Diez diferencias entre la crisis de 2008 y la que se teme en 2022
Diego Herranz-Público
Cada vez tiene mayores visos de realidad la teoría del ambientalista y catedrático emérito de la Escuela de Política Pública de la Universidad de Maryland, el octogenario Herman Daly, de que en el planeta se ha instaurado un “crecimiento no económico” (uneconomic growth) que refleja dinamismos en el PIB pero que, sin embargo, no genera prosperidad, sino una disminución de la calidad de vida.
Quizás esta lectura explique en cierta medida las divergencias manifiestas que se vislumbran entre la recesión que siguió al tsunami financiero de 2008, surgido tras la quiebra de Lehman Brothers, y el periodo contractivo actual, ocasionado por un episodio persistente de escalada de precios energéticos que ha propiciado una espiral inflacionista sin parangón desde la década de los ochenta, tras la crisis energética de 1972, y que surge después del fulgurante despegue de la actividad que sucedió a la Gran Pandemia.
Junto a la Gran Dimisión que, según datos de la US Bureau of Labor Statistics, ha impulsado a 47 millones de americanos a renunciar a su puesto de trabajo en 2021.
La llamada Great Resignation, fenómeno que también responde a los sinónimos Big Quit o Great Reshuffle o dimisión laboral generalizada de trabajadores a los que no les satisface un salario que les impide alcanzar sus objetivos de calidad de vida, estaba en la mente de la quinta parte de los empleados del mundo este año, a tenor de la encuesta de PwC Global Workforce Hopes de 2022 y que se realizó en 44 países entre 52.000 trabajadores el pasado mes de marzo. Aunque por entonces los tambores de recesión global apenas se escuchaban.
El reciente receso de la mayor economía global, con una segunda contracción consecutiva entre abril y junio, de dos décimas trimestrales, la mitad que el agujero marcado al inicio del año, y el paseo por el abismo de la zona del euro que, pese a crecer más de los esperado -un 0,7% en el segundo trimestre- con repuntes intensos en Italia y España y notables en socios como Francia, que contrarrestaron la arritmia alemana, continúa tentando su suerte estival por el desfiladero. Antes del convulso otoño y del duro invierno que se avecina por los cortes del flujo energético ruso, ofrecen ya alguna de las pautas diferenciales que irrumpen en el actual escenario.
1.- Inflaciones desbocadas
Tanto en EEUU como en Europa, con sus indicadores aproximándose a los dobles dígitos -o por encima, en el caso de varios socios del euro- aunque en latitudes como la japonesa o la suiza, el salto de los IPC sigue en estado de moderación.
2.- Empleo activo
Es el lado oculto de la crisis. En el mayor mercado mundial se mantiene con unas tasas de dinamismo que no hacen presagiar un escenario de contracción. Porque destruir empleo es un fenómeno íntimamente ligado a los números rojos económicos. Sin embargo, las relaciones laborales estadounidenses registran pleno empleo -tasa de ocupación por debajo del 5%- y se ha instalado, al menos en el ecuador del año, cómodamente en torno al 3,6%. Durante el credit crunch de 2008 el desempleo americano superó el 8%, cota que se propagó hasta enero de 2013.
3.- El origen sísmico se desplaza en Europa
Al contrario que ocurrió durante la crisis de la deuda europea, que estuvo a punto de hacer quebrar la divisa común, y en periodos recesivos previos, es la economía alemana la que evidencia mayores indicadores en estado de emergencia. Una de las anomalías más nítidas que ha emitido la zona del euro desde su creación.
Acostumbrada a la debilidad de su flanco meridional, es la locomotora europea la que más está sufriendo los rigores de una escalada de precios energéticos y su alta dependencia del gas y del crudo rusos que está deteriorando a marchas forzadas a su industria, con sus poderosos sectores de manufacturas y automovilístico en estado casi vegetativos, sus hogares perdiendo capacidad adquisitiva con una inusitada celeridad y una inflación desbordada, próxima a los dobles dígitos, en un país que ha demostrado históricamente una aversión feroz a la escalada de precios desde el llamado periodo de entre guerras.
