Con o sin Trump, una turbulencia financiera global augura un nuevo colapso como en 2008
William I. Robinson (Nueva York, 1959) es profesor distinguido de Sociología, Estudios Globales y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de California en Santa Bárbara (EEUU). Ha escrito extensamente sobre el capitalismo global, la política mundial, la teoría social y América Latina. Entre sus libros más recientes se encuentran: Into the Tempest: Essays on the New Global Capitalism (2018), The Global Police State (2020) y Global Civil War: Capitalism Post-Pandemic (2022). Recientemente, Errata Naturae ha editado en castellano su ensayo de 2020 bajo el título Mano dura. El Estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI.
Esta entrevista, que se ha realizado por escrito y en castellano, aborda el panorama del capitalismo mundial tras las elecciones presidenciales de EEUU que han dado la victoria a Donald Trump sobre los demócratas.
-Ahora que ya conocemos los resultados de las elecciones de EEUU, ¿cuál puede ser una primera valoración?
-Estas elecciones son las más importantes en la historia reciente de EEUU. Vamos rumbo a una crisis total del sistema político norteamericano. Sin embargo, no se pueden entender los resultados electorales fuera del contexto de la crisis multidimensional, y sin precedentes, del capitalismo global; que enmarca y contextualiza todo. El Trumpismo surge como una respuesta neofascista a la crisis frente al colapso de los mecanismos tradicionales de la hegemonía y autoridad política en EEUU y en muchas otras partes del mundo. La reelección de Trump toma por asalto el escenario político norteamericano con la promesa de sacudirlo hasta sus cimientos.
Viendo más allá de la niebla de la política, enfrentamos una crisis estructural, a escala mundial, de sobreacumulación y estancamiento crónico. La clase capitalista transnacional (CCT) ha acumulado cantidades obscenas de riqueza, que no puede reinvertir y, mucho menos, gastar. Los mercados globales están saturados. Frente a esta crisis estructural, la CCT ha lanzado una nueva ronda violenta y predadora de expansión, en busca de salidas para la enorme cantidad de excedente acumulado: sobre todo, la expansión extractivista y apropiación de recursos alrededor del mundo junto con la especulación y la persecución de las guerras y los conflictos geopolíticos.
Políticamente el sistema capitalista global enfrenta una crisis de legitimidad de los Estados, de la hegemonía capitalista y de la confrontación geopolítica. Es decir, se aproxima una crisis general de la dominación capitalista. La desigualdad global, la privación y el empobrecimiento de las masas, en todo el mundo, han llegado a niveles hasta ahora nunca vistos. Varios miles de millones de personas han pasado a las filas de los redundantes, la humanidad excedente. La desintegración social está generalizada. Regiones, y hasta países enteros, experimentan el colapso. Por ejemplo, Haití, Sudán y Birmania. La crisis ecológica redunda en todos los niveles –en mega tormentas, olas de calor mortales, sequías, malas cosechas y hambruna. La violencia estructural del sistema da paso a la violencia política y a la represión estatal, mientras los grupos dominantes imponen un estado policiaco global para contener las tensiones explosivas y controlar la actual y potencial rebelión desde abajo; dando paso a nuevos autoritarismos, dictaduras y neofascismos.
He aquí el trasfondo global del proceso electoral de EEUU. La clase obrera norteamericana ha experimentado una desestabilización constante de sus condiciones de vida en el último medio siglo: una cada vez mayor precariedad, desempleo y subempleo, salarios miserables, descomposición social, inseguridad alimentaria, crisis de salubridad, infravivienda, sinhogarismo y salud mental. En 2023 más de 100.000 personas murieron de sobredosis de opioides. Desde el 2021 la inseguridad alimentaria se ha incrementado en un 40 por ciento y la pobreza, en el mismo período, en un asombroso 67 por ciento. Al igual que en la mayoría de los países, el establishment político norteamericano ha perdido su legitimidad ante las masas. El Partido Demócrata hace muchos años abandonó la clase obrera multiétnica. Es un partido del neoliberalismo, de Wall Street, de los multimillonarios, del complejo militar-industrial y de la guerra. Los Republicanos son peores.
