Anis Chowdhury y Jomo Kwanme Sundaram
Medio siglo después de la estanflación de la década de 1970, las economías se están desacelerando. Incluso contrayéndose a medida que los precios vuelven a subir. El Banco Mundial adviertía en junio de que “el aumento de los precios de la energía y de los alimentos aumenta el riesgo de un período prolongado de estanflación mundial que recuerde al de la década de 1970”. Y en marzo, la agencia Reuters informaba: “Dado el aumento de los precios del petróleo, la preocupación ante la agresividad de la política monetaria de la Reserva Federal y el temor a la agresión rusa en Europa del Este, la sensación en Wall Street se asemeja a un retorno a la década de 1970”.
Peor aún, parece que se han aprendido pocas lecciones del último episodio de estanflación registrado. No existe una definición formal acordada de estanflación, que se refiere a la combinación de estancamiento económico y alta inflación, esto es, a la situación en la que el desempleo y los precios aumentan simultáneamente.
Cuando el crecimiento es débil y hay muchos desempleados, los precios raramente suben, lo cual mantiene la inflación baja. Lo contrario ocurre cuando el crecimiento es fuerte. Esta relación inversa entre la actividad económica y la inflación se rompió con las perturbaciones procedentes de lado de la oferta, en particular las subidas de los precios del petróleo y de otros productos primarios registradas entre 1972 y 1975.
Los precios de los productos primarios no petroleros del índice de The Economist se duplicaron con creces entre mediados de 1972 y mediados de 1974. Los precios de algunos productos básicos, como el azúcar y el fertilizante de urea, ¡se multiplicaron por más de cinco! El encarecimiento de la energía elevó los gastos de producción, por lo que las empresas subieron los precios y recortaron los puestos de trabajo. Dado el aumento de los precios de los alimentos, del combustible y de otros productos, el aumento de los costes, unido a la pérdida de ingresos, redujo la demanda agregada, lo cual frenó aún más la economía.
La Fed ahoga la economía para reducir la inflación
Años antes de convertirse en presidente de la Reserva Federal estadounidense (Fed) en 2006, Ben Bernanke coescribió un artículo en el que se señalaba lo siguiente: “Al examinar más específicamente los episodios individuales de recesión asociados a las crisis de los precios del petróleo concluimos que […] las crisis petrolíferas no fueron per se una causa importante de estas recesiones”.
Este grupo de investigadores concluía indicando que “una parte importante del efecto de las crisis de los precios del petróleo en la economía no se debe a la variación de los precios de este, sino al consiguiente endurecimiento de la política monetaria”. Sus conclusiones corroboraron otras, como las de James Tobin.
Siguiendo a Milton Friedman y Anna Schwartz, otros economistas también constataron que “durante la era de posguerra se ha producido una serie de episodios en los que la Reserva Federal ha intentado, en efecto, inducir deliberadamente una recesión para disminuir la inflación”. La Reserva Federal estadounidense comenzó a subir los tipos de interés a partir de 1977, induciendo una recesión en la economía estadounidense en 1980. La economía se recuperó brevemente cuando la Fed dejó de subir los tipos, pero esta incipiente recuperación pronto terminó cuando el presidente de la Fed, Paul Volcker, los subió de forma aún más brusca.
El tipo de interés de los fondos federales pasó de alrededor del 10 a casi el 20%, desencadenando una “recesión extraordinariamente dolorosa”. El desempleo aumentó hasta casi el 11% en el conjunto del país, siendo el más alto de la posguerra, y hasta el 17% en algunos estados, como Michigan, dejando perniciosas secuelas a largo plazo. Las subidas de los tipos de interés redujeron las inversiones necesarias. Y fuera de la economía estadounidense, estas fuertes y rápidas subidas de los tipos de interés desencadenaron las correspondientes crisis de la deuda en Polonia, América Latina, el África subsahariana, Corea del Sur y otros lugares.
Las políticas económicas abiertas aplicadas precedentemente supusieron, según el economista William Easterly, “el aumento de los tipos de interés mundiales, el incremento de la carga de la deuda de los países en vías de desarrollo y la desaceleración del crecimiento en el mundo industrial […] contribuyendo al estancamiento de los países en vías de desarrollo”. Los países que prendieron obtener el apoyo financiero del Fondo Monetario Internacional (FMI) tuvieron que aceptar severas condiciones en lo referido a las políticas de austeridad fiscal, liberalización, desregulación y privatización. Al hilo de la caída de las rentas per cápita y del aumento de la pobreza, América Latina y África “perdieron dos décadas”.
Reedición de la estanflación
El economista jefe del FMI, Pierre-Olivier Gourinchas, reiteró recientemente que “la inflación es una preocupación primordial”. El Bank for International Settlements ha advertido: “Podemos estar llegando a un punto de inflexión más allá del cual se extiende y se afianza una psicología inflacionista”. Los esfuerzos antiinflacionistas de los bancos centrales consisten principalmente en subir los tipos de interés. Este planteamiento ralentiza las economías, acelera las recesiones y, a menudo, desencadena crisis de deuda sin sofocar el aumento de los precios derivados de las perturbaciones de la oferta.
Las recuperaciones económicas de la crisis financiera mundial de 2008-2009 se mantuvieron tibias durante una década después de que se abandonaran rápidamente las respuestas fiscales inicialmente audaces. Mientras tanto, el recurso a la “flexibilización cuantitativa” y a otras políticas monetarias no convencionales y luego la pandemia del covid-19 elevaron la deuda a niveles sin precedentes.
