¿De qué hablamos cuando hablamos de extractivismo? El caso uruguayo
.Alfredo Falero
En términos generales, extractivismo designa la explotación de grandes cantidades de recursos naturales. La idea que subyace es que de algún modo todos los países de América Latina, reproducen y profundizan la condena de origen: la región básicamente es exportadora de materias primas, de productos primarios. El tema es clave a la hora de pensar proyectos sociopolíticos y futuros posibles para nuestros países. Sobre esas ideas, siguen algunas reflexiones sobre la relación entre campo político y extractivismo en el caso uruguayo.
La economía-mundo actual, globalizada pese a algunas tendencias contrarias, proyecta presiones fuertes sobre las periferias del sistema (América Latina, África, partes de Asia, principalmente) para el suministro de materias primas. Estas presiones provienen de Estados-nación de regiones centrales de acumulación pero también de gigantes transnacionales y sus intereses específicos. Cabrían aquí innumerables consideraciones y cifras, pero para pasar rápidamente al centro de la cuestión, se pueden resumir en dos las grandes novedades del siglo XXI que en verdad están íntimamente relacionadas.
Una es que a las necesidades históricas de las regiones centrales de acumulación (Estados Unidos y Europa principalmente), se agregan los requerimientos para ocupar otra posición global de grandes países en términos territoriales ubicados en el oriente del mundo: China con sus necesidades para consolidarse como una nueva región central de acumulación y eventualmente disputar luego la hegemonía global, India en su ascenso como aspirante a ocupar un lugar más significativo pero muy desigual y con graves problemas sociales a su interior como para tener posibilidades de otra cosa y Rusia, igualmente en su ascenso como aspirante, pero con importantes contradicciones y particularmente contenida geopolíticamente por occidente.
Por las dudas: Rusia no solamente vende petróleo y gas, como señala David Teurtrie (en Le Monde Diplomatique de junio), es también el primer exportador de centrales nucleares y una de las tres principales potencias espaciales. Como sea, aún siendo los tres territorios muy extensos, requieren extractivismo mineral de otras regiones pero también agrario, lo que impulsa el agronegocio y la expansión de la frontera de la soja por ejemplo.
Una segunda novedad es la presión que impone la transición energética y la revolución informacional y las grandes transnacionales que las sustentan. Por supuesto que el petróleo y el gas seguirán teniendo su lugar, pero la búsqueda de alternativas energéticas es notoria. Claro que eso no tiene que ver con discursos sobre pactos verdes, “new green deal” o similares, rápidamente olvidables en función de la geopolítica. Una de las apuestas va por el lado del hidrógeno que puede producirse a partir de otras fuentes de energía y particularmente con el hidrógeno verde y los requerimientos de agua pura para alimentar los electrolizadores que separan el hidrógeno del oxígeno. Recuérdese que toda revolución energética ha implicado una “succión de naturaleza” del sur (como han fundamentado investigadores como Jason Moore) y la actual no es la excepción. Además, la revolución informacional en el marco de una mutación cualitativa del capitalismo y desatada hace unas cuatro décadas, requiere ahora mayor extractivismo mineral como tierras raras, cobalto y litio.
Podrían agregarse otras formas de extractivismo que implica el capitalismo actual en transformación y que están en la histórica lógica de flujos que van de las periferias a las áreas centrales. De este modo hay una extractivismo de biodiversidad entendiéndose por tal la identificación y apropiación de variedad de plantas, animales y microorganismos existentes, o de ecosistemas en general con sus múltiples interacciones que permiten luego sintetizar sustancias, por ejemplo, para desarrollos biotecnológicos en el norte.
También hay un extractivismo del intelecto colectivo, es decir de la creatividad, de capacidades, de experiencias, del conocimiento social, de esa fuerza social productiva intangible que ahora trasciende los espacios de las fábricas para integrar la sociedad en su conjunto bajo la lógica del capital. De este modo, puede haber un extractivismo de diseños indígenas. Por ejemplo, un caso que salió a la luz en 2022 fue el del diseñador de moda estadounidense Ralph Lauren que debió disculparse por haber plagiado diseños indígenas mexicanos. Pero, por supuesto el tema es mucho más amplio que esto.
En este marco, hay investigaciones que hablan hoy de “colonialismo de datos”. Es decir países que poseen una gran infraestructura digital, con transnacionales conocidas como Apple, Microsoft o Alphabet (Google), entre otras, que pueden acumular y procesar muchísima información y apropiarse de una enorme cantidad de datos. Se podría denominar, extractivismo informacional. Y cabría seguir adicionando elementos, pero baste lo anterior como cuadro general para establecer una conclusión parcial: no todos los flujos extractivos sur – norte son medibles, cuantificables y por tanto no son considerados en las cuentas públicas, ni, por supuesto, tenidos en cuenta por la mayoría de los economistas. Y sobre señalar que no son tratados en los medios masivos de comunicación.
