Renegociación de la deuda es crítica para la Argentina y también para el FMI
Jorge Marchini
Un período electoral siempre supone un entorno de tomas de posición y expectativas que se manifiestan no solo en el plano político sino también, y muy sensiblemente, en las cuestiones financieras. Para quienes se mueven en ese micromundo no importan las grandes definiciones idealistas o los matices discursivos de los candidatos sino dónde preservar o jugar con el dinero. En un país en el que especulación financiera, fugas y evasión fiscal tienen un volumen gigantesco, los movimientos del capital se convierten en un factor objetivo de mucha atención y tensión. Nada de esto es lírico, como hemos podido observar repetidamente.
Tal como lo reconoció públicamente Sergio Massa a principios de junio, cuando aún no podía con certeza vaticinarse su candidatura presidencial, “los años político-electorales en la Argentina siempre generan la dolarización de carteras ante esta sensación de incertidumbre. Queremos que el Banco Central tenga capacidad de intervención, no para distorsionar mercados, sino herramientas para generar certidumbre y tranquilidad en momentos en que la incertidumbre política puede generar alguna situación de dificultad”.
Las declaraciones fueron realizadas poco después de presidir como ministro de Economía la misión a China, en la cual se concretó una inédita ampliación de alternativas de utilización de la línea de crédito en yuanes (swap), cuya utilización está brindando un alivio circunstancial ante las limitadas reservas del Banco Central.
Significativamente, para completar la aspiración de “generar certidumbre y tranquilidad” se esperaba entonces que Massa viajara en pocos días a Washington para cerrar la negociación con el FMI. El requerimiento al Fondo fue desde el vamos que adelantara al menos una parte de los desembolsos previstos hasta fin de año, por 10.600 millones de dólares, pedido fundamentado tanto por la sequía del último verano como por el fuerte aumento de tasas de interés internacionales.
Un mes y medio después, pese a los reiterados rumores sobre su inminencia e inclusive anticipos sobre “definiciones en las próximas horas”, no se produjeron anuncios concretos. ¿Qué es lo que ha ocurrido?
FMI en inacción
La negociación es crítica para el gobierno por las condiciones y exigencias que le imponen vencimientos de intereses y amortizaciones por 11.500 millones de dólares hasta fin de año, pero también para el Fondo, por ser la Argentina el país con el que tiene más exposición en su cartera de créditos –casi la tercera parte de sus préstamos vigentes–. Por su significación, las tratativas ponen en evidencia distintas tomas de posición, que reflejan a su vez mayores tensiones internacionales.
El choque con la realidad ha llevado al Fondo en los últimos años a revisar algunos postulados sobre la “mano invisible”, previamente planteados como indispensables e intocables. Lo hizo en forma parcial y limitada, sobre todo a partir de la experiencia de las crisis en América Latina y Asia en los ‘80 y ‘90; y más cerca en el tiempo, al asumir el desabarranque bancario privado en Estados Unidos y Europa a partir de 2008 y el período más agudo de la pandemia en 2020/21.
Notoriamente, las crisis han puesto en evidencia que las recetas siempre repetidas por el FMI de llamar a desregular, privatizar y abrir las economías no derivaron en una mayor armonía de “libre competencia” sino, irónicamente, en un mayor intervencionismo estatal. Un mayor endeudamiento para enfrentar crisis de balanzas de pagos ha ido en paralelo a privilegiar intereses financieros privados y la elección de políticos afines. El irregular crédito de 57.000 millones otorgado al gobierno de Mauricio Macri en 2018 será seguramente leído en el futuro en los textos de historia económica como un ejemplo emblemático de ello.
Pese a disponer en teoría de una capacidad de intervención por más de un billón de dólares, el lugar del FMI referido permanentemente desde hace casi 80 años como “acreedor de última instancia” está en duda. El rol del FMI se encuentra cuestionado por:
- El nivel del endeudamiento público mundial a principios de año ya alcanzaba los 66,2 billones de dólares, el doble que en 2011, viniendo en caída la participación relativa del FMI desde entonces. Uno de los nuevos factores de influencia que se ha sumado en el último período para disminuir la perspectiva del Fondo es el de los cambios de posicionamientos geopolíticos. China solo participa con el 6% de las cuotas-partes del FMI. Aun así, los créditos chinos directos, en la forma de swapso de asignación a proyectos específicos, han pasado a tener significación central para los mismos países demandantes de créditos al FMI.
