Alain Supiot: ¿Un nuevo New Deal?

330

Fabián Kovacic-Brecha

Uberización, nuevas plataformas digitales, el New Deal y el anarcocapitalismo recorrieron la charla que Brecha mantuvo con el sociólogo y especialista en derecho laboral francés Alain Supiot, a raíz de su nuevo libro.

—En 1995 su colega estadounidense Jeremy Rifkin publicó el ensayo titulado El fin del trabajo. Desde entonces hasta hoy, ¿cuánto cambió el concepto de trabajo en el mundo?

—Hoy queda claro que Rifkin y su libro se equivocaron porque confundían el trabajo y algunas de sus formas históricas, en particular, el trabajo asalariado. El trabajo en su sentido antropológico expresa, antes que nada, la capacidad de los seres humanos para acondicionar su medio vital y desarrollar en el mundo social y real cuestiones nuevas que tienen en mente. El trabajo ya no es lo que fue - Siglo XXI Editores

El fin del trabajo únicamente sería concebible si llegáramos al fin de la humanidad. Estaríamos frente a seres humanos que no se mueven más y que no imprimen su sello al entorno en el que viven. Y eso es una idea absurda. En cambio, hay formas históricas del trabajo que no han dejado de transformarse: el trabajo doméstico en sentido amplio o el trabajo sin fines de lucro, por ejemplo, la educación de los niños. Criar hijos es un trabajo. Y esos hijos asisten a la escuela para aprender. Eso también es trabajo. En la sucesión de las generaciones hay que enseñarles, educarlos, y no veo que ese trabajo pueda desaparecer. Esto no significa que esas condiciones de ejecución de la tarea no se vean amenazadas por las formas del trabajo en la esfera mercantil.

—¿Cómo chocan?

—Ese es uno de los problemas. El tiempo del trabajo mercantil y el debilitamiento de las estructuras familiares debilitan las condiciones educativas de esos niños. Esto se vio hace poco en Francia cuando los disturbios en los suburbios de París. Casi el 60 por ciento de los jóvenes arrestados en las calles y en las escuelas venían de familias monoparentales, muchas con una madre sometida a trabajos con horarios flexibles y cambiantes por un salario miserable. Las condiciones educativas y la ejecución de esa educación son fundamentales para una sociedad. Eso puede afectar las estructuras familiares y, luego, las formas de organización del mercado laboral.

Podemos imaginar una gran huelga de todo el sector económico, como ya sucedió en Francia muchas veces: todo se frena un día, 15 días o un mes, y la sociedad sobrevive a eso. Pero no podemos imaginar que una familia deje de alimentar a sus hijos durante un mes. Lo que quiero decir es que la sociedad mercantil se forma sobre formas de trabajo no mercantil que no se deben ignorar, pero que la economía sí ignora. Porque no aparece en los cuadros estadísticos y muchas veces esto recae sobre las espaldas de las mujeres, de las madres.

—¿Cómo cambió el trabajo mercantilizado en estos años?

—No hay duda de que en las últimas tres décadas hemos visto desplegarse una revolución digital que vino a transformar las condiciones laborales de manera general. No solamente para los que están detrás de una computadora, sino todas las formas de organización. Hay un nuevo imaginario del trabajo que se ha instalado. El trabajo ya no es la ejecución obediente de órdenes, sino la realización de un programa para alcanzar objetivos. Y esto concierne tanto a los trabajadores dependientes como a los ejecutivos de las grandes empresas, que deben satisfacer a los accionistas para crear valor o mejorar los rendimientos bursátiles, por ejemplo. Así que hay una transformación profunda en las formas de organización laboral que afectan al conjunto de las formas del trabajo.

—¿Esas transformaciones llevaron a una precarización del trabajo en general o solo del mercantil?