Pero a los efectos de este artículo lo central es considerar que toda propuesta política, desde la izquierda a la derecha, no puede dejar de decir algo sobre este tema, aunque sea extremadamente simplificado, apologético y acrítico. Es más, todo gobierno, sea de derecha o de izquierda se verá enfrentado a gestionar proyectos extractivos, ya sean reales o puras promesas. Y aquí está la clave de lo que no suele aparecer claro: guste o no, el crecimiento económico de Uruguay es paralelo a la profundización de dinámicas extractivas y su dependencia con las regiones centrales de acumulación. Las plantas de celulosa son eso. El Uruguay, no es una novedad, sigue siendo básicamente un exportador de materias primas (por las dudas, no hay más que seguir las cifras de exportación de Uruguay XXI).
¿Puede ser algo más que esto?. Tal vez, pero por ahora, las alternativas políticas se juegan en el fondo en el terreno común nunca explícito de cómo gestionar estas dinámicas extractivas y paralelamente como correr menos riesgos electorales. En las campañas aumentan las formas de autocensura en relación a esto, no solo pensando en el electorado posible sino en que nadie puede “inquietar” al clima de negocios, es decir al capital, y ser acusado por ello. Los límites de la democracia terminan en las puertas del capital. De modo que no esperemos grandes novedades.
Para un gobierno, cualquiera sea, la necesidad de contar con la mayor generación de excedentes económicos para cubrir necesidades de diverso tipo, lleva a tener en cuenta el despliegue y las promesas de grandes empresas trasnacionales. De modo que en lo que resta de esta columna trataremos de sintetizar dos problemas de esta “gestión de lo extractivo”.
En primer lugar, está el tema del medioambiente, particularmente pensando en emprendimientos extractivos agrícolas, forestales, vinculados al hidrógeno verde y potencialmente mineros. Entre lo que puede denominarse el “ambientalocentrismo”, es decir el respeto casi religioso de la naturaleza que impediría cualquier movimiento y el extractivismo puro y duro sin pensar en consecuencias ambientales de futuro, hay todo un continuo de posibilidades de ubicación. Todo agente político debe mostrar públicamente una sensibilidad medioambiental que le quita el sueño pues es una agenda potencialmente antisistémica. Lo real es que tenderá a ser un problema subsidiario del emprendimiento extractivo en cuestión y si se presentan conflictos territoriales, se deberá hacer algo. Todo elenco político tratará de localizar, circunscribir territorialmente el conflicto, mientras paralelamente llevará al plano nacional el discurso de desarrollo en base al emprendimiento en cuestión.
En segundo lugar, están precisamente las interesadas confusiones sobre desarrollo. En general da la idea de una carrera entre países para alcanzar niveles ubicados en las regiones centrales de acumulación. En esta perspectiva participa alegremente también la academia. En el caso de Uruguay se invoca además la escala: aquí cualquier inversión mueve la aguja fácilmente, se dice. De modo que, de fondo, “cualquier monedita sirve”.
Lamentamos informar que crecimiento económico más algunas medidas de inclusión social (hablar de “estado de bienestar” en la periferia ya entra en el nivel de lo ridículo), no representa una carrera al desarrollo. Habilitar más zonas francas de servicios globales (extractivismo informacional) con sus gigantescas exoneraciones impositivas, puede generar empleo, pero tampoco es desarrollo. Por las dudas y para que quede claro: no se está tratando de fundamentar el rechazo a cualquier inversión extranjera directa, sino que esa necesidad lleve a legitimar una economía de enclaves en versión siglo XXI y que las ilusiones de futuro que el campo político debe construir, inhiban la exigencia de ser más críticos y creativos en cuanto a alternativas.
Las opciones de la derecha política pueden presentarse como discursivamente novedosas (como la que intenta el ultraderechista e intelectualmemte mediocre presidente argentino actual), pero en los hechos seguirán teniendo el mismo libreto histórico: vía libre al capital transnacional y remate territorial sin complejos. Las opciones de izquierda están, en cambio, obligadas a ir generando alternativas y abrir otros horizontes de posibilidades y no quedar atrapadas en la adaptación global de facilitar enclaves extractivos.
América Latina ha sido una cantera de movimientos sociales, de experiencias alternativas y de pensamiento crítico, aunque actualmente no se encuentre en su mejor momento en ello. De modo, que si como parte de la región seguiremos siendo principalmente exportadores de materias primas con el protagonismo de grandes empresas transnacionales, al menos sería deseable también rescatar ese otro aspecto latinoamericano que en Uruguay quedó enterrado bajo discursos de excepcionalidad y desarrollo.
*Doctor en Sociología. Docente e investigador. Integrante de la Red Internacional de Cátedras Instituciones y Personalidades sobre el Estudio de la Deuda Pública (RICDP – www.ricdp.org)