastante. Mientras que en el año 2000 el top five lo encabezaban Exxon Mobil, General Electric, Microsoft, Citigroup y BP (hidrocarburos), para el 2019 el ranking lo lideraba Apple, seguida de Microsoft, Alphabet (Google), Amazon y Facebook. Su poder económico es tan grande, que algunos incluso creen ver la aparición de un nuevo tipo de feudalismo tecnológico. La realidad es que las tendencias a la concentración monopolística, propias del capitalismo desde fines del siglo XIX, no han dejado de aumentar en las últimas décadas. La competencia no desaparece, sino que se exacerba entre empresas de proporciones gigantescas.
Los secretos de Elon Musk: subvenciones estatales y explotación infantil
Elon Musk es propietario de Tesla, la empresa líder en producción de automóviles eléctricos. Cuando muchos países apuestan por planes para reemplazar los rodados de combustible fósil por nuevos modelos “sostenibles”, esa industria es un nicho para grandes negocios capitalistas. Una producción que viene siendo regada con miles de millones en ayudas estatales, desde los fondos europeos Next Generation a otras iniciativas de financiación. Noruega, el país con mayor porcentaje de coches eléctricos del mundo, sostiene ese crecimiento a base de una caja de subvenciones estatales sin igual, todo en nombre de la “transición verde”. Parece que para los negocios exitosos no alcanzaba con el libre mercado.
La industria de los coches eléctricos se presenta en el relato del “capitalismo verde” como la única solución para el futuro. Como si no hubiera otras opciones para el transporte urbano más racionales y menos destructivas del ambiente que la circulación de millones de automóviles para uso individual en carreteras atestadas. Pero los espejitos de colores que ofrece Elon Musk no pueden ocultar una realidad mucho más funesta. Como sabemos, las baterías de los coches eléctricos necesitan litio y coltán, así como otros minerales. Estos son extraídos por multinacionales en países del sur global en condiciones laborales inhumanas, expoliando bienes comunes naturales de pueblos y comunidades originarias.
Las minas “artesanales” del Congo son uno de los casos más extremos. Según una investigación de Amnistía Internacional, la mayoría de los fabricantes de baterías eléctricas y empresas como Tesla compran coltán a proveedores que se abastecen de la minería que utiliza trabajo infantil. En 2020, el 70% de la producción mundial de cobalto provenía de ese país.
Milicias armadas y el ejército se disputan el control de la región, mediante conflictos armados y abusos generalizados a la población. Diversas organizaciones han denunciado que más de 40.000 niños participan de la minería en la región este del Congo. Estos escenarios infernales son fuente de enormes ganancias para los capitalistas más ricos del planeta. Una vez extraído, el mineral se “lava” en los papeles mediante maniobras fraudulentas para hacer constar que su origen es otro. El Congo, que fue escenario de uno de los primeros genocidios a gran escala por parte de los ejércitos coloniales europeos, hoy reproduce aquella barbarie.
En su momento, Marx señaló que el capital había llegado al mundo chorreando lodo y sangre. El capitalismo “verde” de Elon Musk, Von der Leyen y la Comisión Europea sigue siendo esa trituradora de huesos cruenta y mortal. Las guerras comerciales y crecientes choques entre potencias a nivel global anuncian nuevas disputas por los recursos y los mercados mundiales en un mundo convulso.
Mientras tanto, en sus fábricas de Tesla, Musk redobla sus políticas antisindicales para impedir la organización de los trabajadores. Podemos imaginar también cómo le gustaría organizar sus “colonias marcianas”: con esclavos sin derechos.
Los grandes avances tecnológicos y científicos, en manos de los capitalistas se vuelven instrumentos para redoblar la precariedad, el control de la mano de obra y el expolio. Expropiar a los expropiadores, como propone Marx, es necesario para liberar las potencialidades del conocimiento y el trabajo humano y permitir que este tome nuevos rumbos que sean realmente emancipadores.
Elon Musk ha posteado esta semana una frase en X: “Civil war is inevitable” [la guerra civil es inevitable]. Lo hizo como comentario para justificar la acción violenta de los grupos de choque racistas en Reino Unido, mientras estos atacaban centros de refugiados y a personas migrantes. “La guerra civil es inevitable”: con ese horizonte en mente, Elon Musk financia la campaña de Donald Trump y agita en la red X contra cualquier forma de resistencia organizada. Sus discursos racistas, tránsfobos y antiobreros señalan claramente en qué lado de la barricada se ubica. Si Marx tuviera hoy una cuenta en X, seguramente le respondería: “La guerra civil es inevitable, pero es una guerra de clases. Prepárate Musk, que esta vez podemos ganarla”.
*Periodista de Publico.es. Autora de ‘No somos esclavas’ (2021)