El principal desafío es retomar y avanzar en el camino al socialismo

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Antonio Elías

Estamos ante un retroceso civilizatorio sin precedentes: el mundo es dominado por el capitalismo y la multipolaridad no implica, para nada, ser un camino al socialismo.
“La ofensiva ideológica neoliberal alcanzó su auge en la segunda mitad de los años 80, con la política derrotista de la clase política dirigente de la Unión Soviética y de la Europa Oriental. A partir de la caída de los regímenes del llamado ´socialismo real´ se abrió una ofensiva ideológica neoliberal. Cualquiera que reivindicara una crítica al capitalismo o al quimérico ´libre mercado´ era inmediatamente segregado de los medios de comunicación y de la academia. Era la época del ´fin de la historia´ del fin del socialismo y del marxismo.”[1]

La caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, más allá de los múltiples cuestionamientos al “socialismo real”, aceleró el abandono de la concepción de lucha de clases que se había procesado en importantes sectores de la izquierda. La propuesta socialista fue sustituida por un discurso “izquierdista” sin proyecto histórico, por lo que terminó sin cuestionar el sistema, privilegiando la conciliación de clases. La lucha por una “democracia social y económica” resumía y sintetizaba esta perspectiva de la izquierdista/progresista respecto a una democracia política burguesa que se limitaba -en la mayoría de casos- a garantizar el derecho al voto.

El proyecto de izquierda se transformó, para muchos, en mejorar el nivel de vida de la población -sin redistribuir la riqueza acumulada- a través de una profundización del modelo del capital. La conquista del poder y una salida anticapitalista -que suponen una ruptura del statu quo- quedaron de lado, no sólo como práctica sociopolítica limitada por una determinada correlación de fuerzas, sino como sustento ideológico de muchas organizaciones de la llamada izquierda. Todo esto tuvo diferentes énfasis y niveles de profundidad en cada país.

La confrontación entre los Estados Unidos (EE.UU.) y China, así como el crecimiento de los BRICS -una organización heterogénea, económica y políticamente-, no plantea alternativas anticapitalistas, por el contrario, se está dirimiendo cuáles van a ser las características del nuevo orden mundial capitalista, avanza hacia una regionalización y a un acortamiento de las cadenas de valor donde se relocalizarán empresas transnacionales. América Latina es un territorio en disputa en dicha confrontación.

La acumulación del capital conlleva la acumulación creciente de problemas insolubles dentro del sistema: desigualdad, deterioro del medio ambiente, descuido de los sistemas de salud y educación, polarización de la sociedad. Estos tienen solución fuera de la lógica capitalista que transforma lo necesario en una mercancía que busca que los actos produzcan beneficios, evolucionando en la maximización de las ganancias y la competencia.

Uno de los principales cambios de esta ofensiva del capital, profundizada, es la búsqueda de nuevas formas de acumulación que implican aumento de la explotación de la clase trabajadora. A esto se suma la innovación tecnológica, reconfigurando las condiciones económicas y políticas de dominación.

Los procesos de digitalización son aprovechados para reducir la cantidad de trabajadores socialmente necesarios y abaratar el costo de la fuerza de trabajo. Las empresas transnacionales aprovechan el trabajo remoto en sus cadenas de valor y los trabajadores pierden los sistemas de seguridad social tradicionales y el contacto con los sindicatos se reduce sustancialmente. Se reconfiguran las condiciones económicas y políticas de dominación.

Se viven tiempos de cambios profundos, en la relación social laboral y sus mecanismos de explotación, como en el ámbito estatal, modificando la funcionalidad del Estado capitalista para favorecer, aún más, el objetivo de la ganancia y la acumulación, la militarización y ampliación del delito económico y la violencia, tanto como las relaciones internacionales y el propio orden económico global.

Todo confluye en un cuadro de crisis que trasciende la economía y se proyecta sobre variados ámbitos, constituyendo una integralidad que afecta al conjunto y a la propia naturaleza, amenazada por el cambio climático y el carácter depredador del modelo productivo. Se trata de un tiempo de reflexión y acción sobre caminos alternativos al orden económico y social.

1. A nivel mundial el capitalismo es hegemónico

“La hegemonía del beneficio incontrolado (una de las principales causas de la crisis ecológica) aumenta las desigualdades dentro de cada nación y en todo el planeta. Las cualidades de nuestra civilización se han deteriorado y sus deficiencias han aumentado, sobre todo en la extensión del egoísmo y la desaparición de las solidaridades tradicionales.

