Michael Roberts
…esta vez, si el dólar se debilita, la inflación interna aumentará aún más (como ocurrió en los años setenta) y los fabricantes estadounidenses, lejos de volver a casa para invertir, intentarán encontrar otras ubicaciones en el extranjero, con aranceles o sin ellos.
A pesar de que Trump ha dado marcha atrás en la aplicación de sus extrañas tarifas recíprocas impuestas a todos los países del mundo (incluidas las islas Heard y McDonald, habitadas únicamente por pingüinos), a tres mil kilómetros al suroeste de Australia, la guerra de aranceles no ha terminado en absoluto.
El aumento de los aranceles a China sigue dejando el tipo arancelario efectivo total de EE. UU. más alto de lo que era antes de que Trump se echara atrás.
Según Stephen Brown de Capital Economics, la promesa de Trump de imponer aranceles del 125% a China elevaría la tasa arancelaria efectiva de EE.UU. al 27%.
Tasa arancelaria efectiva de EE. UU.
Trump dio marcha atrás porque el mercado de bonos mostraba signos de tensión grave que podrían conducir a una contracción del crédito, en particular para los fondos de cobertura que poseen una cantidad significativa de bonos estadounidenses.
Si los bonos se desplomaran, podría haber quiebras para muchas empresas, especialmente las empresas “zombis” fuertemente endeudadas que constituyen alrededor del 20 % de todas las empresas en los EE. UU. Las quiebras podrían entonces repercutir en la economía, lo que conduciría a una crisis financiera y a una recesión.
Eso no solo era un problema para Trump. La subida del 125 % de los aranceles sobre las importaciones procedentes de China podría haber encarecido las exportaciones de bienes de consumo de alta tecnología de las empresas estadounidenses con sede en China.
Las empresas estadounidenses como Apple, que son los principales exportadores de i-phones, etc. fuera de China, se habrían visto muy afectadas. Aproximadamente el 90 % de la producción y el montaje de los iPhone de Apple se realiza en China.
Si tomamos un iPhone, por ejemplo, menos del 2 % de sus costes van a los trabajadores chinos que fabrican el teléfono, mientras que Apple obtiene un margen bruto estimado del 58,5 % en sus teléfonos.
La interrupción de esa cadena de suministro afectaría más a Estados Unidos que a China. Las empresas estadounidenses protestaron y Trump tuvo que dar marcha atrás de nuevo. Ahora todos los productos tecnológicos de consumo importados de China, que representan el 22 % de todas las importaciones estadounidenses procedentes de China, están exentos.
La falta de lógica de las rabietas arancelarias de Trump también queda patente por el hecho de que los componentes que se utilizan en iPhones y iPads siguen sujetos a la subida de aranceles, pero no el producto final.
Según la Asociación Nacional de Fabricantes de EE. UU., el 56 % de los bienes importados a EE. UU. son en realidad insumos de fabricación, muchos de los cuales proceden de China. Las subidas de precios allí se trasladarán a muchos productos finales.
Las exenciones ofrecidas a los bienes de tecnología de consumo se aplican solo a los aranceles recíprocos. Todas las importaciones de China, incluidos los bienes exentos de gravámenes recíprocos, siguen estando sujetas a un arancel adicional del 20 %.
Además, Trump planea subidas de aranceles a las importaciones de semiconductores que afectarán a empresas como Apple, etc.
Estados Unidos importa muchos productos básicos de China: el 24 % de sus importaciones de textiles y prendas de vestir (por valor de 45 000 millones de dólares), el 28 % de las importaciones de muebles (19 000 millones de dólares) y el 21 % de las importaciones de productos electrónicos y maquinaria (206 000 millones de dólares) en 2024.
Un aumento de 100 puntos porcentuales en los aranceles parece seguro que se reflejará en precios más altos para las empresas y los consumidores. Así que, en lugar de perjudicar a China, los aranceles de Trump golpearán aún más duramente a la economía estadounidense.
China en realidad depende muy poco de las exportaciones a EE. UU. Constituyen el equivalente a menos del 3 % de su PIB.
Los consumidores y fabricantes estadounidenses sufrirán fuertes subidas de precios, y de hecho esa es la experiencia de anteriores programas arancelarios.
Furceri et al. (2020) descubrieron que el PIB de un país tiende a disminuir después de imponer una gran subida de aranceles a las importaciones. Y la magnitud de la disminución de la producción aumenta con el paso de los años: el dolor a largo plazo es peor que el dolor a corto plazo.

En el caso actual de EE. UU., la importante caída de los precios del petróleo crudo ya está poniendo en peligro la rentabilidad de la producción petrolera estadounidense.
Los agricultores estadounidenses están sufriendo mucho en los mercados mundiales a medida que China cambia sus compras de alimentos y cereales a Brasil.
La cuota de Estados Unidos en las importaciones de alimentos de China ya se ha desplomado del 20,7 % en 2016 al 13,5 % en 2023, mientras que la de Brasil ha pasado del 17,2 % al 25,2 % en el mismo periodo.
