La OIT, sus alianzas privadas y algunas “teóricas” contradicciones
Eduardo Camin
Sin que se advierta demasiado, – o tal vez si- se está deslizando en la realidad de las sociedades contemporáneas un cambio de perspectivas, de los compromisos con los Organismos Internacionales. El hecho en concreto es que recientemente la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Corporación Financiera Internacional (IFC) reforzaron sus lazos de colaboración para aumentar la atención prestada a las cuestiones sociales en los esfuerzos medioambientales, sociales y de gobernanza (ESG) relacionados con las inversiones privadas.
En su discurso ante el Consejo de Administración de la OIT, el Director General de la IFC, Makhtar Diop, anunció planes para reforzar la colaboración con la OIT. La asociación reforzada pretende promover empleos decentes en el sector privado y la inclusión social en los lugares que más lo necesitan.
Basándose en las normas sociales, los temas prioritarios incluyen la promoción de la igualdad de género en el lugar de trabajo y la lucha contra la violencia de género en el trabajo; el apoyo a la creación de empleos verdes de calidad para el futuro y la intensificación de los esfuerzos conjuntos para mejorar las condiciones de los trabajadores en las cadenas de suministro.
“Estoy encantado de que el Director General de la IFC haya aceptado dirigirse hoy al Consejo de Administración de la OIT. Estoy convencido de que, trabajando más estrechamente, nuestras organizaciones pueden mejorar las condiciones de trabajo en las cadenas de suministro y contribuir al desarrollo sostenible, incluso en los contextos más difíciles”, dijo el Director General de la OIT, Gilbert F. Houngbo.
“En un mundo complejo e incierto, me enorgullece considerar a la OIT como uno de los socios más valiosos de la IFC, y sé que lo mejor está por llegar para nuestras dos organizaciones”, dijo Makhtar Diop, Director General de la IFC, en el primer discurso de un jefe de la IFC ante el Consejo de Administración de la OIT, que se reunió recientemente en Ginebra.
La OIT y la IFC ya colaboran en el Programa BetterWork , una asociación única entre organizaciones internacionales que reúne a todos los niveles de la industria de la confección para mejorar las condiciones de
trabajo, respetar los derechos laborales e impulsar la competitividad de las empresas del sector. Desde 2007, la IFC y la OIT han ampliado el programa a 12 países, 47 marcas y 2000 fábricas, abarcando más de cinco millones de trabajadores.
IFC se fundó en 1956 sobre la base de una idea que proyectaba al sector privado, con el objetivo de “transformar” los países en desarrollo. Desde entonces forman parte más de 100 países, acuñando el término “mercados emergentes” y liderando nuevos mercados tales como los bonos sostenibles. En realidad, la IFC es la mayor institución para el desarrollo a nivel global focalizada en el sector privado en países en desarrollo, además de ser miembro del Grupo Banco Mundial, que promueve el desarrollo económico, con las recetas que todos conocemos.
El espejismo neoliberal y sus oasis en los organismos internacionales
En realidad, la precisión de su prosa hace cuasi imposible encontrar sinónimos explicativos de los términos y de las palabras más actuales de un lenguaje político que definitivamente pretende esconder lo esencial del problema que es el propio sistema, el sistema capitalista. Ignorarlo en el debate aparece como la misión principal de los intelectuales funcionales a la globalización, y estas cumbres onusianas se prestan al juego.
Pero en poco tiempo los milagros se han transformado en espejismos, todo se derrumba como el pasaje de la lava de un volcán en erupción arrastrando un flujo masivo de capitales que contribuye a ampliar el espacio de la catástrofe. Desde hace mucho tiempo vivimos de recesión en recesión, sorprendiendo a la economía mundial sin apenas haber podido digerir las ruinas de la anterior crisis, con más desempleo y más deuda que al inicio. Y en un escenario marcado por guerras de todo tipo y una explotación despiadada.
Por su parte, los economistas ortodoxos, que son los que en mayor medida tienen acceso a los medios de comunicación, explican la crisis económica a partir de aspectos ajenos a la dinámica del capitalismo, unos por la excesiva desregulación (keynesianos), otros por el intervencionismo del Estado (neoliberales), junto a elementos como la distribución del ingreso, la psicología de los inversores, las finanzas, o el efecto del clima.
Sin embargo, para muchos de estos expertos les debe resultar muy perezoso recordar que la inmensa mayoría de los países del mundo se vive y trabaja bajo un sistema capitalista, un detalle que suele olvidarse con demasiada frecuencia, tal vez por ignorancia o bien por un premeditado cinismo académico. Bajo la lógica y la esencia del modo de producción capitalista, se debe abordar la crisis mundial como un momento necesario e inevitable de la dinámica de acumulación de capital. De lo contrario, ¿cómo explicar la recurrencia de las crisis a lo largo de la historia del capitalismo?
La economía contemporánea aupada por los organismos internacionales parece haberse convertido en un espectáculo autónomo y liberado de la razón. Un espectáculo de capitales, mercancías o seres vivos, donde colosales fusiones y billones de dólares determinan el rumbo, en la especulación de sus bolsas de valores.
Mientras tanto, los despidos de trabajadores ascienden a decenas de miles en una sola corporación. Muchas de ellas provienen de empresas que ni siquiera dan perdidas o peor aún, proceden de sociedades que acaban de ganar más, pero que el despido es sinónimo de mayor rentabilidad. El sistema está diseñado para la acumulación de capital, no para la satisfacción de las necesidades de quienes trabajan.
Cuando hablamos de cifras utilizamos los informes de referencia mundial, así por ejemplo cuando nos referimos a la tasa de desempleo mundial citamos a la OIT que advierte que los déficits de trabajo decente se mantendrán a niveles altos persistentes en muchas regiones del mundo. La OIT contaba más de 192 millones de desempleados en enero de 2018, pero ahora al final de este año llegaremos al entorno de 208 millones, sin contar aquellos que oscilan en la precariedad de sus contratos.
El mismo organismo que le da continuidad a la privatización, avala las consecuencias de estas prácticas. Abrimos los ojos y vemos el mundo, tal cual es, donde enormes filas de desempleados cuyas quejas apenas llegan a través de los desfallecidos sindicatos, trabajadores de todas las edades que se acumulan en el paro como animales infectados en el matadero y tratados como cuerpos tóxicos. La economía, absolutamente desnuda de trabas sociales, morales y políticas, celebra la bacanal de su consagración, la fatalidad de su poder.
Pero distante de la mediocre parcialidad y la mutilación del conocimiento integrador que defiende la burguesía, podemos entender que el sistema capitalista es caótico, y que en su seno conlleva una crisis tras otra, que a su vez sólo aparece a los ojos comunes en el instante en que la gran burguesía empieza a hallar dificultades de rentabilidad y por consecuencia se ahonda la contracara natural de la inmensa riqueza que se genera en el sistema, que no es otra que las hambrunas, miserias, precariedad y violencia desquiciante.
En lo que todos coinciden es en lo que estamos haciendo para prepararnos: nada. La OIT, la agencia especializada de la ONU que se encarga de las cuestiones relacionadas con el trabajo en el mundo, fomentando los derechos laborales, estimulando oportunidades dignas de empleo, mejorar la protección social, y reforzar el diálogo en cuestiones laborales, debería analizar más en profundidad el recorrido sus alianzas privadas y algunas “teóricas” contradicciones, de lo contrario entre informes y deberes las cifras continuarán el camino de la ignominia.
*Periodista uruguayo residente en Ginebra, exmiembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de Naciones Unidas (ACANU) en Ginebra. Analista Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)