La democracia está en crisis en todos los continentes: es sustituida cada vez más por regímenes autoritarios que, al disponer de medios de control informatizados sobre las poblaciones y los individuos, tienden a formar sociedades de sumisión que podrían calificarse de neototalitarias.”[2] (Morin, Edgar, 2024)

Parece ser el peor momento para la izquierda revolucionaria desde la implosión de la URSS. Se podrá sostener lo contrario, fundamentando que la alianza entre China y Rusia ponen freno al imperialismo y que están apoyando a Venezuela y Cuba. Pero no se puede ignorar que los gobiernos rusos, desde la disolución de la URSS, asumieron el capitalismo como sistema, en tanto China participa en el comercio mundial con la misma lógica de los países capitalistas, tratando de desplazar a EE.UU. en la búsqueda de reservas de materias primas para sostener y acrecentar su desarrollo productivo. El aumento del comercio y de las inversiones chinas no permitirá que se supere nuestro patrón exportador basado fundamentalmente en unos pocos productos primarios, como señala la teoría de la dependencia.

El conflicto bélico intercapitalista en Ucrania, entre Rusia y la OTAN, agudiza los problemas de la economía mundial: inflación, estancamiento, aumento de los costos financieros, todo lo cual impacta en la reducción de la demanda externa de América Latina y en la caída de las inversiones extranjeras.
Continúan y se profundizan las políticas imperialistas de intervenciones militares, directas o inducidas en el mundo. En nuestro continente se profundizaron, a pesar de la pandemia, las agresiones de todo tipo contra los países que defienden su soberanía.

“La injerencia extranjera y los llamados a boicotear los cauces democráticos en la región representan un peligro para el mantenimiento de la paz, la autodeterminación de los pueblos y el derecho que estos tienen de elegir libremente su forma de organización política, económica y social. Los bloqueos militares, políticos y financieros que hoy se aplican sobre sociedades latinoamericanas, en particular contra Venezuela y Cuba lo ejemplifican en forma contundente.”[3]

Las intervenciones militares en Haití a lo largo de décadas continúan. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó, con la abstención de Rusia y China, una resolución que autoriza el despliegue de un contingente militar de Kenia en aquel país.

Los bombardeos y la ocupación genocida israelí continúan. La despiadada ofensiva israelí contra Gaza y Cisjordania ha provocado la muerte 29.398 personas, además de 73.500 heridos. De los asesinados, 12.400 son niños, 7.850 mujeres y 695 ancianos; además, están desparecidas 8.000 personas, entre ellos 4.000 niños.[4] Todo lo cual muestra que no existen límites para la barbarie de Israel y Estados Unidos, quien vetó tres veces en el Consejo de Seguridad de Estados Unidos el alto el fuego. También muestra que las Naciones Unidas solo pueden hacer declaraciones.

En América Latina se puede observar nítidamente que la “nueva derecha” -entre otros, Jair Bolsonaro, Javier Milei, Guillermo Lasso, Daniel Noboa, Dina Boluarte- no tiene rupturas significativas con las derechas neoliberales tradicionales en lo que refiere a su programa. Lo que quizás pueda destacarse como novedad es la violencia autoritaria y la exacerbación ortodoxa de la lógica del mercado, el rechazo y combate a los derechos adquiridos y el aprovechamiento de la base social que los progresismos han descuidado, incluida la clase media.

2. Las principales tensiones y contradicciones del progresismo

Para superar las limitaciones de la situación actual en el continente, y por supuesto en nuestro país, es muy útil la clasificación de las contradicciones en el progresismo que realizó Sergio De Zubiría Samper[5], retomando las contradicciones que afectan el fin del capitalismo que elaboró David Harvey[6].
Entendiendo las contradicciones en forma dialéctica como la relación entre la práctica y el conocimiento, la unidad y la lucha de los contrarios, el papel de las contradicciones en el desarrollo de las cosas, la negación de la negación y el salto cualitativo.

Las contradicciones fundamentales que identifica en los gobiernos progresistas son:
• la tensión entre dos polos ideológicos opuestos, el corrimiento al centro versus izquierda antisistema;Progresismo
• la concepción sobre el aparato del Estado, entre los que le adjudican un papel determinante en la acción política y las transformaciones populares desde abajo y afectando directamente las relaciones de poder;
• las finalidades y sentidos de las transformaciones sociales, entre el neo desarrollismo que no cuestiona la explotación capitalista y las múltiples alternativas emancipatorias postcapitalistas.