El tránsito de su tradicional superávit comercial a una etapa deficitaria de sus ventas al exterior revela que la locomotora europea parece haber gripado. A pesar de su postura neutral durante el segundo trimestre.
4.- Las primas de riesgo asoman la cabeza en Europa
De nuevo, saltaron de inmediato como en 2012. En esta ocasión por el anuncio del BCE del final de los programas de compra de activos y deuda corporativa y soberana, que obligó a Fráncfort a lanzar una herramienta novedosa, pero efectiva -al menos, en sus primeros estadios-, la fragmentación de bonos de sus socios, con la que ha decidido cortar por lo sano y poner a buen resguardo cualquier oscilación preocupante de las primas de riesgo.
Apenas unas semanas antes de iniciar su rally alcista de tipos de interés para contener la inflación. Una tormenta perfecta que el organismo regulador europeo recuerda en su memoria reciente porque una señal similar fue el detonante de la crisis de la deuda, hace un decenio, y que estuvo a punto de lapidar la unión monetaria y, con ella, el euro.
El BCE la puso en liza ante la escalada de rentabilidad de los bonos italianos, que sobrepasaron el 4% el pasado 14 de junio, su nivel más alto desde 2014. Porque se ha instalado de nuevo el fenómeno de que las economías de la periferia pagan un mayor precio para financiar sus bonos en relación al bund alemán. De momento, Fráncfort ha conseguido frenar la vieja estrategia de los inversores. Otro signo distintivo de este aterrizaje forzoso de la actividad.
5.- El consumo marca el tira y afloja de la recesión
La confianza de los consumidores se ha deteriorado, si bien la predisposición al gasto, al menos durante la fase estival de vacaciones, continúa emitiendo señales de vida. Nada que ver con las quiebras financieras de hogares que antecedieron, entre 2006 y 2007 -sobre todo en EEUU con las hipotecas subprime- a la súbita y fulgurante demolición de Lehman Brothers. Aunque el endeudamiento familiar y personal subió hasta niveles descontrolados desde el inicio de la primera década del milenio.
6.- El sector inmobiliario, botón de la bonanza
En no pocas capitales del planeta el estallido de la guerra de Ucrania y, con ella, la segunda oleada de inflación -la que siguió al otoño pasado en el que se empezaron a disparar los precios por los cortes de suministro graduales del Kremlin- ha sido un acontecimiento coetáneo a un boom inmobiliario que varios bancos de inversión han catalogado como burbujas especulativas.
Es el caso de UBS y su ranking anual de un sector que todavía atraviesa un periodo de intensidad en ciudades como Múnich, Toronto, Nueva York, San Francisco, París, Londres, Hong-Kong o Singapur y en gran parte de mercados nacionales como el español.
Por supuesto es otra de las grandes diferencias. Porque en 2006 empezaron a caer los activos inmobiliarios y las compraventas y el valor de las viviendas. Al menos, en EEUU donde ahora, sin embargo, la industria sigue con un sorprendente pulso el encarecimiento de hipotecas por las agresivas subidas de tipos de la Reserva Federal.
7.- Los conductos del dinero están abiertos
Otra cosa es que los préstamos no fluyan con toda la intensidad con la que los bancos habían desplegados sus líneas financieras a hogares y firmas del sector privado tras la Gran Pandemia, azuzadas por los estímulos monetarios y económicos.
Hace catorce años, el cuello de botella procedía precisamente de unos sistemas bancarios que se habían cargado de activos tóxicos. Sin embargo, en estos días el estrés proviene de la energía e, indirectamente, de una época de salida más o menos veloz de los tipos de interés próximos a cero.
Y con el dólar como moneda hegemónica, y el rublo como la más revalorizada, lo que crea una convicción en el mercado de que la weaponización monetaria de las sanciones occidentales al Kremlin -con el billete verde americano como prohibición hacia Moscú- y la respuesta similar de Vladimir Putin de militarizar la energía, ha dado alas a la idea de que el dólar, por parte de EEUU, y el gas y el petróleo, por el lado ruso, marcan las soberanías financieras y económicas en la actualidad.
