Argentina: Crisis desgasta a la dirigencia y acerca el fin de ciclo
Juan Guahán
El reciente anuncio de Mauricio Macri que se baja de la pelea por la candidatura presidencial del Frente para el Cambio (FpC) puede ser abordado desde diferentes ópticas. Desde el punto de vista de la actual coyuntura resulta obvio que tal “renunciamiento” está estrechamente vinculado al amplio margen de opiniones negativas que su candidatura despierta.
En ese sentido y para el supuesto que fuera candidato, sus perspectivas -en una eventual segunda vuelta- frente a candidatos del neoliberal Frente de Todos (FdT) o de la ultraderechista Libertad Avanza (Javier Milei), tendría grandes posibilidades de ser derrotada.
De todos modos, parece más interesante e ilustrativo considerar esa decisión mirando el modo que los grandes procesos políticos llegan a sus puntos más altos y luego decaen hasta agotarse y abrir paso a nuevas situaciones. En todos los casos esos procesos encuentran su lógica de auge y decadencia en el proceso social que corre por debajo como el lecho de un río.
Por debajo lo que se observa, en largas décadas, es la profundización de una crisis que afecta al conjunto de la sociedad, al gobierno y las instituciones –cada vez más débiles- que deben gobernar.
Una brevísima reseña de nuestra historia institucional (desde la Constitución vigente de 1853) nos permite diferenciar tres grandes períodos: La “democracia liberal” que intentó la Generación del 80’ (62 años = 1854/1916); la posibilidad de incorporar a trabajadores y sectores medios (peronismo y radicalismo) y la respuesta golpista (67años = 1916/1983) y “estas 4 décadas de democracia”, débil y limitada ante el poder económico (40 años = 1983/2023).
Obviamente estas fechas y la duración de los períodos son muy relativos. Lo que más interesa es el agotamiento de cada ciclo y el punto de origen del siguiente. En ese marco, algunas cuestiones vinculadas a los “renunciamientos” de Macri y también el de Cristina adquieren una significación digna de ser considerada.
Un poco de historia
El primer período (1854/1916) marca el triunfo de los sectores portuarios por encima de los intereses federales. Se sientan las bases de la Argentina que –hoy- aún sobrevive, con sus fronteras y políticas actuales. Quedamos como un país agro exportador, reconocidos proveedores de alimentos con un modo productivo y matriz económica impuesta por el capitalismo anglosajón.
Ese modelo liberal, copiado de teorías y prácticas europeas y norteamericanas, se sostenía bajo formas democráticas, pero con escasa participación popular. Cuando el naciente radicalismo proclamó su “abstención larga” el sistema tembló.
En medio de fuertes contradicciones, la oligarquía más lúcida advirtió los riesgos y aceptó que los radicales pudieran acceder al gobierno (Ley Sáenz Peña -1912), pero dándole a ese voto “Secreto, universal y obligatorio” (del cual no participan las mujeres), un poder limitado. La oligarquía retuvo en sus manos el poder económico.
En el segundo período (1916/1983) el país hierve ante dos fenómenos que –en sus inicios- aparecen con algunos vínculos: Las organizaciones de trabajadores, primero encabezadas por los anarquistas y luego por el peronismo. Pero también se observa la presencia amenazante de los hijos de millones de inmigrantes europeos arribados a fines del siglo XIX y que ahora piden un lugar en el poder de esa sociedad.
Las rebeliones (cívico-militares) de los radicales y los “peligros” que traía el peronismo terminaron por poner en crisis aquel modelo oligárquico, que concebía a la Argentina como una “Colonia Próspera”.
El segundo período está marcado por estos intentos de gobiernos radicales y peronistas de integrar –en un sistema más democrático- a los nuevos emergentes sociales: trabajadores y sectores medios, hijos de la inmigración. Las respuestas del viejo orden conservador, fueron los reiterados Golpes de Estado, a través de los cuales mantenían sus privilegios.