Luego describe lo que califica como contradicciones peligrosas: “aquellas que amenazan profundamente la persistencia de un proyecto de izquierda anticapitalista y, al mismo tiempo, la propia existencia del progresismo”. Son las que se producen entre:
• la búsqueda de resultados para el mantenimiento del gobierno a través del posibilismo y el pragmatismo respecto a mantener la identidad política;
• las promesas y las expectativas de cambio y lo que efectivamente realiza el gobierno;
• los operadores gubernamentales del progresismo y las organizaciones sociales, comunitarias, populares, sindicales y étnicas, buscando la cooptación y subordinación de los movimientos y organizaciones sociales a la política gubernamental. Esto se ve muy claramente en nuestro país en el caso del Plebiscito de la Seguridad Social, donde organizaciones políticas progresistas pretenden impedir que se consigan las firmas necesarias para que el pueblo decida.
• entre administrar o transformar; “Se trata de una contradicción hondamente peligrosa porque se mueve entre las fuerzas de potenciación antisistema y aquellas fuerzas de restauración del sistema; entre el incremento de las luchas sociales o la clausura del ciclo de luchas sociales tan solo para reposicionar el Estado, el gobierno y la sociedad existentes.”

Corresponde recordar que la contradicción dialéctica entre clases sociales es el motor del cambio histórico, “toda la historia de la humanidad hasta ahora es la historia de la lucha de clases”. (Manifiesto comunista, 1848)

3. Hay que superar los límites del progresismo para enfrentar la ofensiva del capital

Para superar la situación de retroceso actual de la izquierda no deberíamos caer en explicaciones unilaterales del avance de la derecha en América Latina, tales como, la injerencia de EE.UU., la presión militar, la judicialización, detención y proscripción de los principales candidatos progresistas, lo cual es absolutamente cierto, pero no explica todo. No puede desconocerse el desprestigio de muchos gobiernos progresistas por su incapacidad para resolver los problemas de la población por el corrimiento programático e ideológico hacia al centro en una situación de hegemonía capitalista y neoliberal. En cualquier caso, no puede ignorarse que dichos gobiernos, con todas sus carencias, son mucho mejores que los gobiernos de derecha al servicio del capital.

Si vemos la situación desde el punto de vista de los intereses de las grandes mayorías explotadas y de las numerosas minorías excluidas y discriminadas, no se ha avanzado con una propuesta alternativa al sistema capitalista.

América Latina enfrenta una de las peores crisis. Las perspectivas económicas, políticas y sociales son sumamente inciertas y los gobiernos progresistas no tienen proyecto histórico, ni alternativas de cambios profundos dentro del sistema.

El progresismo, mayoritariamente, se maneja en el contexto de la institucionalidad liberal-burguesa y no se propone trascenderla. Y en los pocos casos que ha pretendido hacerlo ha generado fuertes discrepancias internas y externas. Para muchos el progresismo es el horizonte insuperable de este tiempo. Asumir ese criterio es negar que otro mundo es posible y no podemos renunciar a luchar para lograrlo; sin ello, la lucha ideológica se limita a las diferencias distributivas dentro del sistema.

El problema de los gobiernos progresistas es la debilidad ideológica que no se plantea tomar medidas para acumular hacia un proyecto anticapitalista, un proyecto de cambio de fondo; su frontera -en el mejor de los casos- es tomar medidas contra el neoliberalismo para mejorar las condiciones de vida de la sociedad, reduciendo la desigualdad entre el capital y el trabajo. Las metas de avanzar en la justicia social y de atender las necesidades de la población son muy válidos, pero si no tiene una estrategia que lo trascienda con el objetivo de alcanzar una sociedad sin explotados, es simplemente -en términos del pasado- reformismo socialdemócrata.

En nuestro país el corrimiento de la izquierda hacia el centro ya lleva varias décadas, y no parece que vaya a detenerse. Las clases dominantes, a través del actual gobierno de coalición de derecha y ultraderecha llevan adelante el proyecto del capital y para ganar las elecciones del 27 de octubre impulsan candidatos con un discurso centrista. Una parte muy importante de la izquierda también apuesta a lo mismo, quizás por no tener confianza en su capacidad de transformación y/o por no creer que la gente quiera transformaciones.

