A 18 años del No al ALCA, crece la necesidad de la integración soberana
Javier Tolcachier
Hace 18 años, un 5 de Noviembre de 2005, se celebraba la sesión de cierre de la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, que culminó con el rechazo a avanzar con la implementación del ALCA, intención impulsada por los Estados Unidos de América.
La I Cumbre de las Américas, que se desarrolló en Miami en Diciembre de 1994, tuvo como principal objetivo la puesta en marcha del proyecto de un área de libre comercio que englobara a todos los países del continente americano. Estas cumbres, organizadas por la OEA, uno de los principales brazos ejecutores de los dictámenes de la diplomacia estadounidense para la región, se pensaron justamente para alinear a Latinoamérica y el Caribe con los intereses del pretendido hegemón del Norte.
El ALCA tenía como función blindar la región para que las corporaciones norteamericanas tuvieran facilidades y dominio en sus mercados, acceso a los recursos naturales bajo sus condiciones, aseguraran la continuidad y profundización del proceso privatizador y la región permaneciera atada a la dependencia financiera de los Estados Unidos y su moneda.
Sin embargo, en la cuarta cumbre, algo falló. Para los Estados Unidos – representados por George W. Bush (hijo), principal responsable de las invasiones a Irak y a Afganistán – y sus socios del NAFTA (México y Canadá), junto a voces como la de Panamá y Trinidad y Tobago, la reunión debía culminar con una mención explícita a la continuidad del proyecto librecomercista, cuestión que no figuraba en la agenda acordada previamente.
Y pese a que muchos de los asistentes al cónclave eran adeptos al neoliberalismo, primó la resistencia que ofrecieron sobre todo el anfitrión Néstor Kirchner, el presidente de Brasil Lula da Silva, el uruguayo Tabaré Vázquez y el impulsor de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez Frías. La Declaración final constató la división de posturas y las objeciones presentadas al tratamiento y resolución de la temática, postergándola y derivando las negociaciones a las deliberaciones de la Organización Mundial de Comercio, lo que finalmente no prosperó.
El presidente de Venezuela expresaría entonces con su contundencia característica: “El libre comercio no va a solucionar nuestra pobreza. Los que todavía creen en eso, olvídense de ese cuento. Hablemos de las privatizaciones, uno de los efectos más perversos de la era neoliberal. Veamos el caso de todos nosotros, las privatizaciones, inmediatamente desempleo, inmediatamente flexibilización de las normas laborales, eliminación de prestaciones sociales, los derechos de los trabajadores los borraron del mapa con las recetas del FMI. Reformas estructurales. Veneno. Verdadero veneno para nuestras economías.” (…)
Decisiva en este desenlace fue la movilización popular que levantó la campaña contra el ALCA, resistencia que fue construida sobre el desastre social que habían dejado a su paso las políticas neoliberales impulsadas por el llamado “Consenso de Washington”.
En paralelo a la cumbre interestatal, los pueblos animaron su propia Contra-Cumbre en rechazo a la propuesta anexionista de Bush y compañía, la que en su Declaración final conceptualizó claramente la evidencia del descalabro que traía a la región el esquema neoliberal: “Modelo que favorece a unos pocos, que deteriora las condiciones laborales, profundiza la migración, la destrucción de las comunidades indígenas, el deterioro del medio ambiente, la privatización de la seguridad social y la educación, la implementación de normas que protegen los derechos de las corporaciones y no de los ciudadanos, como es el caso de la propiedad intelectual.”
De los asistentes a aquel memorable cónclave presidencial, tres protagonistas encabezan en la actualidad nuevamente el gobierno de sus países: Lula en Brasil, Ralph Gonsalves en San Vicente y las Granadinas y Roosevelt Skerrit en Dominica.
Mucha agua correría bajo los puentes desde entonces. Al calor de sucesivos gobiernos de izquierda y progresistas emergerían como contrapeso a la OEA instancias de integración de signo soberano como la UNASUR, fundada en 2008 y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, que surgiría en 2010.
A esta oleada emancipadora, le sucedería un contragolpe reaccionario, que lograría suspender el proceso de institucionalización avanzado de la UNASUR con el retiro de seis de sus miembros, todos gobernados por la derecha, la creación de engendros favorables al imperialismo como el Grupo de Lima y ProSur y en un nuevo reflujo, la reconquista de gobiernos de orientación integradora, incluso logrando triunfos en feudos del capitalismo acérrimo anteriormente inexpugnables, como Chile, México, Colombia, Honduras o Perú.
La inestable situación actual
Entre tanto, ha aumentado fuertemente la relación con China, sosteniendo la región buena parte de su comercio exterior, las inversiones directas, sus fuentes de financiamiento y más recientemente, incluso la posibilidad de una relativa emancipación del dólar.
Los temores estadounidenses al incremento de la expansión china en América Latina y el Caribe señalados por Bush en la Cumbre de Mar del Plata no eran infundados: Según el Monitor de la OFDI china en América Latina y el Caribe 2023 (Dussel Peters, 2023), el promedio anual de la inversión directa de China a ALC creció de 928 millones de dólares anuales durante 2000-2004 a US$14.016 millones durante 2015-2019.