Ahora, las ventas de carne de vacuno de Brasil a China aumentaron un tercio en el primer trimestre de 2025, en comparación con el año anterior, mientras que los envíos agrícolas de EE. UU. a China se hundieron un 54 %.

China representa el 7% de las exportaciones de bienes de EE.UU., o el 0,5% del PIB estadounidense. Según Pantheon Macroeconomics, el golpe a las exportaciones estadounidenses por las agresivas represalias chinas superará cualquier impulso al PIB por la cancelación de los aranceles “recíprocos”.
Trump y sus asesores de MAGA argumentan que los ingresos de los aranceles se utilizarán para recortar los impuestos a las empresas e impulsar así la inversión.
Pero según las últimas estimaciones, del thinktank Tax Foundation -antes de que Trump subiera la apuesta con un impuesto del 104% sobre las importaciones chinas- se recaudarían unos 300.000 millones de dólares al año de media, bastante menos de los 2.000 millones de dólares diarios que reclama Trump, básicamente cacahuetes comparados con la pérdida de ingresos reales que suponen las medidas arancelarias.
Los mercados financieros siguen nerviosos e inseguros, con escasas señales de recuperación tras las enormes pérdidas registradas en las últimas semanas.
Esto ha llevado a muchos analistas a argumentar que quizá los días de dominio del dólar hayan terminado y Trump haya urdido una caída permanente del dólar frente a otras divisas y el fin del “privilegio exorbitante” que ha tenido Estados Unidos al poder emitir dólares a voluntad para pagar el comercio y la inversión.
Ya en 1959, el economista belga-estadounidense Robert Triffin predijo que Estados Unidos no podía seguir registrando déficits comerciales con otros países y exportando capital para invertir en el extranjero y mantener además un dólar fuerte: si Estados Unidos seguía teniendo déficits, sus pasivos exteriores llegarían a superar con creces su capacidad de convertir dólares en oro a la vista y provocaría una “crisis del oro y del dólar”.
Triffin argumentó que un país cuya moneda es la moneda de reserva mundial en manos de otras naciones como reserva de divbisas (FX) para apoyar el comercio ingternacional, se ve obligado a suministrar al mundo su moneda para satisfacer la demanda mundial de estas reservas FX y eso le lleva a tener un déficit comercial permanente.
El llamado dilema de Triffin de que un país que suministra la divisa internacional sale perdiendo en el comercio ha sido retomado por Steve Miran, asesor económico de Trump en la Casa Blanca. Miran concluye que todos los países que tienen un superávit comercial con EEUU deben compensar a este país por su “sacrificio” al proporcionar el dólar para el comercio y la inversión.
Pero como replicó el gurú keynesiano, Larry Summers, si China quiere vendernos cosas a precios realmente bajos y la transacción consiste en que obtenemos paneles solares o baterías que podemos poner en coches eléctricos y les enviamos trozos de papel que imprimimos. ¿Cree que es un buen trato para nosotros o un mal trato para nosotros?».
A fin de cuentas, prosiguió Summers, ¿quién está más “engañado”: la parte que hace el trabajo duro de producir bienes a precios muy bajos con márgenes muy estrechos, o la parte que simplemente imprime una cantidad virtualmente infinita de dinero fiduciario para pagar todo esto?
Tanto Triffin como Miran tienen la historia al revés.
EE.UU. ha podido conseguir importaciones baratas durante décadas y tener un déficit comercial para hacerlo porque los países que exportan a EE.UU. han estado dispuestos a aceptar dólares como pago y, de hecho, volver a invertir esos dólares en bonos del gobierno estadounidense u otros instrumentos en dólares.
Los países con superávit comercial no están “forzando” déficits en EE.UU.; es sólo que los exportadores estadounidenses no pueden competir al menos en el comercio de bienes (EE.UU. tiene un gran superávit en el comercio de servicios). Por suerte para las empresas y los consumidores estadounidenses, los países con superávit aceptan dólares en pago, hasta ahora.
Si no lo hicieran, la economía estadounidense se encontraría en verdaderas dificultades -al igual que muchos países pobres del mundo sin una moneda aceptada internacionalmente- y se vería obligada a devaluar el dólar y/o pedir préstamos a tipos de interés más altos.
En el capitalismo, siempre hay desequilibrios comerciales y de capital entre las economías, no porque el productor más eficiente esté “forzando” un déficit sobre el menos eficiente, sino porque el capitalismo es un sistema de desarrollo desigual y combinado, en el que las economías nacionales con menores costes pueden obtener valor en el comercio internacional de las menos eficientes.
Lo que realmente preocupa a los capitalistas estadounidenses no es que los países con superávit les estén obligando a emitir dólares, sino que China esté acortando distancias en productividad y tecnología con Estados Unidos y amenace así el dominio económico de este país.

No obstante, algunos economistas de la corriente dominante aceptan el ridículo argumento de Miran y la falacia de Triffin. El economista afincado en China, muy en boga, Michael Pettis, es uno de ellos. Pettis argumenta que países como China han establecido superávits comerciales porque han “suprimido la demanda interna para subvencionar sus propias manufacturas”, obligando así a que el superávit comercial manufacturero resultante “sea absorbido por aquellos de sus socios que ejercen un control mucho menor sobre sus cuentas comerciales y de capital”.
