Matías Caciabue y Paula Giménez
Teherán ingresa a la organización que representa un cuarto del PBI mundial y reúne a casi el 44% de la población. Cómo se diseña el mapa en Oriente y Occidente.
El domingo pasado el parlamento Iraní aprobó el proyecto de ley que define su integración como miembro pleno a la Organización de Cooperación de Shangai (OCS). Con este movimiento, la república islámica da el paso definitivo que anhela dar pronto Bielorrusia, le moja la oreja a la OTAN y, particularmente a Estados Unidos, país con el que el conflicto escala de manera sostenida a fuerza de “sanciones” -medidas coercitivas unilaterales- económicas, exclusiones financieras y bloqueos, pero también operaciones militares, como el asesinato del alto mando militar iraní en Irak, Qasem Soleimani, por parte de Estados Unidos a comienzos del 2020.
Por su parte, la OCS suma un nuevo país, de cuatro que ya tiene, con capacidad nuclear, además de ser productor de petróleo y tener el control del Estrecho de Ormuz, uno de los pasos marítimos de mayor importancia estratégica del mundo. El canal conecta a los productores de petróleo de Medio Oriente con mercados clave en Asia Pacífico, Europa y América del Norte. Se estima que una quinta parte de las exportaciones mundiales de petróleo pasan por allí: entre 17 y 19 millones de barriles por día, aproximadamente.
La incorporación de Irán es un punto para oriente, en el marco de una crisis energética, de materias primas y alimentos que se profundizó a partir del conflicto en Ucrania entre Rusia y la OTAN y que tensiona la aguda contradicción que ordena la conflictividad a nivel mundial: dos imbricadas redes financieras y comerciales, que a veces se expresan a través de sistemas político institucionales que conforman una especie de G2, China y EEUU, que se disputan la conducción de la nueva fase a la que ingresa el capitalismo: la era digital.
¿Qué significa la OCS en el mundo?
La OCS es una organización intergubernamental fundada el 15 de junio de 2001 por los líderes de la República Popular China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, países que, con excepción del último, fueron miembros del grupo de los Cinco de Shanghái, precursor de la OCS, fundado el 26 de abril de 1996.
Desde su creación, la organización ha expandido su membresía a nueve estados (siete de ellos en carácter de observadores o colegas). El último, Irán, solicitó su ingreso en 2008 pero se vio impedido por las sanciones impulsadas desde Estados Unidos. Finalmente la OCS dio un primer paso al admitir a la República Islámica como observadora en 2015 y luego como miembro pleno en septiembre de este año, trámite que había iniciado en septiembre de 2021. Además de los mencionados, también son miembros plenos India y Pakistán.
Los Estados miembros de la OCS representan aproximadamente una cuarta parte del PIB mundial y alrededor del 44% de la población mundial. En términos geográficos, ocupan 60% de Eurasia y el 25.5 % de la extensión territorial del mundo.
Pero la importancia de la cooperación no sólo se da por su magnitud en términos económicos, demográficos o geográficos, que no son para nada despreciables, sino además por su orientación estratégica. Si bien en un principio perseguía el objetivo de ocuparse de cuestiones de seguridad regional con intercambio de información entre los servicios de inteligencia, lucha contra el terrorismo regional, el separatismo étnico y el extremismo religioso, en 2003 se estableció un acuerdo marco para fomentar la cooperación económica entre los estados de la OCS.
A partir de allí, las cumbres de la OCS han tenido presente como parte de su agenda la construcción de acuerdos de carácter comercial. Así, al objeto inicial vinculado a la defensa, se le suma un factor de cooperación clave en esta época en la que la guerra comercial es una dimensión más del enfrentamiento entre los dos polos de poder -proyectos estratégicos a escala global- que configuran el ya mencionado G2.
Además, el peso que le da el gobierno chino a esta instancia de cooperación no es menor: la cumbre de septiembre de este año constituyó el primer viaje realizado por Xi Jinping fuera de su país desde el inicio de la pandemia del covid-19. En ella se dio la primera reunión presencial entre los mandatarios de Rusia y China desde el inicio del conflicto bélico en Ucrania.
En esa oportunidad Putin explicitó el apoyo ruso a Beijing sobre el conflicto por Taiwán en días de visitas norteamericanas a la isla y Xi Jinping afirmó que “China está dispuesta a hacer esfuerzos junto a Rusia para asumir su responsabilidad de grandes potencias, y tomar el papel de guía para inyectar estabilidad y energía positiva en un mundo caótico”.