En esos 67 años hubo 25 jefes de Estado, 18 provenían de Golpes de Estado y solo 7 (6 varones y una mujer) venían del sistema constitucional vigente.
Ante la presión popular, los avances de fuerzas revolucionarias y los riesgos que el poder militar -que los sostenía- pudiera quebrarse, nuevamente las fuerzas reaccionarias dejaron que el pueblo elija, “ensuciaron la cancha” creando condiciones golpistas y esperando la oportunidad para derribarlo.
El tercer período (1983/2023), que se está desarrollando, tiene algunas notas características. Una de ellas es la retracción que vienen mostrando las Fuerzas Armadas. Ello es consecuencia de dos hechos singulares: Su confrontación y derrota frente a las fuerzas inglesas en la Guerra de las Malvinas (1982) y su aberrante conducta y responsabilidad en la dictadura genocida de 1976, cuya fecha de inicio -24 de marzo- acabamos de recordar.
Nuevamente el sistema de poder, ahora al servicio de los intereses de los EEUU, intenta “salvar la ropa” dando un paso al costado y dejando en manos de fuerzas políticas el manejo de la situación interna. En esta oportunidad su salvaguardia –hasta ahora- no son las desprestigiadas Fuerzas Armadas, sino los aparatos políticos y las fuerzas de seguridad, estructuras claves para mantener la vigencia de estas deterioradas instituciones y garantizar la continuidad de la concentración económica en cada vez menos manos.
Este modelo de “democracia”, profundamente desgastada, se va acercando a su fin. Aunque todavía tiene alguna cuerda para sostenerse. Se muestra incapaz de dar respuesta a la crisis, a la que ella misma contribuyó, marchando –agobiada- hacia un fin de ciclo mucho más severo que los anteriores.
El fin del primer ciclo fue cerrado cuando el sistema de poder tuvo que abrir las puertas al radicalismo y al peronismo. El segundo se clausuró, luego de la dura resistencia popular y del fracaso militar en las Malvinas. Ante la dimensión del genocidio desatado, el fin de la dictadura produjo una euforia institucionalista que permitió que los “partidos del sistema” se constituyeron en la “salida”, obturando la posibilidad que las fuerzas populares pudiera avanzar más profundamente.
Así, con una Argentina deshecha, un pueblo más empobrecidos y con las fórmulas de siempre transitamos esta crisis de un sistema agotado. Esta forma de gobernar -mirando el futuro por el retrovisor- y pensando en las mismas fuerzas e ideas que son responsables de la decadencia de estos últimos 40 años, es una de las claves para entender las razones por la cuales un Macri desquiciado abandona la carrera presidencial y también pone en duda la candidatura de Cristina, los líderes de las dos fuerzas políticas actualmente más importantes.
Los políticos más relevantes parecen dispuestos a seguir, hasta que la propia realidad los obliga a asomarse al abismo que han creado, no con sus “grietas”, sino con esta dolorosa realidad que están legando.
Los números malditos
Como si fuera poco lo dicho, llegaron los números de la situación para fines del segundo semestre del 2022, cuando la pobreza pasó del 36,5% (17,3 millones) del final del primer semestre, al 39,2% (18,8 millones) para fines del segundo semestre.
En lo que respecta a los menores hasta 14 años, los números son aún peores. La pobreza está en el 54,2% (5,9 millones), frente al 51,5% (5,5 millones) a fines del primer semestre.
Entre otras cifras obscenas consta que los salarios nominales de las personas no registradas (trabajo “en negro”, “changas”) crecieron anualmente un 65%, casi 30 puntos menos que la inflación anual (94,8%). Las mediciones privadas no están alejadas de los datos oficiales, aunque sean levemente superiores. Se destaca la medición del Observatorio Social de la Universidad Católica, que estimó la medición anual de pobreza, para fines del 2022, en un 43,1%.
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)