Un secreto a voces: la influencia externa de las grandes potencias
Luca Celada
La advertencia del Departamento de Estado estadounidense sobre la indebida influencia de Rusia dirigida a “subvertir los procesos democráticos” en todo el mundo parece tener toda la apariencia de una operación coordinada que tuvo el resultado apetecido al ocupar los titulares de todos los medios de comunicación del mundo, empezando por los medios de referencia, el New York Times y el Washington Post.
Pero las afirmaciones contenidas en el cable “confidencial y no destinado a audiencias extranjeras” enviado por el Secretario de Estado, Anthony, Blinken, para “suminstrar temas de discusión” a todas las embajadas principales de los Estados Unidos, que se filtró a la prensa y se discutió en una sesión informativa en Washington, se distinguen no tanto por no contener ninguna revelación explosiva como por la ausencia de detalles específicos.
El documento menciona “300 millones de dólares” supuestamente gastados “para moldear entornos políticos extranjeros a favor de Moscú”, y denuncia pagos “en efectivo, criptodivisas, transferencias electrónicas de fondos y fastuosos regalos” a partidos y figuras políticas de América Central, Asia, Oriente Medio y el Norte de África, así como a “grupos de reflexión y fundaciones especialmente activos en toda Europa”.
Figuran llamativamente ausentes ejemplos concretos o casos específicos, substituidos por generalidades del tipo de: “Algunos de los métodos de financiación política encubierta de Rusia son especialmente frecuentes en ciertas partes del mundo”. La vaguedad de las acusaciones contrasta notablemente con los informes anteriores, mucho más incisivos, sobre las operaciones de dezinformatsiya destinadas específicamente a influir en elecciones extranjeras, entre ellas en las elecciones presidenciales de 2016 en los Estados Unidos. Sobre todo, el informe del fiscal especial Mueller, de 2019, que documenta la Operación Laktha, también conocida como Russiagate, para desestabilizar la campaña de Hilary Clinton y favorecer a Donald Trump.
Esa investigación responsabilizaba a trece ciudadanos rusos y a tres organizaciones como principales responsables de una operación que supuestamente había autorizado directamente Vladimir Putin. Aunque señaló numerosos contactos entre los rusos y la campaña de Trump, el informe no encontró pruebas suficientes de colusión directa. Otras investigaciones del FBI y de al menos dos comisiones parlamentarias de investigación han revelado las actividades de Agentstvo internet-issledovaniy(Glavset), la agencia con sede en San Petersburgo responsable de numerosos casos de vertidos de desinformación a través de la Red y las redes sociales para generar discordia y confusión a través de cuentas falsas en los Estados Unidos y el Reino Unido antes de la votación del Brexit.
A la luz de todo esto, las acusaciones de apoyo ruso a los grupos de extrema derecha en este momento equivalen a descubrir que el cielo es azul, y el hecho de que Putin haya gastado supuestamente ingentes sumas en un intento de “manipular las democracias desde dentro”, como le escucharon los periodistas a un portavoz del Departamento de Estado, no son realmente noticia en absoluto. Además, la afirmación de que “Rusia ha utilizado contratos falsos y empresas ficticias en varios países europeos en los últimos años para proporcinar fondos a partidos políticos” es una descripción que también podría encajar con las supuestas actividades de la inteligencia estadounidense.
En cuanto a la cuestión de la influencia de las grandes potencias en las elecciones de terceros países, un estudio de la Universidad Carnegie Mellon descubrió que “desde 1946 hasta 2000, los Estados Unidos y la URSS/Rusia intervinieron aproximadamente en una de cada nueve elecciones nacionales” en todo el escenario geopolítico. Y el mayor número de intentos de influencia se concentró en un solo país: Italia (ocho “intervenciones” estadounidenses y cuatro rusas). Es el único país de Europa (una “excepción única”, según el estudio) que ha sufrido injerencias tanto norteamericanas como rusas.
Este hecho histórico plantea legítimamente preguntas sobre el momento y las circunstancias de la filtración oficial del Departamento de Estado, que parece encajar en la estrategia de Biden de “desclasificación” de inteligencia, ya utilizada antes de la invasión rusa de Ucrania para reforzar la alianza atlántica. Es difícil no darse cuenta de que las últimas “revelaciones” (que terminan con un llamamiento a establecer un frente común contra la desestabilización rusa) han tenido lugar en vísperas de unas elecciones cruciales en el mismo país, Italia, que ostenta el récord de intentos de injerencia: el aliado europeo considerado entre los que corren más riesgo de “deserción”, y en el que la nueva coalición de gobierno esperada incluirá al partido con los vínculos más estrechos y públicos con Moscú y el partido de Putin.
- Periodista italiano radicado en Los Ángeles (California), autor de “Autunno americano” (2020), escribe habitualmente sobre los Estados Unidos en el diario “il manifesto”.