En esencia cualquier proceso que tenga un contenido estratégico de proceso de cambio tiene que definirse claramente, lo cual no quiere decir tomar medidas que las correlaciones de fuerzas no permitan. El problema se produce cuando, para captar inversión extranjera y/o para triunfar en disputas electorales se dejan de lado principios de la izquierda y se asume el discurso que favorece al sistema. Lo que se ha visto, en muchos lugares, es que el avance del progresismo en medidas de justicia social es inversamente proporcional al retroceso ideológico.

Las instituciones neoliberales globalizadas son la “telaraña” que envuelve a los gobiernos progresistas. Su conjunto de reglas impone y preserva el dominio del capital sobre el trabajo, y de los países centrales sobre los países periféricos.

Inversiones extranjeras en América Latina: ¿cómo, dónde y para qué?Es necesario un programa que no subordine el desarrollo económico nacional a la inversión extranjera; no favorezca los intereses del capital a través de tratados de libre comercio, de protección de inversiones y los plurilaterales de nueva generación; no pretenda compensar los efectos de la explotación mediante políticas sociales focalizadas y asistencialistas.

Por el contrario, debería proponerse el control nacional del proceso productivo y la reestructuración de la economía para lograr una redistribución radical de la riqueza y de la renta, núcleo fundamental de un modelo económico de izquierda. Lo que implica, necesariamente, elevar los niveles de conciencia y organización de la población y estar dispuestos a confrontar con el capital. Sin participación social no habrá proyecto alternativo, pero para ello es esencial aumentar sustancialmente los niveles de conciencia, organización y dirección de la clase trabajadora y sus aliados.

Para evitar la trampa de soluciones encuadradas en el contexto de la ofensiva del capital, adoptar soluciones que se reducen a discutir el ritmo e intensidad de un ajuste, es fundamental que las organizaciones clasistas y del campo popular tengan absoluta independencia en relación a la burguesía y al Estado.

Hay que avanzar paso a paso, hay que dar todas las batallas que sean necesarias de acuerdo a los actuales niveles de conciencia y correlación de fuerzas, pero es imprescindible que se unan las tareas inmediatas con el proyecto histórico emancipatorio. Se tiene que desarrollar una ofensiva ideológica contra el proyecto del capital, reposicionando el proyecto de los trabajadores, el socialismo, como alternativa real a la barbarie capitalista.Socialismo chavista | Rolando Astarita [Blog]

La primera tarea es reconstruir los niveles de conciencia de clase en nuestras sociedades. Hay que demostrar la falsedad del discurso dominante que sostiene que pueden convivir eternamente explotados y explotadores, que las contradicciones se limitan a la pugna distributiva entre salario y beneficios. Al igual que se debe cuestionar el discurso postneoliberal y evitar que se siga sosteniendo que es una salida al neoliberalismo: en primer lugar, porque lo profundiza; en segundo lugar, porque no se puede combatir el neoliberalismo sin combatir al capitalismo que lo engendra y sostiene.

Notas

[1] Bruckmann, Mónica y Dos Santos, Theotonio, “ Movimientos sociales en América Latina”, 16 mayo 2008, Pays: Amérique latine & Caraïbes Thème : Mouvement altermondialiste & forums sociaux. Source : Mémoire des luttes.
[2] Morin, Edgar, “Frente a la policrisis que atravesamos, la primera resistencia es la del espíritu”, Le Monde, 22 de enero de 2024.
[3] Elías, Antonio, “Por la autodeterminación de los pueblos y contra la intervención extranjera”, en
Geopolítica imperial: intervenciones estadounidenses en Nuestra América en el siglo XXI, CLACSO, 2020.
[4] Newsletter 20 de febrero, 2024, Embajada del Estado de Palestina en Uruguay.
[5] De Zubiría Samper, Sergio, De las contradicciones emergentes a las estructurales del progresismo colombiano, Revista Izquierda, número 112, agosto 14, 2023.
[6] Harvey, D. (2020). 17 contradicciones y el fin del capitalismo. Bilbao: Euskal Herriko Komunistak.

*Magíster en Administración Pública (CIDE, México) y en Desarrollo Económico para América Latina (UIA, España) Preso y exiliado desde 1977 en México y Nicaragua. Fue director del Instituto Fernando Otorgués (IFO) e integró la dirección del Centro de Estudios Estratégicos 1815. Profesor de Economía y Finanzas Públicas en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (Universidad de la República). Integra la Red de Economistas de Izquierda de Uruguay. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)