Producción de alimentos: de la “revolución verde” a la hambruna global
Juan Guahán
Según recientes informes de organismos de las Naciones Unidas, un 16% de quienes mueren diariamente tienen como causa el hambre que se expande por toda la superficie del planeta. En la actualidad alrededor de mil millones de personas se levantan y acuestan padeciendo hambre.
Tal situación es producida por razones tradicionales y de larga data, que serán consideradas, a ellas hay que agregar dos factores más recientes: la sequía que se expande por los diferentes continentes produciendo una hambruna, vergonzosa para los tiempos que corren; a ello hay que agregar, también como una causal de estos tiempos, la guerra entre la OTAN y Rusia.
El crecimiento de población y la producción de alimentos
Desde tiempos inmemoriales el tema de la alimentación de una población creciente es una problemática que no encuentra soluciones valederas. Son viejas preguntas para las cuales la modernidad que estamos transitando parece no tener respuestas. En distintos momentos de la historia, fenómenos naturales o guerras, fueron la causante de hambrunas. Ellas se transformaron en algo sistemático y tuvieron continuidad a partir de la Revolución Industrial y cobraron vuelo –a mediados del siglo XIX- con los trabajos y elaboraciones del clérigo anglicano, el británico Thomas Robert Malthus.
Allí advertía, en un lenguaje particular, que “mientras la producción de alimentos crecía en progresiones aritméticas, la población lo hace en modos geométricos”, es decir mucho más rápido. A partir de allí se multiplicaron este tipo de teorías que, en ese contexto, favorecían la emigración de los más pobres; trabajar por salarios apenas suficientes para sobrevivir y reducir el consumo de alimentos. Por largo tiempo esa teoría influyó en diversas manifestaciones, manteniendo todavía gran parte de esa influencia, expresándose como política de Estado.
Siendo muy joven un día leí unas declaraciones de Roberto Mc Namara, Secretario de Defensa de los EEUU durante la guerra de Vietnam y luego presidente del Banco Mundial, donde afirmaba algo así: “Trataremos de reducir la población con el control de natalidad, si no fuera posible la guerra es inevitable”. Lo peor es que a ese vaticinio lo están cumpliendo.
Al culminar la Segunda Guerra Mundial, ante el mayor crecimiento vegetativo en las regiones pobres del mundo, en Europa, Canadá y los EEUU comenzaron las preocupaciones. Uno de los ejes para el despliegue y sostenimiento de esas inquietudes fue la creación (1945) de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Las fundaciones Rockefeller y Ford, expresivas del mayor poder económico existentes en aquellos momentos, fueron de las primeras en asumir como propias esas cuestiones y las ideas neomalthusianas quedaron instaladas como centro de las investigaciones que buscaban respuestas al tema del hambre.
Se consolidó la idea de que la resolución del problema del hambre pasaba por incrementar la producción. Para esa concepción allí estaba la solución al problema del hambre. Lo que se conocería como la “Revolución Verde” surgida del Club de Roma, en los inicios de los 60’, agrupando a científicos de 30 países, sería el camino a seguir. Nuevas tecnologías agrarias en materia de: semillas de mayor rendimiento, fertilizantes, riego, herbicidas, agrotóxicos en general y maquinarias más complejas, serían parte de la solución, según ese modo de pensar.
Efectivamente creció la producción de alimentos, por encima del crecimiento de los habitantes. Pero el hambre también aumentó, porque la concentración económica hizo que el acceso a esa mayor cantidad de comida, siga obstruida. Desde la década de los 60’ hasta le fecha, la producción de cereales y oleaginosas creció 2,75 veces y la cantidad de alimentos finales eran 2,9 veces superiores, mientras que la población aumentó solo 2,18 veces. Desmintiendo las tesis malthusonianas la oferta per cápita de alimentos creció, en el mismo período un 30%. Pero el hambre no decayó.
De lo dicho surge que los instrumentos utilizados para romper con el hambre, no lo solucionaron. En más de una cuestión esos instrumentos demostraron, vía las enfermedades producidas y la destrucción de la naturaleza que los acompaña, que ellos forman parte del problema y no de su solución.
La agricultura para el consumo, que era realizada por millones y millones de productores, fue –en gran medida- destruida por la agricultura industrial, que produce para el mercado buscando las mayores ganancias. Ése paso de un modelo productivo a otro dejó sus frutos.