Las respuestas comerciales proteccionistas dadas a la última crisis financiera mundial, la “deslocalización” por parte de Estados Unidos y Japón de la inversión extranjera en China, la pandemia, la Guerra de Ucrania y las sanciones impuestas contra Rusia y sus aliados han revertido la liberalización comercial precedente. El aumento de los tipos de interés en el Norte rico ha desencadenado la fuga de capitales, provocando la depreciación de las monedas de los países en vías de desarrollo, especialmente frente al dólar estadounidense.
La ralentización de la economía mundial ha reducido la demanda de muchas de las exportaciones de los países en vías de desarrollo, mientras la mayoría de las remesas de los trabajadores migrantes disminuyen. Las subidas de los tipos de interés han agravado las crisis de la deuda, especialmente en el Sur global. Los países más pobres han visto como aumentaban los pagos derivados de su endeudamiento por un importe de 11 millardos de dólares, al tiempo que se preparaban para afrontar las inminentes crisis alimentarias que se avecinan. Así pues, la vulnerabilidad de los países en vías desarrollo se han agravado por tendencias internacionales sobre las que tienen poco control.
Lecciones no aprendidas
La inflación por el lado de la oferta es muy diferente de la inflación por el lado de la demanda. Sin evidencia alguna, quienes se muestran muy intransigente ante la inflación insisten en que no actuar con urgencia hoy será más costoso mañana. Esto puede suceder si el aumento de la demanda es la causa principal de la inflación, especialmente si el aumento de los costes se traslada fácilmente a los consumidores. Sin embargo, los episodios de aceleración peligrosa de la inflación son muy raros.
Actuar con demasiada rapidez contra una inflación producida bruscamente por el lado de la oferta puede ser imprudente. Las crisis energéticas de la década de 1970 despertaron un mayor interés por la eficiencia energética, pero la subida de los tipos de interés durante la década siguiente disuadió las inversiones necesarias, incluso las que lo eran para revertir el declive o el estancamiento del crecimiento de la productividad.
El aumento de los tipos de interés también aceleró las recesiones. No obstante, las subidas similares de los precios de las materias primas y de los alimentos en los episodios de estanflación de la década de 1970 ocultan importantes diferencias. Por ejemplo, la “indexación salarial”, que vincula los aumentos salariales a las subidas de los precios, potenció la espiral inflacionista de la década de 1970, pero la desregulación del mercado laboral a partir de la década siguiente ha acabado en gran medida con dicha indexación.
El FMI reconoce que la globalización, la “deslocalización” y el cambio técnico que ahorra mano de obra han debilitado la sindicalización y el poder de negociación de los trabajadores. Dado que los dos elementos de la espiral de precios y salarios de la década de 1970 son ahora insignificantes, es más probable que la inflación disminuya una vez que los cuellos de botella de la oferta se suavicen. Pero la espiral salarios-precios también ha sido sustituida por una espiral beneficios-precios. Las reformas llevadas a cabo desde la década de 1980 también han aumentado el poder de mercado de las grandes empresas.
Así, la mayor discrecionalidad de las empresas y la reducción de la fuerza de los trabajadores han aumentado las cuotas de beneficios, incluso durante la pandemia. En noviembre de 2021, Bloomberg observó que “el rapidísimo crecimiento de los beneficios desde 1950 desmiente la historia de la inflación salarial propalada por los directores ejecutivos de las empresas”. Mientras tanto, The Guardian descubrió que “el crecimiento de los beneficios empresariales ha superado con creces el de los salarios de los trabajadores”. Las empresas se aprovechan de tal situación, trasladando los costes a sus clientes. ¡Los beneficios netos de las cien mayores empresas estadounidenses “aumentaron como media el 49% y en un caso hasta el 111.000%”!
Mientras tanto, muchos más consumidores luchan por satisfacer sus necesidades básicas. Las subidas de los tipos de interés también han perjudicado a los asalariados, ya que la caída de la participación del trabajo en la renta nacional se ha visto exacerbada por el estancamiento, e incluso la contracción, de los salarios reales. Los responsables políticos deberían, por lo tanto, aliviar los cuellos de botella procedentes de la oferta y abordar los desequilibrios existentes para acelerar así el progreso, y no aumentar los tipos de interés para provocar todo lo contrario.
Así, las autoridades deberían frenar el poder de las empresas, mejorar la competencia y proteger a los más vulnerables. Permitir que las subidas de los precios internacionales se transmitan, al tiempo que se protege a los vulnerables, puede acelerar la transición hacia un consumo y una producción más sostenibles, incluido el uso de energías renovables más limpias.
*Anis Chowdhury es Adjunct Professor, Western Sydney University, Australia. Director editorial, Asia-Pacific Sustainable Development Journal. Coeditor, Journal of the Asia Pacific Economy. Exdirector, UN-ESCAP, Macroeconomic Policy & Development Division and Statistics Division (julio de 2012-mayo de 2015). Director, UN-DESA (Financing for Development Office, Multi-Stakeholder Engagement & Outreach; junio de 2015-enero de 2016). Profesor de Economía, University of Western Sydney, Australia (2001-2012). Jomo Kwame Sundaram es Visiting Senior Fellow en el Khazanah Research Institute, Visiting Fellow en el Initiative for Policy Dialogue, Columbia University, y profesor adjunto de la International Islamic University in Malaysia. Antiguo director general adjunto y coordinador de Desarrollo Económico y Social de la FAO (2012-2015), ha sido vicesecretario general para el Desarrollo Económico en el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas (2005-2012) y coordinador honorario de investigación del Intergovernmental Group on International Monetary Affairs and Development del G24 (2006-2012). En 2007 recibió el Wassily Leontief Prize for Advancing the Frontiers of Economic Thought. Traducido por El Salto.