Trump ha sabido proyectarse como forastero político listo a batallar la elite de Washington en defensa del hombre común, en contra del estatus quo. Ha sabido manipular el descontento masivo con un discurso populista, racista, nacionalista y neofascista; con falsas promesas de resolver los problemas socioeconómicos de las masas y con una escalada de retórica antiguerra y propaz, después de que los encuestadores del equipo de Trump determinaron que así podrían captar los votos de millones de personas que se oponen al genocidio en Gaza. Convirtió a los inmigrantes en chivos expiatorios y cosechó a favor de su candidatura la ansiedad social masiva y el disgusto con los Demócratas y con el establishment. Hay que señalar también que 80 millones de personas aptas para votar escogieron la abstención, lo que indica el grado de alienación política.
El Trumpismo es la variante norteamericana del mismo fenómeno que vemos en Europa con el surgimiento de una ultraderecha populista y neofascista, o con Javier Milei en Argentina, entre otros ejemplos. Las penurias generadas por décadas de la globalización capitalista y el neoliberalismo han hecho a las clases trabajadoras muy susceptibles al mensaje del populismo de derecha y del neofascismo; sobre todo, en ausencia de un proyecto izquierdista y la carencia de una agenda popular independiente, como es el caso en Estados Unidos.
-¿Qué implicaciones tienen estos resultados para el equilibrio, económico y político, que la burguesía occidental asegura que existe bajo su hegemonía?
-No existen tales equilibrios políticos ni económicos en el mundo de hoy. El resquebrajamiento violento del orden internacional post-Segunda Guerra Mundial ya se venía dando, y el golpe de gracia fue la invasión rusa a Ucrania y la respuesta radical del Occidente a la misma. No importa si hubiera ganado Harris, igualmente se profundizaría este resquebrajamiento. Quizás, ahora, aún más rápido con Trump. Viene un reordenamiento muy violento del sistema internacional. Con o sin Trump, enfrentamos una creciente turbulencia financiera global y, con toda probabilidad, un nuevo colapso como el ocurrido en 2008. Las causas subyacentes al colapso del sistema financiero global de 2008 no han sido resueltas. Las políticas propuestas por Trump agravarán la turbulencia en la economía global y las tensiones geopolíticas.
-Según tu análisis de la política estadounidense, ¿a qué bloque burgués, a qué intereses capitalistas, tanto económicos como políticos, representan el Partido Demócrata y el Partido Republicano? ¿Cómo se diferencian estos dos partidos en cuanto a la defensa de los intereses de las distintas facciones de clase burguesa?
-Ambos partidos representan los intereses del capital transnacional y no se trata de diferentes bloques burgueses representados en distintos partidos. No se trata de un fraccionamiento de la clase capitalista entre Demócratas y Republicanos. Aunque no puedo abordar el tema en esta entrevista, es esencial comprender el concepto del capital transnacional. Es crucial entender la relación entre el Estado y el capital transnacional, tanto en el caso particular de EEUU como en la economía y sociedad global en general. Los ejes dominantes de la economía norteamericana, y global, están en manos de la CCT.
Ambos partidos representan los intereses del complejo militar industrial, de los grandes conglomerados financieros y del sector de la alta tecnología. Estos tres sectores ocupan el núcleo del bloque del capital transnacional en EEUU. Los grandes capitalistas de este bloque donaron centenares de millones de dólares a ambos partidos, de hecho, los multimillonarios se movilizaron políticamente mientras los pobres y los trabajadores se desmovilizaron y abandonaron el escenario político. Tomen nota que Trump recibió dos millones menos de votos que en 2020 y los Demócratas unos 10 millones menos (aun no tenemos recuento final de votos); en tanto, el gran ganador era el abstencionismo.
El único sector económico que quizás claramente apoyó a Trump, sobre Harris, fue la industria de los combustibles fósiles, dado el compromiso de Harris con una “transición verde” y la promesa de Trump de desregular por completo y ampliar la perforación petrolera. Pero, aun así, no hay una línea divisora tan clara. El sociópata y hombre más rico del planeta, Elon Musk, públicamente hizo campaña por Trump y donó $120 millones de dólares a la misma, pero otros multimillonarios tecnológicos respaldaron a Harris. El banquero multimillonario Jamie Dimon (Director General de JPMorgan and Chase) salió a favor de Trump mientras otros banqueros respaldaron a Harris. Por lo general, la clase capitalista en EEUU pone los huevos (o fichas) en ambas cestas, como decimos en inglés. No importa qué candidato hubiera ganado, el capital iba a ganar.