8.- Capital versus empleo
En la primavera de 2007, el desempleo en EEUU empezó a acumular solicitudes de subsidios por encima del promedio de la década precedente. Justo unas semanas más tarde de que el S&P 500 registrase su cotización récord antes del anuncio de nacionalización de Lehman Brothers o de que la Bolsa de Moscú tuviera que suspender su tráfico mercantil por el estallido de la crisis financiera. En este caso, los valores de han revertido. Los activos de Wall Street han entrado en el mercado bear, con descensos superiores al 20% desde el inicio del año, mientras la tasa de paro se resiste a subir.
9.- Producción industrial con altibajos
Pero en ritmo, a diferencia de 2008, en EEUU y con unas trayectorias oscilantes en Alemania y Francia, donde los espasmos productivos se combinan con unas perspectivas descendentes, caídas de confianza empresarial y de consumo y disrupciones en las cadenas de valor. Dentro de una tónica de fulgurante recuperación tras la Gran Pandemia.
10.- Salarios por debajo de la inflación
Las retribuciones más bajas del escalafón laboral crecen, pero con substanciales diferencias respecto al repunte de la inflación y entre estratos salariales, otra diferencia substancial respecto a 2008, cuando los ingresos de los trabajadores formaron parte de la primera línea de los ajustes empresariales para ganar competitividad.
Ante esta concatenación de acontecimientos, crecen las expectativas de periodos recesivos cortos que traerán fases de corrección en los mercados y nuevas reestructuraciones de carteras, sin excesiva destrucción del consumo ni del empleo. Al margen de si, como aconteció en 2008 y en la Gran Pandemia, se produce otra recesión sincronizada del G-7, la tercera de su historia.
Así lo expresa Susan Sterne, presidenta y economista jefe en Economic Analysis Associates, que en declaraciones a Business Insider explica que el comportamiento de los consumidores en los dos anteriores recesos de la actividad no tendrá traslación en esta ocasión. Porque la propensión al gasto volverá en un corto periodo de tiempo, frente a la incapacidad financiera que ocasionó el tsunami y sus réplicas de deuda desde la crisis de 2008 y la retención de la capacidad adquisitiva -y, por lo tanto, la propensión al ahorro- de la epidemia del coronavirus.
A su juicio, la economía americana podría marcar varios trimestres negativos, pero el consumo no desaparecerá por la inflación, sino que se tomará un respiro. Al igual que el empleo cuya tasa mostrará estabilidad incluso durante esos recesos. En Deutsche Bank, su economista Brett Ryan redunda en la misma tesis: “El tipo de recesión no será seria, ni una contracción masiva porque el consumo se mantendrá alerta pero activo a la evolución de la inflación”.
De igual modo que la industria y los servicios aprovecharán el respiro para reestructurar sus cadenas de valor y para reanudar sus negocios con mayor impulso. Su retorno a la normalidad será la pauta a pesar de la “tormenta perfecta” a la que han sido sometidos los bolsillos de los estadounidenses, con una sucesión de estímulos, rápidas escaladas de precios e inicio de un recorrido alcista de los tipos de interés, que necesariamente ha tenido que interrumpir decisiones de compra de vehículos o de ropa e, incluso, viviendas y de servicios como gastos en teatro, cine, bares o viajes.
Alex Lin, de Bank of America también alude a que los negocios y los servicios rebotarán, aunque no sin sobresaltos, antes de la normalización del ciclo. Especialmente, por la inflación, si bien en este terreno sitúa a los “esfuerzos de la Reserva Federal por reconducir los precios hacia niveles más sostenibles”.
En su opinión, la tarea que tiene entre manos la institución que preside Jerome Powell es “hercúlea” porque elevar demasiado y con gran celeridad los tipos -es decir, pasarse de frenada tras un encarecimiento masivo del dinero- puede debilitar la demanda, retraer el consumo y deteriorar la actividad y, con ella, mermar la capacidad de compra de los americanos como ya se ha empezado a comprobar con la caída de su PIB en recesión técnica y que constata que “el margen de error [de la Fed] ha sido muy estrecho” y ha desplazado la política monetaria hacia posiciones demasiado restrictivas con las que se han intensificado los problemas en las cadenas productivas y han logrado restringir ya notablemente la actividad.