En consonancia con lo dicho y como señal de su acercamiento frente a las tensiones occidentales, flotas de ambos paises patrullaron conjuntamente en el océano Pacífico para “reforzar su cooperación marítima”.
Las respuestas de Oriente y Occidente
Tras la cumbre de septiembre, Xi Jinping felicitó a Irán por su futuro ingreso, y dijo que esperaba “trabajar con Irán para defender el principio de la no interferencia en los asuntos internos de otros países, así como defender juntos los intereses que tienen en común los países en desarrollo”.
Además, expresó que ayudará al país pérsico a “salvaguardar sus legítimos derechos e intereses” y expresó su voluntad de trabajar para “consolidar y hacer crecer” la sociedad estratégica como parte de “una elección de ambas partes” con “una perspectiva a largo plazo”. “Estamos listos para aumentar nuestra comunicación y coordinación con Irán para alcanzar nuevos progresos en nuestras relaciones bilaterales”, concluyó el presidente chino.
Por su parte, Estados Unidos no se pronunció de forma directa al respecto de la noticia. Durante el mes de octubre, sin embargo, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, arremetió contra Irán al acusarlo de colaborar con Rusia: “Todo indica que Irán da a Rusia sus drones, y pedimos a todos los países, incluido Irán, que no apoye la guerra ilegal de Rusia contra Ucrania”, dijo.
En tono amenazante invitó a Irán “a no suministrar ni drones ni misiles” e hizo hincapié en que “cualquier suministro de misiles sería también una clara violación de las resoluciones”, en referencia a las resoluciones de la ONU. Finalmente advirtió que la OTAN sigue “muy de cerca lo que hace Irán en lo que respecta a suministrar ayuda a Rusia”.
Al mismo tiempo que realizó las advertencias a Irán, Stoltenberg recalcó que los aliados de la OTAN y sus socios suministraron “un nivel de ayuda sin precedentes a Ucrania” y prometió ir más lejos, sin miedo alguno de caer, en la acostumbrada doble moral estadounidense, que, luego de colaborar con suntuosas partidas presupuestarias, armas y hasta grupos mercenarios acusa a otros de alimentar el conflicto que ellos mismos escalaron con la violación de los acuerdos de Minsk I y II, entre otras acciones.
Lo cierto es que Irán ha sido una gran molestia para Estados Unidos en las últimas décadas, revolución islámica del ’79 mediante, y constituye un jugador más de peso regional en una alternativa de construcción de poder, a la encabezada por el país norteamericano en Oriente Medio y -a partir de esquemas de cooperación entre países no alineados- en otras regiones.
Símbolo de ello fue la visita de Nicolás Maduro a Irán mientras iniciaba la fallida Cumbre de las Américas de este año en Estados Unidos, en un claro mensaje de solidaridad entre países bloqueados, pero también de construcción de un eje de poder geopolítico.
Como se mencionó antes, los primeros ingresos de Irán a la OCS se vieron frenados por las sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU de 2006 vinculadas al conflicto por el enriquecimiento de uranio. Además, desde 2012 Estados Unidos impulsó la suspensión de Irán en el sistema de mensajería financiera SWIFT, sanciones que fueron retomadas en 2018 y 2019, luego de que Trump abandonara el acuerdo nuclear con Irán.
Finalmente, en el punto de máxima tensión de los últimos años, el Pentágono dijo haber matado “por orden del presidente” a Soleimani, el jefe militar y cuadro estratega más importante de Irán.
En este contexto, constituirse en miembro pleno de la OCS representa un nuevo momento para el país islámico, que tras al menos una década de exclusión económica y financiera, que ha golpeado sobre la economía interna y la calidad de vida de la población, se incorpora a un organismo de gran peso económico y geopolítico que podría permitirle salir de una larga situación de aislamiento generada por los bloqueos, al tiempo que refuerza y engrosa el plan estratégico comandado por las redes financieras y tecnológicas chinas.
Desde el corazón de Oriente, se huele la preocupación del tío Sam.
*Cacciabue es licenciado en Ciencia Política y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional, UNDEF en Argentina. Giménzs es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Ambos son Investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)