Así que es culpa de China (o hasta hace poco de Alemania) que haya desequilibrios comerciales, no de la incapacidad de la industria manufacturera estadounidense para competir en los mercados mundiales en comparación con Asia e incluso Europa.
Suponiendo que no haya gobernanza mundial ni cooperación internacional en materia de divisas, Pettis está de acuerdo con Miran: “está justificado que EEUU actúe unilateralmente para invertir su papel de acomodador de las distorsiones políticas en el extranjero, como está haciendo ahora. Es probable que la forma más eficaz sea imponiendo controles en la cuenta de capital estadounidense que limiten la capacidad de los países con superávit para equilibrar sus excedentes adquiriendo activos estadounidenses.”
Es decir, no aranceles a las importaciones de China, sino controles a sus compras de activos en dólares. En esencia, se trata de otra forma de devaluar el dólar para debilitar la ventaja exportadora de China e impulsar a EE.UU.: una política de “empobrecer al vecino” disfrazada.
Miran-Pettis ofrece una política para rebajar el valor del dólar del mismo modo que hizo Nixon en 1971 al sacar al dólar del patrón oro (el papel de moneda de reserva de EE.UU. animó al entonces secretario del Tesoro estadounidense, John Connally, cuando anunció el fin del patrón oro-dólar en 1971 a decir a los ministros de finanzas de la UE «el dólar es nuestra moneda, pero es su problema»); y EE.UU. hizo algo parecido con el llamado acuerdo Plaza en 1985, que obligó a naciones con superávit como Japón a subir los tipos de interés e impulsar el yen, reduciendo así las exportaciones japonesas.
Ahora, la respuesta al éxito exportador y manufacturero de China es, aparentemente, acabar con sus activos en dólares y debilitar el dólar. Por desgracia, esta polìtica no funcionarà. No salvò al secgor manufacturero estadounidense ni en los años setenta ni en los ochenta.
Cuando la rentabilidad cayó bruscamente, los fabricantes estadounidenses se trasladaron al extranjero para encontrar mejor rentabilidad en las economías de mano de obra barata. Y esta vez, si el dólar se debilita, la inflación interna aumentará aún más (como ocurrió en los años setenta) y los fabricantes estadounidenses, lejos de volver a casa para invertir, intentarán encontrar otras ubicaciones en el extranjero, con aranceles o sin ellos.
Si el dólar pierde valor frente a otras divisas, los tenedores de dólares como China, Japón y Europa buscarán activos en divisas alternativas. ¿Significa esto que el dominio del dólar ha terminado y que estamos en un mundo multipolar y multidivisa? Algunos en la izquierda promueven esta tendencia.
Pero aún queda mucho camino por recorrer antes de que el papel internacional del dólar quede por los suelos. Las monedas alternativas tampoco parecen una apuesta segura, ya que todas las economías intentan mantener baratas sus divisas para competir; por eso ha habido una carrera hacia el oro en los mercados financieros.
Los llamados BRICS no están en posición de tomar el relevo del dólar estadounidense. Se trata de una agrupación laxa de economías e instituciones políticas diversas, con poco en común, salvo cierta resistencia a los objetivos del imperialismo estadounidense. Y contrariamente a todo lo que se dice sobre el colapso del dólar, la realidad es que el dólar sigue siendo históricamente fuerte frente a otras divisas comerciales, a pesar de los zig zags de Trump.
Lo que acabará con el déficit comercial de EEUU no son los aranceles sobre las importaciones estadounidenses ni los controles sobre la inversión extranjera en EEUU, sino un desplome.Un desplome significaría una fuerte caída de las compras de los consumidores y productores y de la inversión y, por tanto, engendraría una caída de las importaciones.
Siempre que la economía estadounidense ha estado en una recesión (zonas grises en el gráfico siguiente), el déficit comercial se reduce o desaparece al caer bruscamente las importaciones, mientras que el dólar se fortalece.
Y la economía estadounidense se dirige a la baja a medida que nos adentramos en el segundo trimestre de 2025. Excluyendo las compras de oro, la Fed de Atlanta predice ahora una caída del 0,3% del PIB real en el primer trimestre de 2025, pero con una demanda interna que sigue creciendo lentamente al 2% anual.
Pero esto es antes de que los aranceles afecten a los precios y a la producción. El banco de inversión Goldman Sachs ve un 45% de posibilidades de recesión en EEUU este año tras los aranceles (con una previsión de crecimiento del PIB del 0,5% para todo el año).
Anteriormente, antes de la locura de los aranceles, GS preveía “otro año sólido” de crecimiento económico para EE.UU. con un crecimiento del PIB del 2,5%. La inflación estadounidense cayó en marzo, al ralentizarse la economía y reducir los consumidores sus compras.
Pero lo más probable es que la inflación repunte en la segunda mitad de este año, mientras la economía se desacelera aún más.
De la estanflación a la ‘slumpflation’ (anglicismo económico emergente que combina «slump» -crisis- con inflación).
- Economista marxista británico, que ha trabajado 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.