La rigidez del derecho de propiedad sobre la tierra, las patentes sobre las semillas (Monsanto-Bayer controla el 90% de algunas semillas), la brutal concentración económica sobre distintos aspectos productivos y de comercialización atentan contra el acceso de los sectores más pobres a buena parte de los alimentos.
La exacerbada opulencia del modelo capitalista de producción al que presentan como único e irremplazable, tiene su contracara en la destrucción de la naturaleza, la profundidad de la desigualdad social, la masividad de la pobreza y la continuidad del hambre para buena parte de la población. Sin embargo, la mayoría de nuestra dirigencia sigue apostando a su reproducción.
Los riesgos de una hambruna se van generalizando
El hambre y la desnutrición, su efecto inevitable, siguen avanzando. Cabe aclarar que puede existir la desnutrición sin hambre, por malos regímenes alimenticios, pero no hay hambre sin desnutrición. Ésta afecta particularmente a niñas y niños, mujeres en edad reproductiva y ancianos, siendo genéticamente trasmisible a las descendencias por el ADN. Según los propios organismos internacionales, esa falta de nutrientes -a escala mundial- es la causa de las muertes del 45% de los menores de 5 años.
Además de las razones estructurales ya mencionadas, la causa inmediata de la propagación del hambre está estrechamente vinculada a fenómenos de la naturaleza, en algunos de los cuales es bastante probable que influya la actividad humana.
Durante 3 años consecutivos el fenómeno de La Niña, con sus variaciones de temperatura en los océanos, influyó en la sequía que abarcó a gran parte de nuestra región y ahora se está sintiendo en otras zonas. En nuestro país las recientes lluvias dan cuenta de la culminación de este proceso con la llegada de lo que se conoce como El Niño. Es sabido que La Niña y El Niño son manifestaciones de origen natural, pero ellos se dan en un contexto de Cambio Climático producido por la actividad humana, que altera y extrema los fenómenos naturales.
La sequía, primero afectó seriamente la producción de alimentos en el sur de nuestro continente. Pero luego se extendió hacia el norte americano y ahora se hace sentir en Europa y en África.
En Argentina, la caída en la producción de alimentos prácticamente no tiene antecedentes. Ello tiene que ver con la disminución en la cantidad de tierra sembrada y con la brutal caída en materia de producción por hectárea. Desde el punto de vista económico la combinación de ambos elementos arroja pérdidas que aún no tienen una estimación definitiva, pero ellas están entre los 25 y 30 mil millones de dólares.
En los EEUU, según el Departamento de Agricultura de ese país, los productores cosecharían solo dos tercios de sus plantaciones. No se conoce una cifra peor en los últimos 100 años.
La sequía en Europa se ha ido acrecentando en los últimos años. El déficit en la producción de alimentos está llegando a las góndolas. Las lluvias del invierno fueron sensiblemente inferiores a su promedio histórico y el verano no pinta mejor. Los analistas discrepan si es la peor sequía de los últimos 200 o 500 años. El mayor problema se da en España y Portugal, aunque los problemas de Francia no le van en zaga y el presidente Emmanuel Macron pide mesura en el uso del agua.
Las cosas no marchan mejor en el resto del mundo. En el Este de África se vive una temporada más con falta de agua. La hambruna recorre esa región, largamente castigada.
El Banco Mundial tiene dicho que 7 países, mayoritariamente africanos: Afganistán, Burkina Faso, Haití, Nigeria, Somalia, Sudán del Sur y Yemen, tienen niveles alimentarios catastróficos, con amenazas de hambrunas.
La guerra entre la OTAN y Rusia, agrava esta situación. Esta generalizada falta de alimentos, no tuvo, ni tendrá solución por la vía históricamente propuesta por la dirigencia mundial, confiada en los aspectos tecnológicos, que son parte del problema y no de su solución.
La economía de mercado, generadora de la gigantesca e insoportable desigualdad social existente es la principal responsable de la tragedia que se avecina. Mientras no se aborde el problema desde un punto de vista distinto al actual, las políticas en materia alimentaria seguirán condenadas al fracaso, tal como viene ocurriendo en los últimos 60 años.
El cinismo de la dirigencia seguirá vigente y tomará mayor fuerza en las próximas semanas. Con sus voces harán promesas, firmarán acuerdos, que no cumplirán. Los sectores más poderosos continuarán ampliando sus ganancias. La sociedad seguirá a la deriva hasta que el cansancio de los pueblos diga: ¡Basta!
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)