—Esta revolución digital va acompañada de nuevas formas de precarización. Y en este tema ya hay que hablar de la uberización y lo que implican las plataformas digitales de trabajo. Vemos que se están desarrollando formas de trabajo que intentan escapar al estatuto del trabajo asalariado. Hubo debates al respecto en todos los países.Aula de Paz Camin de Mieres: CINE CLÁSICO: CHARLES CHAPLIN

La uberización es una ilustración del mal uso de la revolución digital. De manera más general, en la larga historia del trabajo se tendió a pensar al trabajador según el modelo de las máquinas de las que se disponía. Cuando había fuerza animal, se pensaba al trabajador con base en el animal y eso creó la esclavitud. Con la revolución industrial, se pensó a los obreros según el modelo de las grandes máquinas. Ese es el modelo de Tiempos modernos, la película de Charles Chaplin, o de Metrópolis. Y hoy en día, con la revolución digital, tendemos a pensar al trabajador según el modelo de la computadora, es decir, como máquinas programables, como computadoras bípedas.

—Eso impacta directamente en la cuestión del derecho laboral…

—La historia del derecho laboral muestra que fue un esfuerzo de humanización de las técnicas. ¿Cómo se hace para pensar en los seres humanos o en los modelos de las máquinas si no es colocando a las máquinas al servicio de los seres humanos, de manera que su propio trabajo sea menos penoso y más creativo? Creo que la revolución digital ofrece oportunidades formidables desde ese punto de vista. Las máquinas pueden aliviarnos de todas las tareas que tienen que ver con operaciones de cálculo. De modo que el trabajo humano podría concentrarse en lo incalculable, por ejemplo, la atención que se le suministra al otro.

Eso lo hemos visto perfectamente durante la pandemia de covid-19. Se llamó trabajadores esenciales a aquellos que estaban en contacto con personas y cosas, y no estaban manipulando símbolos. Una de las lecciones que aprendimos de ese período es que había que mejorar el estatuto de esos trabajadores esenciales. Y en lo que refiere a los que trabajan sobre símbolos, como investigadores o periodistas, la revolución digital debería permitirnos concentrarnos en la parte más creativa del trabajo, es decir, hacer lo que las máquinas no pueden hacer. Ese es el buen uso de la técnica y creo que ese es el horizonte del derecho laboral futuro. Pero esto supone salir de este imaginario cibernético que nos hace concebir al ser humano según el modelo de las máquinas.

—Por ahora parece ser un modelo de mayor explotación.

—Le doy una pequeña comparación: hasta finales del siglo XVIII no conocíamos la iluminación artificial. Había velas, pero la gente no podía trabajar durante la noche y en el invierno, cuando los días son más cortos, tampoco. Entonces había un límite natural a la explotación del trabajo humano y, de repente, se inventó la iluminación a través del gas y luego la iluminación eléctrica y se tornó posible que los humanos trabajaran las 24 horas. Todos los ciclos de vida se ven alterados a través de ese cambio técnico, con las consecuencias catastróficas que sabemos: en el siglo XIX los niños y las niñas trabajaban diez horas por día. Ahí fue que se inventó el derecho laboral, para limitar justamente la duración del tiempo del trabajo y para reconstituir ciclos biológicamente soportables de vida.

Frente a lo imposible se instaló lo prohibido para reconstituir condiciones humanamente tolerables. Pienso que estamos frente a problemas comparables en el uso de nuestras máquinas. Hace un rato hablaba de la educación de los niños. Unos amigos me llevaron a un restaurante en Buenos Aires y en la mesa de al lado había una pareja con un niño de unos 5 años. Durante toda la comida los padres intercambiaban imágenes y el nene miraba una pantalla. Eso no es estar en una mina de carbón, por supuesto, pero uno puede pensar que para el desarrollo del niño hay padres que no saben domesticar a la máquina. Esto es parte de los nuevos desafíos. Otro es la toma de conciencia de los límites ecológicos. Hay que lograr que entren dentro del perímetro de la justicia social no solo las cuestiones del precio y la duración del trabajo, sino también su sentido, para qué sirve. Cómo trabajo y por qué trabajo, el contenido y el sentido del trabajo.