Trump no representa una amenaza a la clase capitalista (al menos no directamente) sino que representa y encarna políticamente su dominación directa. Pero sí representa una amenaza a lo que se llama la “clase política”, es decir, los espadones políticos y las alimañas corruptas que controlan las instituciones estatales y los dos partidos de la burguesía. Estos personajes –es decir, el establishment político– se opusieron en su mayoría a Trump en 2016 y luego en 2024; por ejemplo, figuras como Dick Cheney y el General del Ejercito John Kelly, ambos del ala derechista tradicional del Partido Republicano. Realmente buena parte de la clase política cerró filas detrás de Harris, lo que no indica escisiones entre el capital; sino que expresa la crisis política –el desorden y la bancarrota política de la clase gobernante tradicional.
En este segundo mandato, Trump se rodea con asesores y nombrará un gabinete de individuos de su círculo íntimo que no provienen de esa clase política tradicional, de gente que en gran parte son extremistas de lo que se llama ahora en Estados Unidos el “Alt-Right” (“Derecha Alternativa”) y más abiertamente neofascistas, personas como Steve Bannon y Steven Miller, además del mismo vicepresidente electo JD Vance. Detrás de estos personajes los multimillonarios estarán al mando.
-Con la reelección de Trump, ¿qué nuevo escenario se abriría para EEUU y el resto del mundo? ¿Vemos un fortalecimiento de su visión nacionalista y autoritaria, o hay factores que podrían moderar o modificar este rumbo en el contexto global actual?
-En cuanto al autoritarismo, sencillamente hay una ruptura cada vez mayor de los mecanismos consensuales de dominación y una cada vez mayor prominencia de los mecanismos coercitivos frente a las revueltas populares alrededor del mundo, la pérdida de la hegemonía, la inquietud de las masas y el crecimiento descontrolado de las tensiones políticas y sociales. Las estructuras políticas imperantes ya no pueden contener la crisis. En todo el mundo los sistemas políticos están siendo desestabilizados mientras surgen nuevas mafias políticas y militares, carteles, pandillas criminales, camarillas corruptas, que organizan el pillaje en consorcio con el capital transnacional.
En las últimas semanas de la campaña electoral, Trump se refirió en múltiples ocasiones al “enemigo interno” y la necesidad de su violenta represión. Según el, estos enemigos van desde los marxistas, los comunistas, los estudiantes rebeldes, el movimiento anti-genocidio y de solidaridad con Palestina, los periodistas, hasta sus oponentes burgueses en el Partido Demócrata. Trump ha dicho que desplegará el ejército contra estos enemigos. Estas no son amenazas vanas. Recordemos que, durante el levantamiento popular antiracista a raíz del asesinato por la policía de George Floyd en 2020, Trump ordenó al ejército atacar a los manifestantes pacíficos. En algunos casos los oficiales ignoraron la orden, pero frente a la Casa Blanca las tropas militares lanzaron un ataque vicioso y sangriento.
La ultraderecha populista, en ascenso, despliega la bandera del nacionalismo de derecha, de la xenofobia, el nativismo y el chauvinismo. Esto lo vemos con claridad en el caso de Trump. Pero recordemos que el nacionalismo siempre se promueve desde arriba cuando las masas desde abajo están inquietas y cuestionan el estado de cosas existente. Además, es crucial ver las contradicciones al interior del capitalismo global que ahora alientan el nacionalismo económico, ya que Trump ha prometido el proteccionismo, incluyendo un mayor régimen de aranceles.
Hay una contradicción subyacente en el capitalismo global entre una economía globalizada basada en circuitos transnacionales de acumulación que ningún estado-nación puede controlar y un sistema de autoridad y dominación política basado en el Estado-nación. Cada Estado-nación tiene que atraer a su territorio y complacer el capital transnacional, lo que significa poner los recursos nacionales y las clases trabajadoras y populares a la disposición de la CCT. Pero a la vez cada Estado-nación tiene que estabilizar el orden social interno y garantizar la legitimidad interna. Estas dos funciones del Estado-nación en el marco del capitalismo global –la función de acumulación y la función de legitimidad– son contradictorias y antagónicas.
