La inseguridad laboral, la repetición del capitalismo o la retórica del eterno retorno
Eduardo Camin
La reunión de Ministros de Trabajo y Empleo del G20, de la que India fue anfitriona y que tuvo lugar en Indore los días 20 y 21 de julio, se centró en tres temas principales: abordar las carencias mundiales de cualificaciones, ampliar la protección social a los trabajadores de las plataformas y de la “gig economy”, y financiar de forma sostenible los sistemas nacionales de protección social.
Dos mil millones de trabajadores en todo el mundo se ganan la vida en la economía informal, con derechos y protecciones limitados (cuando los tienen). Además, la informalidad entre los trabajadores autónomos ha ido en aumento. La economía informal tiene consecuencias negativas para el desarrollo de empresas sostenibles, incluidas las microempresas y las pequeñas y medianas empresas (mipymes), los ingresos públicos y el ámbito de actuación de los gobiernos.
La protección de los trabajadores sigue siendo un desafío para muchos trabajadores autónomos, inclusive en la economía formal, esta cuestión se ha abordado infinidad de veces en los pulcros salones de un sinfín de organismos internacionales … pero seguimos colapsados en el eterno retorno.
Los ministros acordaron en Indore prioridades políticas específicas para acelerar el progreso en los dos primeros de estos desafíos y en un conjunto de opciones políticas con respecto al tercero.
Mientras tanto, el Director General de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Gilbert F. Houngbo, hizo un llamado a los ministros para que aborden las brechas de competencias, inviertan en sistemas de protección social para todos y adopten mecanismos de financiamiento sostenible para las políticas de empleo y protección social, con el fin de cerrar las crecientes fracturas en el mercado laboral mundial y reducir las desigualdades.
Houngbo señaló que “En la actualidad, la brecha mundial del empleo se está profundizando frente a los choques y riesgos mundiales, y los países de bajos ingresos se están quedando cada vez más atrás. Para hacer frente a esta situación y promover la justicia social, deben movilizarse más recursos mundiales. Iniciativas como el Acelerador Mundial de las Naciones Unidas para el Empleo y la Protección Social para Transiciones Justas desempeñan un papel fundamental a la hora de generar el apoyo técnico y financiero necesario.
“Tales esfuerzos deben formar parte de una reforma más amplia de la arquitectura financiera internacional para que haya más recursos disponibles para alcanzar los ODS (Objetivos del Desarrollo Sostenible)”, dijo el Director General de la OIT.
En relación con el Objetivo de Antalya para la Juventud -de reducir en un 15% para 2025 la proporción de jóvenes que corren un mayor riesgo de quedar permanentemente rezagados en el mercado laboral-, Houngbo dijo que la tasa NEET (jóvenes de entre 15 y 29 años que no tienen empleo, educación o formación) había vuelto a su nivel anterior a la pandemia o estaba por debajo de él, y que 12 miembros del G20 estaban en vías de alcanzar el objetivo.
Pero para seguir avanzando, y para abordar la desigualdad de género en particular -añadió-, la acción debe centrarse en promover más y mejor empleo para los jóvenes, invirtiendo en sectores económicos con alto potencial de empleo juvenil y mejorando la calidad del empleo para incentivar la participación en el mercado laboral. Las inversiones en Educación y Formación Técnica y Profesional (EFTP) y en aprendizaje de calidad, así como la combinación de políticas activas del mercado laboral con ayudas a la renta, son también muy importantes para llegar a los jóvenes más desfavorecidos, añadió.
Los ministros debatieron sobre las formas de abordar las carencias de cualificaciones para aumentar la productividad y los salarios, pero también sobre los medios para disminuir la rotación de la mano de obra y aumentar la capacidad de las empresas para innovar o desplegar nuevas tecnologías. “Las regiones en las que las carencias de cualificaciones son generalizadas también tienen más probabilidades de experimentar un elevado desempleo”, afirmó Richard Samans, sherpa de la OIT ante el G20 y Director del Departamento de Investigación de la OIT.
“En una época turbulenta, la ‘inversión en las personas’ restablece la confianza en las instituciones y ayuda a construir un nuevo contrato social. Por lo tanto, la inversión masiva en competencias es más necesaria que nunca, ya que nos enfrentamos a la necesidad de lograr transiciones verdes y digitales socialmente justas”, añadió.
La OIT abogó por un lenguaje común en materia de competencias y cualificaciones para facilitar la comparabilidad entre países y el reconocimiento mutuo de las competencias, destacando que junto con la OCDE, pondrá en marcha un estudio de viabilidad para una taxonomía mundial de competencias que estará disponible a finales de 2026.
El eterno retorno de las injusticias en el sistema capitalista
La historia de los pueblos conlleva un sueño: el del progreso, que surge precisamente de confrontarse una y otra vez a lo mismo, en una especie de repetición continua. La compulsión de repetición o, simplemente, la repetición per se es un concepto que Sigmund Freud definió para intentar dar un fundamento al impulso de los seres humanos a repetir actos, pensamientos, sueños, juegos, escenas o situaciones desagradables o incluso dolorosas.
Los discursos actuales con su retórica parecieran formar parte de este estado de cosas. Vivimos en el eterno retorno de una época marcada por la conjunción de múltiples crisis, donde cada una de ellas revela deficiencias arraigadas desde hace mucho tiempo en nuestros sistemas y políticas imperantes. Detrás de esas fallas se esconden desigualdades estructurales que, con cada perturbación, llevan a millones de personas a quedarse aún más rezagados.