—¿Cómo rompemos esa dicotomía entre la idea de voluntad humana y el trabajo?

—Es un tema delicado, porque no quiero exonerar al capitalismo del pecado de vivir en torno a ficciones y siendo inconscientes de esas ficciones, evidenciadas por el gran economista Karl Polanyi a mediados del siglo XX. El capitalismo piensa a la naturaleza como una mercancía, al igual que el trabajo y la moneda. Y las trata como tales, lo cual conduce a la crisis ecológica, a las crisis sociales y a las crisis monetarias. El modelo de la economía de mercado no es sostenible a largo plazo si no es a través de dispositivos jurídicos que protejan el valor de la moneda, la supervivencia del planeta y de nuestros medios vitales. Y también la vida larga del trabajador y de su familia, sus hijos. El llamado anarcocapitalismo piensa que ya no necesitamos nada de eso.

Y eso solo puede producir violencia. No quiero decir que eso sea el fin del capitalismo, porque el Estado social demuestra que hemos inventado regímenes de un capitalismo morigerado. Y se lo debemos esencialmente al New Deal estadounidense, cuando Franklin Roosevelt dijo: quiero volver a asegurar la primacía del poder político sobre el económico. Hay algo absurdo en la generalización del modelo de mercado para todas las actividades humanas. Eso planteaba Karl Polanyi cuando decía que el mercado debe estar encastrado en la sociedad para evitar que se desborde.

No solo el capitalismo debe ser incriminado, porque la experiencia del socialismo real, del comunismo real, nos ha demostrado que también podía terminar en callejones sin salida con propiedad pública de los medios de producción. Esto no impidió el taylorismo. Lenin era un gran admirador de Taylor, y la Unión Soviética masacró el medioambiente. Detrás de la oposición comunismo/capitalismo había un mismo imaginario: el de Prometeo, de la prepotencia del ser humano para moldear la naturaleza a su imagen. Y de eso es de donde debemos volver hoy.

—Si el New Deal solucionó los problemas de su tiempo y engendró un capitalismo moderado, ¿es posible volver a eso o recrear esa lógica?
New Deal - Wikipedia—El New Deal fue un éxito político increíble. Fue la invención de un Estado social democrático que respondió a la cuestión social conservando instituciones democráticas y la economía de mercado. Fue una invención única sobre la cual se concibió la mayor parte de las constituciones nacionales de la posguerra y se consagraron los derechos sociales. Una de las razones por las que en Estados Unidos eso fue más frágil es porque no se reescribió la Constitución. Cuando volvió el neoliberalismo, no había frenos jurídicos como los que hubiera representado una constitucionalización de los derechos sociales. Esto explica que el Estado social haya podido ser barrido en Estados Unidos mucho antes que en Europa. Ahora los estadounidenses están remando para tratar de tener un sistema de salud.

¿Es posible recomponer el New Deal hoy, en plena ofensiva neoconservadora?

—El New Deal fue un éxito, pero hay que ser conscientes de que no se corresponde con las condiciones históricas presentes. El New Deal no tenía consciencia de los límites ecológicos del planeta. Ese fue su primer límite. En segundo lugar, era ciego en cuanto a la cuestión del sentido y el contenido del trabajo. Decía: te prometo una mejora en tus condiciones de vida económica a cambio de tu sumisión, de tu subordinación. Ese es el pacto fordista. La cuestión del sentido y el contenido del trabajo estaba fuera de discusión. Ese modelo es el que explica, más o menos, el éxito de China durante los últimos 20 años. Pero hoy hay un pacto fordista a escala china. Los dirigentes chinos prometen un enriquecimiento a cambio de tranquilidad social. Pero también están llegando al límite. La cuestión es inspirarse en los principios fundadores del Estado social, pero con las condiciones actuales. No podemos conservarlos como piezas de museo. Y ese es el trabajo de la generación actual, la nuestra.

*Periodista argentino, corresponsal del semanario Brecha en Buenos Aires. Docente en la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires.