Geopolítica del petróleo: De Gaza a la Argentina
Desde los orígenes del tiempo, la humanidad ha sobrevivido en un medio natural hostil, organizando su vida social en torno a dos ejes fundantes: la dominación y la cooperación. Más allá del tamaño de los grupos sociales originarios, de su evolución económica, cultural y política, de la idiosincrasia de las civilizaciones y de su dispersión geográfica, la vida colectiva ha transcurrido a lo largo del tiempo al ritmo dictado por los conflictos sociales y la capacidad de articular consensos. El resultado ha sido un complejo balance entre el equilibrio y la desintegración social, un balance en el que la estrategia de dividir para conquistar y dominar ocupó desde el vamos un rol central.
Formulada de un modo incipiente hace más de 2.000 años, esta estrategia aparece tempranamente en partes de guerra y en escritos históricos y filosóficos. Posteriormente, con el desarrollo del modo de producción capitalista en Occidente y la consiguiente expansión colonial e imperial, esta estrategia fue explicitándose en la política de varios Estados. Sin embargo, su esencia es simple y se aplica a cualquier núcleo social, cualquiera sea su tamaño. En tanto estructura de relaciones de poder, todo grupo social admite contradicciones internas entre los elementos que lo componen. Estas contradicciones, y la posibilidad de agudizarlas, permiten reforzar el control que el centro tiene sobre las partes que constituyen al todo. Para impedir una unión de estas últimas que podría erosionar su autoridad, el centro crea o profundiza disputas entre individuos, familias, tribus, facciones, grupos sociales, clases sociales, etnias, sexos, religiones, provincias, naciones, etc. El objetivo último es siempre el mismo: impedir el cuestionamiento a la autoridad central y la eventual ruptura del status quo.
En el año 338 AC, Roma derrotó a su principal enemigo del momento: una confederación de 30 aldeas y tribus que se oponían a su expansión, y sustituyó a esta liga de ciudades por un sistema de favores y sanciones donde Roma, el centro de la estructura de poder, lidiaba con cada una de ellas por separado, aislando a unas de las otras y buscando enfrentarlas entre sí con el objetivo de imponer su liderazgo sobre el conjunto y gobernar sin cuestionamientos. Este habría de ser luego el principio fundante de la pax romana a lo largo y a lo ancho de vastas regiones unificadas bajo el control del Imperio. Posteriormente, diversos líderes militares, políticos, monarcas, funcionarios y filósofos de Occidente habrían de otorgar a esta estrategia de dividir para dominar importancia crucial en la expansión de los Estados, cualquiera fuese la estructura institucional de estos. Entre los muchos ejemplos de este fenómeno, se destacan en los últimos siglos las expansiones coloniales de España y de Inglaterra y, más recientemente, la partición de África y del Medio Oriente. Esta última repartición territorial y política ha sido decisiva en la conformación de la geopolítica del petróleo y del gas que hoy coloca al mundo al borde del abismo nuclear.
La reciente explosión del conflicto entre Israel y Palestina ha convertido al Medio Oriente en un punto neurálgico para la supervivencia de nuestro planeta. Por un lado, muestra la creciente debilidad de la primera potencia nuclear y los estragos de un dominio global basado en el control de recursos naturales no renovables de importancia estratégica para el conjunto de la economía mundial. Por el otro, expone los límites que existen en la era nuclear para resolver un conflicto tan medular con una estrategia que escala el enfrentamiento militar, intensifica las sanciones económicas y profundiza las divisiones. Pareciera que estos métodos tradicionales apuran los tiempos del enfrentamiento nuclear cuando lo que está en cuestión es el control de las reservas, de la producción, de los precios y de las rutas de abastecimiento de un recurso cuya falta asestaría un golpe mortal inmediato al andamiaje de la producción global. De ahí la peligrosidad del momento actual y el enorme significado de este conflicto para los países que, como el nuestro, están bajo el control del dólar y poseen enormes reservas de petróleo y de gas no convencional todavía sin explotar.
En los últimos tiempos, el calentamiento del planeta ha impuesto la necesidad de buscar fuentes alternativas a las energías fósiles. Sin embargo, el control de estas últimas y de sus rutas de abastecimiento sigue siendo central a la hegemonía de un gobierno norteamericano que desde fines de la guerra fría en 1990 tiene una estrategia de seguridad nacional centrada en impedir “que un poder hostil domine regiones críticas para nuestros intereses”. Estas regiones incluyen a Europa, el este de Asia, Medio Oriente/Golfo Pérsico y América Latina. “El control no democrático de los recursos de estas regiones podría significar una amenaza a nuestra seguridad nacional” (Doctrina Wolfowtiz, Consejo de Seguridad Nacional).
Esta estrategia ha derivado en el principio del “dominio total” (full spectrum dominance) para “controlar cualquier situación y vencer a cualquier enemigo en todas las operaciones militares y en todas las circunstancias posibles”. Expresado inicialmente en la Estrategia Militar Nacional del 2004, este principio se aplica ahora a dos guerras que involucran a potencias nucleares. Los escenarios son, sin embargo, muy diferentes: en Ucrania el gobierno norteamericano trata de congelar el conflicto ante una derrota cada vez más evidente de las fuerzas militares de este país frente a Rusia. En el Medio Oriente, acicatea una guerra con mayor potencial destructivo global, aliado a un actor secundario que tiene independencia creciente y posee armas nucleares jamás declaradas ni controladas por los organismos internacionales correspondientes.
La importancia del Medio Oriente para la paz mundial es enorme y trasciende a sus reservas de energías fósiles. La región concentra las rutas comerciales más importantes del mundo con puntos estratégicos que pueden ser fácilmente bloqueados: desde el canal de Suez, con el 30 % del comercio mundial de contenedores, a los estrechos de Bab al Mandab en aguas de Yemen y de Ormuz en aguas de Irán por los que pasan diariamente miles de millones de barriles de petróleo. Más aún, China, país caracterizado por los Estados Unidos como principal “enemigo estratégico”, importa el 70 % del petróleo que consume. Más de la mitad de estas importaciones provienen del Medio Oriente y el 98 % de estas pasan por el estrecho de Ormuz. No sólo Arabia Saudita es uno de sus principales proveedores, sino que China absorbe hoy el 87 % de las exportaciones de petróleo de Irán, país al que Estados Unidos bloquea exportaciones y aplica sanciones económicas desde hace décadas.
A través de la ruta de la seda y de nuevos acuerdos comerciales con todos los países, China ha aumentado su influencia política y diplomática en la región, liderando acuerdos entre Irán y Arabia Saudita y entre esta última y Siria, que encaminan a estos países hacia una creciente independencia de la política norteamericana.
Así, el Medio Oriente se ha convertido en los últimos tiempos en un campo de batalla donde se afirma la posibilidad de un mundo multipolar a través de acuerdos comerciales, transacciones en monedas locales y una activa participación en acuerdos regionales independientes de los Estados Unidos: desde los BRICS a la Cooperación de Shanghai. Estas circunstancias se contraponen a una política norteamericana basada en el petrodólar (tema analizado en varias oportunidades en El Cohete) y en la creciente importancia del rol político y militar de Israel como garantía del poder norteamericano en la región.
Petróleo y guerra en Medio Oriente
El descubrimiento del petróleo en Irán inició una era caracterizada por la importancia creciente de los recursos energéticos en una región dividida según acuerdos espurios y cada vez más asolada por la guerra y la desposesión del pueblo palestino [1]. Consolidado el poder mundial norteamericano luego de la Segunda Guerra Mundial, Irán y Arabia Saudita se transformaron en sus principales aliados en el Medio Oriente. Sin embargo, la guerra árabe israelí de 1973, el embargo y shock petrolero, la emergencia del petrodólar y la posterior revolución de 1979 en Irán, cambiaron el tablero político, otorgando a Israel una importancia decisiva en la implementación regional de la política norteamericana. Esta se centró en el uso máximo de la fuerza para imponer condiciones que en la práctica fueron invisibilizando la posibilidad de un Estado palestino en la región.
El atentado contra las torres gemelas de los Estados Unidos en el 2001 inauguró una fase de expansión militar norteamericana que tuvo por objetivo la rápida destrucción en el transcurso de cinco años de Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudan e Irán (ver revelaciones del General Wesley Clark, testigo directo de los acontecimientos). El proyecto llevó más tiempo y luego de invasiones, bombardeos masivos e indiscriminados y guerras civiles inducidas, los Estados Unidos dejaron un tendal de países inviables que llega hasta el presente. Solo Irán quedo intacto y, no por casualidad, devino el objetivo central de una estrategia cada vez más orientada a dividir a los países de la región, incentivando sus rivalidades internas y diferencias religiosas y, especialmente, los conflictos entre los sunitas con fuerte ascendencia de Arabia Saudita y los chiítas liderados por Irán.
Esta estrategia, formulada durante el gobierno de George W. Bush, perdura hasta nuestros días. Acoplándose a esta, Israel impulso el surgimiento y desarrollo de Hamás en Gaza para contraponerlo al poder de la Autoridad Nacional Palestina e impedir así la conformación del Estado, tal como estipulaban los Acuerdos de Oslo.
Como se esperaba, esta política dio origen a una creciente conflictividad no solo entre las organizaciones palestinas, sino también entre estas y las milicias próximas a Irán que operan en el Líbano, Siria e Irak. El reciente atentado de Hamás en territorio israelí el 7 de octubre pasado habría de detonar una situación totalmente nueva.
Nuevos análisis de lo ocurrido en este episodio permiten determinar la falsedad de parte de la información oficial brindada sobre este y la atribución a Hamás de muchos de los crímenes cometidos.
Al mismo tiempo, del análisis de lo ocurrido desde ese entonces, algunos altos ex oficiales de las fuerzas armadas norteamericanas llegan a la conclusión de que Israel ha quedado entrampado en una operación suicida (Col. Douglas Macgregor) y que Hamás consiguió todos sus objetivos con “el raid militar más exitoso de este siglo”. Más allá de estos análisis, pareciera que el operativo de Hamás y la respuesta israelí al mismo han contribuido a desenmascarar la violencia de la estrategia norteamericana e israelí en la región, han colocado a la cuestión palestina en el centro del escenario internacional y han logrado unificar a todos los países árabes y musulmanes, más allá de sus diferencias religiosas y políticas, en una coalición que busca sustituir la mediación norteamericana del conflicto por una Conferencia de Paz, y por la participación inmediata y directa de las Naciones Unidas en el terreno para obtener el cese de hostilidades en Gaza y la implementación de los acuerdos de Oslo, algo que Estados Unidos ha rechazado hasta ahora.
Hay, sin embargo, algo más: por primera vez Israel ha expuesto la posibilidad de usar armas nucleares para terminar con este conflicto. Un miembro del gobierno israelí reconoció este objetivo y poco después el primer ministro advirtió que esta es una “guerra santa” que concierne a toda la civilización y que solo terminará cuando Irán confronte la amenaza de destrucción nuclear.
Esto ocurre en circunstancias en que crece en el mundo y en los Estados Unidos el repudio a la represión en Gaza y a la negativa de Israel y de Estados Unidos de decretar el cese del fuego inmediato (encuestas recientes muestran que la mayoría de la población norteamericana repudia la represión en Gaza y quiere inmediato cese del fuego; aumenta la oposición dentro del partido demócrata a la actual política exterior y crecen las críticas dentro del departamento de Estado y en otras agencias del gobierno norteamericano. (Circuló un memo dentro del Departamento de Estado firmado por decenas de funcionarios, más otro con miles de firmas de otras agencias del Estado.)
Así, la dinámica de la represión militar en Gaza no sólo ha vulnerado la legitimidad de las divisiones impulsadas en el Medio Oriente por el gobierno norteamericano, sino que ha desencadenado tendencias políticas que acortan los tiempos de una solución militar del conflicto en un contexto cada vez más caldeado por la inminencia de elecciones en Estados Unidos.
La Argentina: divisiones y el abismo a la vuelta de la esquina
La geopolítica del petróleo parece haber estado ausente en el contexto electoral que culmina con el balotaje de este domingo. Sin embargo, lo ha impregnado y convertido en una instancia explosiva.
Pocas veces el país ha estado tan dividido políticamente y tan fragmentado socialmente y esto no es casual. Es consecuencia de décadas de una matriz productiva que ha generado dependencia tecnológica, acollaramiento al dólar y una patria contratista que, en lugar de invertir productivamente, fuga capitales, desabastece, forma precios y hace corridas cambiarias para dolarizarse y apropiarse de mayores ingresos y rentas producidos en otros sectores de la economía. De este modo, condiciona al gobierno de turno para acrecentar su propio poderío y hunde al país en el ciclo de la dependencia tecnológica y el endeudamiento ilimitado.