Tendencia que en la actualidad se vería reforzada con el ingreso de Argentina al BRICS, la participación de la región en el proyecto de infraestructura chino de La Franja y la Ruta, la posibilidad de fortalecer el comercio en divisas propias y obtener créditos con menores condicionamientos por parte del Banco del BRICS.
Sin embargo, Latinoamérica y el Caribe sigue sujeta a una matriz económica colonial dependiente de la exportación de materias primas con desventaja en los términos de intercambio, con mercados internos empobrecidos, con alta evasión y elusión fiscal empresarial, lo que a su vez debilita a los Estados haciéndolos proclives a su crónico endeudamiento.
A lo que se agrega la enorme desigualdad interna en términos de ingreso y condiciones de desarrollo humano, lo que habitualmente es ocultado por las cifras macro. Como se sabe, si dos personas estadísticamente comen medio pollo cada una, es muy probable que una se haya comido la mayor parte, mientras que la otra sufra de hambre.
En estas condiciones, el fantasma de la dictadura de mercado continúa rondando la región en un entorno político acosado por facciones respaldadas, una vez más, por el imperialismo en su dura lucha por la preeminencia frente al multipolarismo ya instalado.
A exactamente 200 años de que el entonces presidente estadounidense James Monroe diera a conocer la doctrina homónima – elaborada en realidad por su secretario de Estado y sucesor John Quincy Adams -, ejemplos de la disputa entre neocolonialismo y emancipación sobran: Continúa el bloqueo a Cuba, las medidas de asedio a Venezuela, esta vez con la lamentable colaboración de la vecina Guyana, las amenazas de derrocamiento de gobiernos progresistas en Honduras y Colombia, demonización del gobierno nicaragüense, el sostenimiento del golpismo en Perú y el intervencionismo en Haití, el apoyo a opciones fascistas como la de Milei en Argentina y múltiples etcéteras.
A lo que se suma que hoy las opciones posneoliberales que encarnaron la “década ganada” en América Latina y el Caribe, han sido desgastadas por la persecución mediática y judicial a sus líderes y también por la debilidad de una visión neodesarrollista propia del industrialismo del siglo pasado, hoy apenas barnizada con motivos digitales. Visión que, hay que decirlo claramente, no ha logrado adhesión suficiente en las nuevas generaciones que crecieron en contextos de individualismo, consumo extremo y utopías tan solo tecnológicas.
La Integración de los Pueblos
Para el entramado de empresas multinacionales y fondos financieros, la globalización significó y significa la posibilidad de operar en mercados internacionales sin limitación alguna. La carencia relativa de poder real de los Estados ante estos monstruos de acumulación insaciable está a la vista. Sobre todo, si se trata de un archipiélago de Estados fragmentados con poca capacidad de incidencia a nivel de decisiones de gobernanza global, en cualquier campo.
Por lo que, desde esta perspectiva, queda clara la necesidad de integrar capacidades y fortalezas entre los distintos países de la región para poder contrarrestar de alguna manera la destructiva acción de las corporaciones.
Sin embargo, tal como venimos pregonando desde hace años, la integración regional debe contar con una decidida participación popular, sin la cual esta cuestión de supervivencia y mejora en las condiciones de vida queda sujeta simplemente al signo del gobierno de turno, posiblemente corruptible por presión del poder corporativo y del hegemón geopolítico y sus argucias.
Esta participación además debe tender a arraigar en la conciencia una nueva visión de cercanía y hermandad entre pueblos que comparten historia y futuro. Pueblos que hoy viven separados por fronteras ficticias, concebidas como feudos de burguesías nacionales en alianza con intereses neocolonialistas de explotación de recursos y conjuntos humanos.
En un contexto más amplio de mundialización, entendido como proceso de interconexión creciente entre pueblos y culturas, el acercamiento, la comprensión y el intercambio de saberes y virtudes culturales abre las puertas a la posibilidad de un nuevo tejido social internacional, basado en un humanismo profundo. Lo que da a la integración desde los pueblos un carácter de utopía fundacional, mucho más allá de una simple sumatoria de economías acuñada sobre ideas de competencia global.
Desde esta intuición, van surgiendo y creciendo distintos intentos en América Latina y el Caribe de integración y participación popular. Para estimular estos debates y avanzar en el fortalecimiento del poder popular, una diversidad de movimientos sociales, sindicales, indígenas, feministas, ambientalistas, comunicadores y personalidades políticas progresistas y de las izquierdas se reunirán en Foz do Iguaçú entre el 7 y el 9 de Diciembre próximos en la Jornada Latinoamericana de Integración de los Pueblos. Hito que tiene previsto abordar temas cruciales como la unidad en la diversidad de las organizaciones del campo popular, la imprescindible movilización, la actualización de visiones sobre la coyuntura, pero también anhela forjar consensos estratégicos para una hoja de ruta de luchas y tareas de mediano y largo plazo.
Pensar en colectivo los mejores caminos para la integración participativa de los pueblos de América Latina y el Caribe es un propósito urgente y a la vez trascendente. Significa trazar imaginarios que unan, tarea épica y revolucionaria en tiempos de desintegración y quiebre de los lazos de vinculación social e interpersonal.
(*)Investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas, organismo del Movimiento Humanista y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)