Trump promete el proteccionismo aduciendo que así atraerá al país las inversiones transnacionales y con ella, el crecimiento, más empleos y una mejoría de la situación económica de los trabajadores. Con estas promesas ganó adeptos entre una clase trabajadora tambaleada por la globalización; al igual que en los países europeos, donde la ultraderecha también es nacionalista y proyecta un discurso antiglobalización. Pero es una situación totalmente contradictoria ya que para atraer al capital transnacional tienen que vender a las clases trabajadoras y reprimir sus resistencias. Se requiere una discusión más amplia de la que podemos tener aquí, en una sola entrevista.
-¿Cuál va a ser, en tu opinión, la política interior de Trump?
-Hay que distinguir entre la retórica de Trump y la realidad. La retórica política de Trump, al igual que sus contrapartes de la ultraderecha populista en otros países, es a favor de la clase trabajadora nativa. Pero el programa de Trump es anti-obrero; específicamente, representa una guerra descomunal e implacable contra la clase trabajadora y los pobres, y a favor del capital transnacional. Se trata de completar radicalmente el cambio, hacia la liberación del capital de toda barrera a su acumulación desenfrenada, que comenzó hace medio siglo con la globalización capitalista y el neoliberalismo. El segundo mandato de Trump pretende refundar el Estado y consolidar la dictadura del capital transnacional mediante nuevas dispensaciones políticas, incluyendo una vasta expansión de los poderes de la presidencia y la concentración de poderes en el ejecutivo. No es de sorprenderse que el mercado de valores se disparara después de la votación.
El programa de Trump está plasmado en un documento llamado Proyecto 2025, redactado por la ultra-conservadora Fundación Heritage. Plantea la privatización radical de los servicios y las actividades del gobierno, una reducción de los impuestos sobre las corporaciones y los ricos y la desregulación radical de la economía. El Proyecto 2025 plantea el desmantelamiento parcial del gobierno federal con la eliminación del Departamento (Ministerio) de Educación, la Reserva Federal (Banco Central), la Comisión Federal para el Comercio (instancia gubernamental anti-monopolio), el Departamento de Comercio y la Agencia para la Protección del Medio Ambiente, entre otras instancias. Pretende eliminar las medidas de protección al medio ambiente y sustituir la transición hacia fuentes de energía renovables a favor de combustibles fósiles, recortar el seguro médico del estado y atacar la salud reproductiva, eliminar los programas anti-discriminatorios, detener y deportar los inmigrantes no documentados y, entre otras cosas, eliminar el pleno empleo como meta del gobierno.
Hay una brecha, desde luego, entre la intención y la capacidad. Habrá fuertes conflictos y resistencias a este programa y, no es de sorprenderse, que Trump y el Proyecto 2025 proponen hacer retroceder los derechos civiles, reclasificar a decenas de miles de trabajadores de la administración pública como designados políticos para reemplazarlos con personas leales al presidente y desplegar las fuerzas armadas para funciones policiacas.
Trump prometió, repetidamente, que detendrá y deportará millones de inmigrantes. Trump mismo es un racista y xenófobo fanático. Sin embargo, hay que distinguir entre su retórica electoral incendiaria, que convirtió a los inmigrantes en chivos expiatorios de la crisis, y la realidad de que la economía norteamericana depende de la superexplotación de la mano de obra inmigrante. La economía colapsaría si todos los inmigrantes fueran deportados. Mas bien, Trump profundizará la transición que comenzó con administraciones Demócratas hacia un nuevo régimen migratorio, basado en estrictos y represivos controles estatales sobre la migración y la mano de obra inmigrante; muy parecido al régimen imperante en los Estados del Golfo, donde los migrantes existen bajo controles estatales absolutos y como mano de obra virtualmente esclavizada.
-A continuación, nos gustaría abordar la política exterior de Trump, comenzando con una de las cuestiones más complejas: Rusia y Ucrania. ¿Qué posición crees que adoptará la futura administración frente a este conflicto? ¿Y cómo podría afectar a Europa y al orden mundial?
-Trump y Musk tuvieron una conversación telefónica con el Presidente Ucraniano Volodymyr Zelensky el 8 de noviembre. Aunque no sabemos el contenido de la discusión, sí sabemos que Trump y una parte importante de su círculo íntimo han criticado la ayuda militar norteamericana a Ucrania. Trump indicó en 2023, y en el transcurso de la campaña electoral, que se reunirá con Putin y Zelensky para “llegar a un acuerdo” que ponga fin al conflicto, que es escéptico sobre la eficacia de las sanciones contra Rusia y que Europa tiene que “cargar con el peso de su propia defensa”. El Proyecto 2025 también aboga por una salida negociada, aduciendo que así “se evitaría una tercera guerra mundial”; aunque hay que resaltar que la cuestión de Ucrania es un punto de división entre el equipo de Trump.