- El aumento de la tasa de interés referencial del FMI se ubicaba en 0,2% a principios de 2022 y pasó a ser del 4% en la actualidad. El alza ha descompensado en forma inesperada balanzas de pago. La Argentina, debido a las cuestionadas sobretasas y cargos de gestión, está pagando al Fondo más del 8% anual. Existe coincidencia en que los acuerdos del FMI vigentes deben ser revisados por ser irreales e inviables. El FMI viene discutiendo desde hace meses cómo (quitas, reperfilamiento, rebaja de tasas) y con qué condiciones, pero sin avances. Su directora-gerente, Kristalina Georgieva, ha reconocido públicamente que “la cuestión no es más si debe haber una reducción de la deudas, sino cómo y con qué instrumentos”.
- Y, ya en particular, en las posiciones internas del propio organismo, por el crecimiento de los debates y la falta de decisiones a partir de posiciones confrontadas en el propio Fondo, entre países con mayor peso en su directorio y otros con menor influencia pero demandantes de decisiones inmediatas que no se producen. En tanto, se dilatan negociaciones temiendo que los países endeudados se unan para reclamar que no se les traslade una mayor carga con mayores exigencias de ajuste.
En las negociaciones con la Argentina, todos los puntos anteriores se reflejan con particular intensidad. La cuestión es que los especialistas y observadores lo reconocen como un “caso líder” para otras discusiones en marcha o a desarrollarse en el próximo período, pero que la urgencia acosa. De allí la enorme importancia de su definición.
Debates de fondo
La última reunión de primavera del FMI, en abril pasado, reflejó la preocupación por la marcha de la economía mundial, los efectos de la guerra en Ucrania y la tendencia de la inflación, pero también cruces controvertidos de expectativas e intereses en cuanto a la determinación de estrategias y acciones de los organismos multinacionales, en un cambiante y cada vez más polarizado escenario mundial.
Las idas y venidas de las negociaciones de la Argentina reflejan el hecho de que el FMI dejó de presentarse como organismo multilateral representativo de todo el mundo. La ficción pudo sostenerse mientras el poder económico y financiero norteamericano –y de su moneda, el dólar– eran indiscutidos. No es lo que ocurre ahora con la aparición de un mayor protagonismo chino.
La divisoria entre “blandos” y “duros” en el FMI en relación con la Argentina se conforma con diversas vertientes. En lo inmediato tiene además el componente político, que se relaciona con las elecciones nacionales. Desde la perspectiva habitual del Fondo, esa divisoria pasa por si las exigencias de ajuste que vienen presentando sus técnicos y economistas –y que aquí tienen sus adherentes en discursos y presentaciones de campaña que prometen en forma eufemística “hacer los ajustes necesarios”– deben plantearse antes o después de los comicios. Juegan con la sociedad.
El cuadro de situación para la Argentina plantea la necesidad de que el debate se intensifique sobre qué alternativas existen en las negociaciones actuales con el FMI, no solo en lo coyuntural sino en perspectiva, siendo que será inevitable una renegociación por la inviabilidad del acuerdo actual. No será conducente para el país y su futuro que se repita la tónica de largas negociaciones confidenciales, sin el conocimiento público de sus condiciones.
En los últimos años el Fondo comenzó a incluir en forma habitual en sus documentos y comunicados menciones al “combate a la pobreza” y a “no castigar a los más vulnerables”. Aun así, en lo esencial no han cambiado sus conocidas recetas de exigir ajustes severos y restrictivos que castigan paradójicamente a los sectores más desprotegidos, que dicen priorizar. Sabemos que una cosa es lo que dice y otra, muy distinta, lo que hace. Tendríamos que haberlo aprendido con la experiencia de 22 acuerdos con el FMI.
* Profesor Titular de Economía de la Universidad de Buenos Aires. Coordinador para América Latina del Observatorio Internacional de la Deuda, investigador del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Vicepresidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)