Todos estos elementos generan la percepción de que algo en la sociedad es profundamente injusto y el malestar social que evoca es una de las causas más importantes de la inestabilidad social en la actualidad. La informalidad sigue siendo un obstáculo importante y una de las causas profundas que impiden lograr una protección inclusiva, adecuada y eficaz de todos los trabajadores.
Dos mil millones de trabajadores en todo el mundo se ganan la vida en la economía informal, con derechos y protecciones limitados. A finales de 2022 había 685 millones de personas viviendo en la pobreza extrema, la mayoría de ellas en África subsahariana y en economías frágiles y afectadas por conflictos, incapaces de procurarse recursos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas de agua potable salubre, alimentación, saneamiento, salud y vivienda.
Estas carencias son una afrenta a la dignidad humana y, por lo general, están interrelacionadas con otras tantas injusticias, como el trabajo infantil y el trabajo forzoso. Se calcula que, en todo el mundo, había 160 millones de niños afectados por el trabajo infantil en 2020 y cerca de 50 millones de personas viviendo en situación de esclavitud moderna en 2021, cifras que crecen año tras año.
Los aumentos registrados desde 2016 en el número absoluto de personas viviendo en situaciones de trabajo infantil y esclavitud moderna (ocho millones y 2,7 millones, respectivamente) son la antítesis de la justicia social, pero esta es la realidad que nos antecede y precede, en la retórica actual. A estas injusticias se suma el hecho de que cada día millones de personas realizan trabajos peligrosos o insalubres para ganarse la vida.
Se estima que dos millones de trabajadores mueren cada año como consecuencia de enfermedades y accidentes laborales, y cientos de millones de trabajadores sufren alguna lesión o accidente en el trabajo. A su vez, la tragedia humana que ello supone, junto con la pérdida de rendimiento económico y productividad, generan más injusticia.
El empleo decente sigue siendo el principal medio para garantizar el bienestar material y la mejora del nivel de vida, ya que permite a las personas trabajar con dignidad y fomenta la inclusión social. Sin embargo, el status quo es de rigor si en el 2022 había 207 millones de personas desempleadas en todo el mundo, a finales de este año serán posiblemente diez millones más, según la OIT.
La imposibilidad de acceder al empleo tiene consecuencias importantes para las perspectivas de los jóvenes de insertarse satisfactoriamente en el mundo del trabajo después de terminar los estudios. Llevamos años escuchando y creando diferentes jurisprudencias en la materia, no obstante, en cada conferencia se escucha más de los mismo.
Uno de cada cinco jóvenes (de 15 a 24 años) no estudia, ni trabaja ni recibe formación. La realidad es que más del 60 por ciento de la población mundial empleada trabaja en la economía informal, con el doble de probabilidades de vivir en la pobreza que los de la economía formal. Están suficientemente reconocidos en la legislación y a menudo desprotegidos en la práctica, y se enfrentan a riesgos mucho mayores en caso de conmociones externas y fluctuaciones de los ciclos económicos.
El trabajo ocasional está muy extendido en los países en desarrollo e incluso está cobrando relevancia en los países de ingresos altos, en particular el trabajo por llamada, en el que los trabajadores se presentan a trabajar acudiendo a una llamada y cobran sólo cuando se los necesita. La intermitencia y la escasez de horas que caracterizan a este tipo de trabajo suelen ser involuntarias y están asociadas con frecuencia al subempleo por insuficiencia de horas.
Esta situación de inseguridad se solapa con la informalidad cuando los umbrales mínimos de horas de trabajo impiden el acceso a las prestaciones de la seguridad social. Se calcula que en 2019 había 165 millones de trabajadores en busca de más horas remuneradas, muchos de ellos en países de ingresos bajos.
Por otra parte, el aumento de los riesgos relacionados con el clima y los fenómenos extremos ha erosionado aún más la seguridad económica. El cambio climático representa un peligro para los empleos, los medios de vida y las empresas, y produce efectos dispares en las distintas partes del mundo. Los países de ingresos bajos y medianos sufren (y sufrirán) un impacto mayor a consecuencia del cambio climático que los países de ingresos más altos en cuanto a la volatilidad de las temperaturas, la exposición a enfermedades tropicales y de transmisión hídrica y la exposición al aumento del nivel del mar, entre otros muchos factores.
Cuanto más empeore el cambio climático, más personas se verán obligadas a abandonar sus hogares para pasar formar parte del creciente número de «refugiados climáticos». Esta mayor inseguridad económica se ve agravada por unos programas de políticas que han dejado a más de cuatro mil millones de personas excluidas de toda forma de protección social, según la OIT.
Estas personas no tienen acceso a la atención de salud o a las prestaciones de enfermedad, ni a ayudas para alimentar, vestir y cuidar a sus hijos, ni a un ingreso en la vejez durante períodos de desempleo o en caso de fallecimiento del principal generador de ingresos. La retórica sin fin de la mediocridad predomina: Fiedrich Nietzsche, otro pensador de la repetición, escribía en Así habla Zaratustra que “Todo se quiebra, todo se reúne de nuevo; eternamente se edifica el mismo edificio de existencias” . ¿Eternas contradicciones o el fin del capitalismo?
*Periodista uruguayo residente en Ginebra exmiembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de Naciones Unidas en Ginebra. Analista Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)