Por el momento no se puede más que especular sobre la política de Trump hacia Ucrania. Pero una salida negociada a ese conflicto no debe interpretarse como algún cambio fundamental en la política exterior norteamericana. Una distensión entre Rusia y EEUU sería bienvenida, pero no resolverá las contradicciones internas al capitalismo global que generan conflictos y crisis. Seguiremos girando hacia un mundo más multipolar pero igual de conflictivo.
Además del análisis geopolítico que los analistas ven a primera vista, hay que analizar el papel de los conflictos y los sistemas represivos en el marco de la crisis de la sobreacumulación. La economía global depende más que nunca, en términos tanto económicos como políticos, del desarrollo del estado policiaco global; lo que he calificado como acumulación militarizada y acumulación por represión. Cada nuevo conflicto en el mundo abre nuevas posibilidades de obtención de ganancias para contrarrestar el estancamiento. Rondas interminables de destrucción seguidas de reconstrucción impulsan la obtención de beneficios no sólo para la industria armamentista, sino también para las empresas de ingeniería, construcción y suministros relacionados, la alta tecnología, la energía y muchos otros sectores; todos integrados en los conglomerados transnacionales financieros en el centro de la economía global. Los conflictos arrojan leña fresca a las brasas moribundas de una economía global profundamente estancada.
Con Trump no cambiará esta realidad subyacente a la economía global militarizada y violenta. Mucho se ha dicho que Trump es un “aislacionista” adverso a seguir adelante con guerras e intervenciones, pero no es así. Eso es una ilusión que niega la naturaleza del aparato guerrista e intervencionista del Estado norteamericano, la centralidad del mismo en apuntalar al capitalismo global. Trump no reducirá el gasto militar norteamericano; más bien, durante su primer mandato lo incrementó. El Proyecto 2025 declara la priorización del desarrollo y producción de una nueva generación de armas nucleares, eximir el Pentágono de los recortes presupuestarios y aumentar aún más el gasto militar. Vivimos en una economía global de guerra y eso no cambiará con Trump.
-En cuanto a Gaza y Oriente Medio, ¿qué postura anticipas de Trump respecto al genocidio en Palestina y la relación con las potencias regionales? ¿Qué impacto podría tener su política en la percepción global de EEUU y en los intereses del capital transnacional en la región?
-Bajo Trump, Estados Unidos seguirá auspiciando el genocidio. Trump seguirá y hasta aumentará el respaldo militar, económico y diplomático incondicional a los Sionistas. Recordemos que, durante su primer mandato, Trump trasladó la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, reconoció la soberanía sionista sobre Jerusalén Este y sobre los Altos de Golán, endosó una expansión de los asentamientos sionistas en Cisjordania y aumentó el suministro de armas al régimen sionista. Durante la campaña electoral Trump aconsejó a Netanyahu “terminar el trabajo” (del genocidio). Netanyahu había estado apostando por la elección de Trump.
Pero hay un contexto más amplio al genocidio. El Oriente Medio se ha integrado cada vez más en la economía global. La invasión y ocupación norteamericana de Irak en 2003 colocó esa integración en un violento avance acelerado, y le siguió al establecimiento en 1997 de la Gran Área Árabe de Libre Comercio (además de una serie de acuerdos de libre comercio bilaterales y multilaterales, regionales y extrarregionales relacionados).
A través de esta globalización capitalista, el capital israelí se ha integrado en capitales de todo el Oriente Medio, enredados a su vez en circuitos globales de acumulación. Los capitalistas israelíes y árabes tienen intereses de clase comunes que superan las diferencias políticas sobre Palestina. La dispensa política del “conflicto árabe-israelí” demostró ser un marco político-diplomático atrasado y fuera de sincronía con la estructura económica capitalista global emergente. En 2020, los Emiratos Árabes Unidos, y varios otros países, firmaron los Acuerdos de Abraham con Israel, normalizando las relaciones entre el Estado judío y los firmantes árabes. Pronto, cientos de miles de turistas israelíes llenaron los hoteles de Dubái y otros lugares, mientras los grupos de inversión del Golfo invertían cientos de millones en la economía israelí.