En este pantano la impunidad se ha potenciado al punto tal que caen las vestiduras de la democracia y asoman los vasos comunicantes de una mafia que viene de lejos y entrelazándose con el poder concentrado que se reproduce en la estructura institucional del país. Ningún gobierno y ningún proyecto político han sido capaces de diagnosticar esta situación y cambiarla. Ahora, el presente es de una gravedad extrema. Un candidato salido de estas entrañas promete “terminar con la casta” de la cual forma parte. Vacía al lenguaje de contenido y se presenta como el cambio y multiplicando el odio y las divisiones propone políticas que, como la dolarización, la privatización y el ajuste han provocado en el pasado gran devastación económica y social. Frente a esto su Vice, por primera vez en cuatro décadas, reivindica el orden de los genocidas. No es, pues, de extrañar que ahora se multipliquen las amenazas de muerte con invocaciones a los Falcon verdes de un pasado aterrador y que, alentados por una Bullrich que apuesta al “estallido” lo más pronto posible, estos libertarios anticipen un fraude luego de no entregar a la autoridad electoral las boletas necesarias para impedir un problema de último momento.
Frente a este desquicio, Massa parecía la única alternativa posible. Pero no hay que hacerse ilusiones: si ganaba estaría atado de pies y manos al FMI y durante los próximos 5 ó 6 meses carecerá de reservas en el BCRA para enfrentar los vencimientos de la deuda interna y externa y las corridas cambiarias que se avecinan, con el consiguiente impacto sobre la inflación futura. Como no hemos llegado por casualidad a esta situación, si Massa llega a la Casa Rosada habrá que exigirle todos los días que llene de contenido sus tibias promesas de campaña. Pero para que ello sea posible, la dirigencia progresista de todos los colores y los intelectuales tendremos que saldar nuestras propias falencias y, dejando atrás los cotos cerrados, construir conjuntamente propuestas destinadas a empezar a resolver en lo inmediato dos problemas invisibilizados en esta campaña electoral: una pobreza que destruye a más del 40 % de la población y una enorme riqueza que abarca desde ganancias extraordinarias concentradas en muy pocas manos a enormes reservas de litio, minerales, gas y petróleo no convencional sobre las cuales ya han puesto la mira el gobierno norteamericano, los capitales internacionales y grupos de la patria contratista que, liderados por Macri, están dispuestos, con o sin Milei, a dar el zarpazo a cualquier precio.
Así, mientras la geopolítica del petróleo nos divide al infinito, también nos recuerda que sólo se sale de este abismo construyendo una verdadera unidad nacional, de abajo hacia arriba y de un modo horizontal, tras un programa de emergencia nacional que ponga las riquezas del país al servicio de una prioridad absoluta e inmediata: empezar hoy a eliminar la pobreza, porque sin presente el país carece de futuro.
Notas
[1]El descubrimiento en 1908 de petróleo en Irán fue seguido poco después por el estallido de la Primera Guerra Mundial. Durante esta, y ante la posible derrota del Imperio Otomano, los gobiernos de Inglaterra, Francia y Rusia firmaron un acuerdo secreto (Skyes-Picot, 2016) para repartirse sus territorios. Casi al mismo tiempo, el gobierno británico anuncio su apoyo al establecimiento de un “hogar nacional para el pueblo judío en la región de Palestina” (Balfour Declaration 2017). Ocurrida la derrota del imperio turco, el acuerdo Skyes-Picket derivó en la partición formal de estos territorios, obteniendo Inglaterra el control de Palestina y de la Mesopotamia hasta 1948 y Francia el control de Siria y del Líbano hasta 1946. Durante todo ese periodo, corporaciones europeas y norteamericanas avanzaron en la exploración y explotación de petróleo en Irán y en Arabia Saudita y otros países del Medio Oriente. Asimismo, la región palestina fue sacudida por conflictos crecientemente violentos entre inmigrantes judíos y la población local por el control de la tierra y de los recursos. En 1948 el Estado de Israel declaró su independencia y la violencia local contra la población palestina derivo en la matanza de la Nakba y la consiguiente expulsión de más de 700.000 palestinos. En paralelo se inició una guerra árabe israelí que, apoyada por las potencias europeas, fue ganada por Israel. La región quedó dividida en tres partes: Israel, Cisjordania y Gaza, siendo las dos últimas controladas por Jordania y Egipto respectivamente. Hacia 1967, luego de una guerra de seis días, Israel capturó los territorios de Cisjordania, Gaza y las alturas de Golán en Siria.
*Estudió sociología en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró en esa disciplina por la Universidad René Descartes de Ciencias Humanas de la Sorbona, en París. Escribe en elcohetealaluna