A medida que la región se globalizó, se produjo una cascada de inversiones corporativas y financieras transnacionales en finanzas, energía, alta tecnología, construcción, infraestructura, consumo de lujo, turismo y otros servicios. El corredor Oriente Medio-Asia se convirtió en un conducto clave para el capital global. El factor decisivo para sincronizar el régimen político-diplomático con la realidad económica iba a ser la normalización saudí-israelí, que tuvo que suceder justo hacia finales del 2023. En vísperas del ataque de la resistencia Palestina el 7 de octubre de 2023, el capital transnacional estaba a la expectativa de una importante expansión en el Oriente Medio.
Pero estas expectativas se vieron frustradas por el conflicto. Menciono esto porque hay que tomar en cuenta que una nueva ola de expansión del capital transnacional en la región dependerá de volver a encarrilar la normalización saudita-israelí, que, a su vez, es imposible sin resolver el conflicto. Quizás en algún momento el movimiento de masas en contra del genocidio se combine con el interés de ciertos sectores de la CCT en estabilizar la región para conducir a un cambio de la política norteamericana. Por el momento, nuestra tarea es escalar al máximo la solidaridad con Palestina y aumentar al máximo la presión sobre el gobierno entrante de Trump.
–En relación con China, ¿cómo se perfila la política de Trump hacia este país en términos de comercio, competencia geopolítica y posibles confrontaciones militares? ¿Estamos ante una intensificación de lo que alguna vez has denominado “Nueva Guerra Fría”?
–Trump hizo de la retórica contra China una pieza central de su campaña y la postura anti-China figura prominente también en Proyecto 2025. Pero, francamente, no veo gran diferencia entre Trump y Biden/Harris con referencia a la confrontación geopolítica y económica con China.
En cuanto a espacios para una nueva estrategia de interacción, hay que analizar algo que la gran mayoría de los analistas ignoran, y es que una parte importante de la CCT no quiere confrontación entre EEUU y China. El impulso hacia el nacionalismo, el populismo y el proteccionismo proviene de los Estados que enfrentan las condiciones desestabilizadoras de la globalización y la crisis capitalista, pero la CCT no ha apoyado este proteccionismo. Los principales conglomerados capitalistas, con sede en Estados Unidos y China, han experimentado un proceso continuo de penetración cruzada e integración en las últimas décadas que, lejos de revertirse, en realidad se ha profundizado como “Nueva Guerra Fría”.
Los gobiernos de Estados Unidos y China han estado tomando medidas para socavar esta integración en contra de los deseos de la CCT. No debería sorprender que la Cámara de Comercio de Estados Unidos se haya opuesto a los aranceles estadounidenses y otras restricciones al libre movimiento de capital transnacional. Los capitalistas transnacionales, con sede en China y Estados Unidos, quieren acceso a los mercados estadounidense y chino. Quieren poder explotar libremente a los trabajadores estadounidenses y chinos y mover su capital sin obstáculos por los Estados. No sabemos a dónde llevará esta contradicción ni cómo la manejará el gobierno de Trump.
–Para terminar: en cuanto al resto de los países del Sur Global, ¿qué podemos esperar de la política exterior de Trump?
-Dados los límites de esta entrevista, aquí solo puedo referirme brevemente al asunto. Hemos de rechazar el marco de análisis predominante que postula un enfrentamiento de la burguesía del sur global con el norte. No es así. El proyecto de los BRICS no persigue una retirada de los circuitos transnacionales de acumulación, sino una mayor integración en ellos bajo términos más ventajosos para esa burguesía y sus perspectivas de acumulación. El Estado estadounidense actúa como ariete para abrir el mundo al saqueo de las corporaciones transnacionales y ampliar las fronteras de la acumulación. La agresión de este ariete está integrada en el propio sistema del capitalismo global y el papel norteamericano en ello. En este aspecto no habrá un cambio bajo la administración Trump, y esta agresión se intensificará en la medida que se profundiza la crisis.
Pero sí hay una contradicción entre un proyecto proteccionista que propone Trump y los intereses del capital transnacional. No sabemos de antemano cómo se desarrollará esta contradicción y qué impacto tendrá para las relaciones de EEUU con el sur global. Existe la posibilidad –hasta probabilidad– de otra gran crisis financiera global que desate una escalada del conflicto clasista transnacional y que tenga grandes implicaciones para las relaciones entre Estados Unidos y el sur global.
*Publicado en Diario Socialista